lunes, 20 de mayo de 2013

Ley Wert: lo bueno, lo malo y lo malísimo de la reforma

Antonio Casado Alonso
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM


Por fin parió el Consejo de Ministros el proyecto de la Ley de Mejora de la Calidad de Educativa, más conocida como ley Wert. Ahora la vemos entrar en el telar parlamentario con la esperanza de que deje de ser un proyecto unilateral del partido en el poder. Se trata de conceder una mayor audiencia a los estamentos educativos y lograr un mayor arropamiento parlamentario. No es imposible, si el Gobierno, empezando por el ministro, demuestra tener más cintura política de la exhibida hasta ahora.

Como el sectarismo va por barrios, la apelación a la flexibilidad de posiciones no está de más para quienes ya la están denostando en bloque, incluso antes de que el proyecto haya pasado por el Registro Oficial del Congreso antes de iniciarse su tramitación. Aplíquese el cuento el líder del principal grupo de la oposición, Pérez Rubalcaba, que este sábado reiteraba su amenaza de acudir al Tribunal Constitucional y denunciar el Concordato de España con el Vaticano por la imposición doctrinaria de la asignatura de Religión. Además, pronostica una vida breve a esta reforma educativa y aconseja a las editoriales que ni se molesten en cambiar los libros de texto porque será la primera ley que derogue en su integridad el PSOE cuando vuelva al poder, por “segregadora”, “clasista” “retrógrada”, “privatizadora” y “confesional”.

Necesidad largamente sentida de dotar a España de un sistema educativo duradero y estable

Que el líder socialista pueda y quiera tener razón desde su lado ideológico de la barricada, como el Gobierno puede y quiere tenerla desde el suyo (hay coherencia en ambas partes, pero no se trata de eso ahora), es una posición incompatible con la necesidad largamente sentida de dotar a España de un sistema educativo duradero y estable. Lo será si se asienta sobre los dos pilares centrales de nuestro modelo de representación, el izquierdo y el derecho. No sólo sobre uno de ellos, so pena de que la educación de las nuevas generaciones de españoles siga cambiando al ritmo del signo político del gobernante de turno. Si vemos la derecha y la izquierda como dos formas de servir el interés general, en cuyo ámbito está el sistema educativo, se impone la voluntad de pacto y la búsqueda de espacios intermedios porque no todo es malo en el proyecto de reforma fletado el viernes pasado por el Consejo de Ministros. Ni todo bueno, por supuesto.

El sistema educativo pide a gritos una reforma. Lo cantan las cifras de fracaso escolar y las evaluaciones internacionales. La masificación de las enseñanzas superiores ha sido ineficaz y costosa. Es verdad que no se valora el esfuerzo ni se respeta a los profesores. No es ningún disparate la propuesta de la Formación Profesional como alternativa a las vías académicas que acaban en la universidad. Todo eso puede quedar en el lado de lo bueno. Pero es discutible, vale. Tanto como colocar en el lado de lo malo el trato deferente a la Religión católica y a la enseñanza concertada. Lo que con toda seguridad esta en el lado de lo malísimo de la cuestión que nos ocupa es la falta de diálogo y la imposición unilateral de un modelo. Esperemos que no ocurra.

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