lunes, 28 de octubre de 2013

Mario Teruggi, entre la geología y el lunfardo

Ricardo N. Alonso
dr en Ciencias Geologicas
Unsa Conicet

En una amable conversación con mi colega y amigo Francisco “Paco” Fernández, columnista de temas lingísticos en El Tribuno, abordamos el tema del origen de las frases, dichos y curiosidades de la lengua y le comenté del enorme papel que había jugado un geólogo argentino en los estudios sobre el lunfardo. Me animó a escribir sobre el tema y por eso lo hago en esta oportunidad. Mario Egidio Teruggi (1919-2002), fue un científico y escritor argentino. Estudió y se doctoró en Ciencias Naturales en La Plata con orientación en geología y se especializó en Londres en petrología. Sus intereses fueron múltiples. Fue el padre fundador de la sedimentología argentina, formando discípulos reconocidos hoy internacionalmente. Publicó más de 120 artículos científicos. Varias de sus obras merecieron elogiosos comentarios fuera de la Argentina, tal el caso de “Las rocas eruptivas al microscopio (1951)”, o el “Léxico Sedimentológico (1963)” que escribiera con el Dr. Félix González Bonorino y del que se realizaron más de diez reimpresiones, ambas piezas de consulta de muchas generaciones de geólogos. Fue director del Museo de Ciencias Naturales de La Plata y del Museo de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” de Buenos Aires. Un nuevo mineral descubierto en la Puna de Jujuy (un boro arseniato de calcio y magnesio) le fue dedicado en su nombre y bautizado como teruggita por científicos de Harvard (USA). En 1967, el Prof. Alfred S. Romer, de la Universidad de Harvard, bautizó en su honor un vertebrado triásico de La Rioja, Massetognathus teruggii. Ocupó el cargo de director del Conicet. Fue un destacado especialista argentino en meteoritos y por sus trabajos, en la inauguración del planetario de Buenos Aires, recibió la medalla de oro del gobierno. Los méritos en el campo científico le valieron numerosos premios y designaciones académicas del más alto nivel. Entre ellas fue nombrado “Caballero Oficial de la Orden del Mérito” de Italia.
Un erudito notable
Fue un hombre de una erudición notable y un profesor brillante y entretenido. Profesor titular emérito de la Universidad Nacional de La Plata, en la década de 1970 fue invitado a dictar clases en la UNSa y así nuestra universidad puede exhibir con orgullo el paso de este notable académico por sus claustros. Cultivó también el campo de las letras. Conocedor profundo del idioma inglés se especializó en la obra de James Joyce. Abordó el estudio de otras lenguas y escribió un tratado sobre la génesis y la esencia del lunfardo en comparación con el slang americano y otras hablas coloquiales urbanas. Autor de cientos de artículos y libros científicos, escribió además novelas y ensayos como La túnica caída (1977), Casal de patitos (1982), El Omnium de las cornucopias (1987), Prohibido tocar los gauchos (1994), El meteorólogo y Shakespeare (1998), Pozo negro (2001), y Mi pariente Tarisio (1796-
1854) (2002), ésta su última novela que terminó días antes de morir y que versaba sobre un antepasado, un campesino analfabeto, que se transformó en el mayor y mejor fabricante de violines de la Europa de aquella época. Jorge Gottling, de Clarín, decía que “hay señales que, en ella, elaborada con trazos que suenan a autobiográficos, hacía también una despedida amable de la vida”. Escribió además: “Reality life”, Armiño y yuyos (1981), libro de relatos, y “Finnegans Wake por dentro” (1995), un ensayo sobre la galimática novela de James Joyce que lo reveló como el mayor especialista argentino sobre el escritor irlandés. Según los críticos, Teruggi se incorpora con claves propias en "Finnegans Wake por dentro", el libro jungla de James Joyce, y logra desarmar la maquinaria verbal joyceana ante los ojos del lector, como una especie de reto para que cada uno continúe por su cuenta. En todos ellos se encuentran chispazos de su profunda filosofía, donde la apertura y la libertad son motores de enriquecimiento.
El otro territorio
Tuve el privilegio y la suerte de conocer personalmente al Dr. Teruggi y asistir a sus clases como alumno de sedimentología de la Universidad Nacional de Salta en la década de 1970. Además de todo lo que aprendí me quedó profundamente grabada una charla que dictó sobre el lunfardo y el origen de algunas de sus frases y términos. El lunfardo era para Teruggi el territorio común en que los argentinos se entienden y convierten por un momento, en pares. En este sentido se destacan sus obras “Panorama del lunfardo. Génesis y esencia de las hablas coloquiales urbanas” (1974, 1978), y en 1998 su “Diccionario de voces lunfardas y rioplatenses” que incluye más de 7000 vocablos. Al decir de los expertos, entre ellos Oscar Conde de la Academia Porteña del lunfardo, Teruggi supo desmontar los mecanismos lingísticos de los lexemas lunfardos y clasificar y explicar siempre de modo sencillo, pero con altísima precisión los fenómenos fonéticos y morfológicos que hacen a la conformación de los términos que integran este repertorio léxico. Su obra Panorama del lunfardo” constituye uno de los pocos estudios teóricos serios relativos al lunfardo, junto a Lunfardía, Nueva Lunfardía y Aproximación al lunfardo de José Gobello; El lunfardo de Buenos Aires, de José Barcia; Lunfardología, de Enrique del Valle; El habla popular de Buenos Aires, de Arturo López Peña, y El lunfardo en Salta, de Susana Martorell de Laconi. De la conferencia que dictara en la UNSa me quedaron algunos de sus comentarios sobre el origen de ciertas palabras de lunfardo como “marote”, por cabeza grande, y que hacía referencia a unas muñecas francesas de ese nombre que perdían el pelo y quedaban cabezonas; “croto”, en referencia a indigentes, que eran permitidos de viajar en los trenes gracias a un decreto de José Camilo Crotto, que en 1918 fue elegido gobernador de Buenos Aires; “atorrante” por unos grandes caños de desage en la costanera del Río de la Plata, frente a la Casa de Gobierno, que tenían la leyenda "A. Torrant et Cie." y donde muchos vagos, linyeras y sujetos de avería los utilizaron para esconderse, dormir y hasta vivir en ellos. De allí viene el "se fue a vivir a los caños" o "se fue a los caños". A los que hicieron de los caños un hogar se los llamó "atorrantes" y por extensión se utiliza para referirse a toda persona pendenciera o de mal comportamiento. También “208” para alguien muy pesado por ser ese el isótopo más pesado del plomo. Para Teruggi las palabras y las rocas, ambas comunes para él, eran cantos rodados que nacían angulosos y finalizaban redondos. Lo dijo en 2002 en la última aparición pública en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, que realizó un homenaje a su obra literaria, independiente de sus aportes a la ciencia. Nunca se lo había agasajado por esta otra forma de expresar su talento. En esa oportunidad lucía orgulloso y habló poco. Como siempre, utilizó la palabra como forma superior de la inteligencia y del silencio, que es su primera consecuencia. Teruggi forma parte de los grandes maestros de la geología argentina y hoy, además, su obra lingística y literaria comienza a ser seriamente analizada.


El pintor Karl Oenike y su paso por Salta

RICARDO N. ALONSO,
 Doctor en Ciencias Geológicas 
(UNSa-CONICET)
Los casos de serendipia y conexiones inesperadas son comunes y muchas veces afortunados cuando se realizan trabajos históricos. El Dr. Alfredo Tomasini, con quién escribí un par de libros sobre Esteco y otras antiguas ciudades españolas del Chaco salteño, encontró una vieja copia fotostática entre unos papeles que había heredado de Robert Lehmann-Nitsche (1872-1938) vía Julián Cáceres Freyre (1916-1999), de un trabajo del geólogo alemán Ludwig Brackebusch (1849-1906).

Brackebusch es considerado uno de los grandes maestros de la geología argentina y llegó a nuestro país contratado por Domingo F. Sarmiento para la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba. Realizó un trabajo monumental recorriendo especialmente a lomo de mula y durante 15 años el centro, oeste y especialmente el norte del país; recolectando más de 8.000 muestras de rocas y minerales; realizando las primeras observaciones científicas sobre el petróleo de Salta y Jujuy; y dejando para la posteridad un mapa a colores, a escala 1:1.000.000, que es su trabajo de mayor enjundia. En su primer viaje a Salta en 1881, Brackebusch se entrevistó con el gobernador Miguel S. Ortiz y con el vicecónsul interino alemán Carlos Ziegner (1842-1882), quién estaba casado con la salteña Flora Uriburu y era socio comercial del minero Jorge H. Boden, también alemán. A ellos les tocó vivir al año siguiente una situación dramática ya que fueron atacados a tiros en el Teatro de Salta donde Ziegner falleció por herida de bala a los 40 años de edad, el 12 de octubre de 1882.

La mayor parte de los artículos que Brackebusch publicó en alemán fueron traducidos al español. Sin embargo quedaba uno, en que trata sobre la vida de los mineros, que permanecía sin traducción (“Das Bergmannsleben in der Argentinischen Republik”) el que fuera publicado en marzo de 1894 en la revista Westermanns Monatshefte (T. 75, páginas 749-771). El trabajo está ilustrado con 15 dibujos que firma Karl Oenike. Investigando un poco más nos damos con la sorpresa de que este Oenike se convirtió años más tarde en un famoso pintor alemán, pero más interesante aún es que siendo joven acompañó personalmente a Brackebusch por San Luis, La Rioja, Catamarca, Salta y Jujuy en la década de 1880. La idea de este artículo es profundizar en la vida y obra de este fotógrafo, dibujante y pintor paisajista alemán que supo retratar con belleza y fidelidad la naturaleza agreste de nuestras cordilleras. Karl Oenike nació en Berlín el 9 de abril de 1862. Entre 1879 y 1886 estudió en la Real Academia Prusiana de las Artes donde se formó como paisajista y fotógrafo.

Su maestro allí fue el profesor Eugen Bracht quién era un altamente respetado pintor de motivos orientales. En 1888 fue invitado por Brackebusch a recorrer las cordilleras argentinas y un año después participó también de otras expediciones principalmente en Paraguay. En 1891, estando en Buenos Aires conoce a la señorita Wilhelmine Fehling con quién se casa y regresa finalmente a Berlín. De ese matrimonio nacieron cuatro hijas: Charlotte, Marie Henriette, Wilhelmine Gertrud y Luise Irmgard. De su paso por Buenos Aires se conserva una excelente iconografía de la Plaza de Mayo coloreada sobre papel en formato postal. Luego de su retorno en Berlín, Oenike continuó su carrera como pintor, principalmente en el norte de Europa, donde se lo comisionó para pintar castillos, paisajes, reproducir escenas históricas, a la vez que participaba de varias exposiciones alemanas e internacionales. Fue un artista muy prolífico y utilizó la mayoría de las técnicas tales como grabado, acuarela, pintura al óleo, entre otras.

Su trabajo artístico más renombrado es la entrada de los peregrinos en Belén que fuera reproducido en numerosas publicaciones. Muchos de sus diarios de viaje, mapas topográficos, dibujos, bocetos, acuarelas, óleos y fotografías se conservan en la biblioteca de la Sociedad Geográfica de Berlín y en el Instituto Ibero Americano de Berlín. Oenike falleció el 11 de abril de 1924 a los 62 años de edad. Es muy renombrado el trabajo que Oenike realizó en Paraguay en 1889. Algunas de sus fotografías forman parte en la actualidad de la colección del Linden-Museum de Stuttgart. Se encuentran entre las fotografías más antiguas que se conservan de Paraguay. Estando en Paraguay, en una colonia alemana donde había una fábrica de cerveza que resultó el “edén” para Oenike, éste conoció al naturalista austríaco Paul Jordan con quién planeó realizar excursiones naturalistas y etnográficas al interior del país.

En julio de 1889, Oenike y Jordan decidieron escalar juntos el Cerro Tatuy situado en el sureste de Villarrica. Los campos al pie de la montaña y la misma montaña estaban entonces cubiertos por una espesa selva virgen que los indios guayaquís, una tribu muy primitiva considerada entonces como el último grupo de la edad de piedra, recorrían cazando y recolectando. Este "peligro" y la inaccesibilidad de la región hicieron que se forjasen alrededor de la montaña numerosas leyendas que mantenían a los paraguayos alejados de ella. A pesar de todo esto, Oenike y Jordan pudieron contratar tres guías para su empresa. Llegaron a la cumbre del Cerro Tatuy, que a pesar de sus escasos 700 m de altura era considerado en aquel entonces la cota más alta de Paraguay y aún no había sido escalado por ningún europeo.

Oenike pintó la naturaleza prístina y salvaje del Paraguay con el verde profundo de sus selvas y la subyugante densidad de la vegetación. El etnólogo holandés Herman Ten Kate (1858-1931) atribuyó a la obra de Oenike "una importancia fundamental para el conocimiento de la Sudamérica meridional"; y dijo además que "entre los pintores exóticos hay muy pocos de cuyos trabajos emane tanta magia selvática". Lo cierto es que este famoso pintor anduvo por Salta donde es completamente desconocido para nosotros al punto que no figura en ninguno de los importantes diccionarios biográficos argentinos.

En el trabajo que ilustró de Brackebusch sobre la vida de los mineros se puede apreciar su fino arte al dibujar diferentes escenas montañesas. Entre ellas se tiene un asado junto a un arroyo al lado de un bosque; un ingeniero de minas europeo rodeado por pobladores nativos; un campamento de descanso junto a un cerro nevado; pircas y viviendas en cuevas en los cerros de San Luis; explotaciones mineras y campamentos en Famatina (La Rioja), Capillitas (Catamarca), La Carolina (San Luis); viejas fundiciones en Tambillos (La Rioja); mineros apires sacando mineral del fondo de una mina en sacos de cuero a la espalda y trepando por troncos calados; cateadores mineros picando una roca; y el pueblo minero de aluviones auríferos de Ajedrez en la Puna de Jujuy, entre otras imágenes. La figura de Oenike viene así a sumar una biografía más a las ricas artes plásticas de nuestra región en sus cultores tanto locales como extranjeros.


La noche en la Puna

RICARDO ALONSO
dr en Ciencias Geologicas
Unsa Conicet
Pocos espectáculos pueden ser más maravillosos y sublimes que una noche en la Puna. Sobre todo en los días diáfanos en que la atmósfera se encuentra limpia y transparente. Cuando durante el día las escasas nubes se han disipado y por la noche el contraste entre la negritud del espacio y el cielo fulgurante de estrellas marcan una dialéctica de fenómenos lumínicos digna de contemplar.
Las noches en la Puna, con cielos estrellados, y a cuatro mil metros sobre el nivel del mar, es parte de un teatro universal que no tiene valor humano. Es un espectáculo cósmico sideral que se observa de pie o desde cualquier piedra en la que uno se encuentre sentado. Las estrellas lucen con un brillo inusitado. La Vía Láctea es un verdadero “río de leche” que cruza el firmamento. El contraste del fondo negro del espacio vacío magnifica los fenómenos ópticos.
Cada estrella rutila y el conjunto de luces rutilantes representa miles de millones de luciérnagas en ese universo estático a nuestros ojos pero que sabemos se desplaza a velocidades vertiginosas. Basta observar algunos minutos para ver cómo alguna de esas “estrellas” se descuelga hacia la tierra dejando una delicada estela luminosa en su caída. Pero no son verdaderas estrellas las que caen, sino fragmentos de meteoritos que entran en ignición en la atmósfera y dan lugar a las famosas “estrellas fugaces”.
También se ven puntos luminosos que se desplazan lentamente y que no son otra cosa que los satélites puestos en órbita por la tecnología humana. No hay nada más ni hay que esperar nada más. Lamentablemente el universo aparece vacío para nosotros. No encontramos nada a la vuelta que valga la pena. Ni un sonido, ni una señal electromagnética, nada, absolutamente nada que nos habilite a pensar que hay algo más allá; esperándonos. Muchas veces me he quedado largas horas de vigilia en la Puna más árida y más inhóspita. Esperando una señal. Algo que me permitiera saber que no todo es vacío y soledad. Jamás en los más de 30 años que permanecí en la Puna, viviendo allí por más de cinco años; o visitándola circunstancialmente semana a semana, vi nada que valiera la pena recordar. Salvo la belleza del espacio misterioso, profundamente estrellado, en los días limpios y calmos. Recuerdo muy bien el sonido del viento en el silencio total. Cuando no corre viento, la soledad del desierto y su negrura nocturna devuelven un silencio que asusta. Es el silencio por la ausencia de cualquier sonido o perturbación, un silencio casi absoluto como el que se vive en las profundidades de las minas o en la inmensidad de los salares que aparecen como espejos de las hadas a la luz de la luna. Otras veces es el viento el que menea las escasas matas vegetales o chifla entre las rajaduras de las rocas dando silbidos roncos y guturales que deben encerrar algún lenguaje oculto.
Cierta vez, siendo yo un joven geólogo de exploración minera en la Puna, pasé una noche en un viejo cementerio abandonado en el Campamento Porvenir del salar de Cauchari en Jujuy. La noche profunda y helada invitaba a la reflexión y junto a un colega nos fuimos a meditar en medio de las tumbas oscuras de un cementerio abandonado. Don Saturnino Varas, un viejo chileno que amparaba el lugar, nos preparó esa noche un sabroso estofado de vizcachas de las peñas con abundante ají y el limón sutil que le proveían los caravaneros chilenos.
Una damajuana de vino fue insuficiente para calmar nuestra ansiedad existencial. Sentados sobre las tumbas derruidas que contenían los huesos de los mineros que explotaron ese lugar un siglo atrás, empezamos a filosofar sobre la vida y la muerte; sobre la noche y el cosmos; sobre el ser y el no ser; en fin sobre todo lo existencial que se nos ocurría cuando ya había pasado largamente la medianoche y todavía seguíamos apostados en el ruinoso cementerio.
La imagen más fuerte que me quedó es el soplar del viento y el ruido de las resecas guirnaldas multicolores y de papel crepé que estaban colgadas en las también resecas cruces de madera con los nombres de seres que imaginábamos pero que no habíamos conocido por no haberse cruzado nunca en nuestras coordenadas espacio-temporales. Fueron muchos años de ver el cielo estrellado y por costumbrismo no apreciarlo. Por haberse vuelto común.
Hoy lo extraño y extraño también cuando nos levantábamos al turno a altas horas de la noche con temperaturas que tocaban el fondo bajo cero del termómetro y congelaban el aire logrando que la escarcha se convirtiera en cuchillos de hielo plateados a la luz de la luna; pero donde la vista al cielo era la contemplación del cuadro más sublime que haya pintando pintor alguno. Recuerdo también esas noches en que nevaba copiosamente y el viento blanco y las descargas de la atmósfera cargaban eléctricamente el lugar y la nieve se volvía fluorescente a la luz de nuestro vehículo que intentaba avanzar en el medio de la nada. Nosotros con la calefacción prendida tiritábamos de frío dentro del vehículo y castañeábamos los dientes. Yo sólo pensaba en la fuerza de la vida en su adaptación a las inclemencias del tiempo.
Y cómo esos animales pueden soportar tremendas temperaturas bajo cero aprovechando sus pelajes y algunas salientes en las rocas o cuevas que les servían de refugio. Recuerdo también el trasfondo del campamento minero donde por la noche, cuando salíamos a tomar aire fresco, de golpe veíamos pequeños óvalos pares que fulguraban con un ámbar rojizo y no eran otra cosa que los ojos de los zorros que venían a aprovecharse de los restos de comida. Hermosos zorros, con unas pieles que serían el sueño de cualquier dama de sociedad y que por suerte las leyes ambientales han salvado de la extinción.
Las que no se salvaron fueron las bellas chinchillas reales que terminaron siendo valiosos tapados femeninos y hoy están completamente extinguidas. El volcán Ratones toma precisamente su nombre de esos hermosos roedores. Ir a la Puna y pernoctar allí un par de días, salir de noche y emborracharse del cielo de luz brillante de miles de millones de estrellas rutilantes, estrellas que están vivas antes nuestros ojos pero que han muerto hace millones o miles de millones de años, es una experiencia surrealista que los salteños y jujeños deberían aprovechar.
Contemplamos un cielo fósil, un cielo que fue y que ya no es, un cielo que fluye como quería Heráclito. Es el mayor espectáculo del cosmos y la naturaleza. Sé de extranjeros que pagarían fortunas para hacer ese tour único y singular. Para nosotros es una simple escapada. Los invito a vivir una experiencia fascinante con entrada libre y gratuita.


viernes, 25 de octubre de 2013

CopajiraCopajira

RICARDO ALONSO
DR EN CIENCIAS GEOLOGICAS
UNSA CONICET

Nuestro enorme poeta, Manuel J. Castilla, publicó un libro de poesías que es una joya literaria y al cuál puso por título “Copajira”. Esta obra admirable fue editada en Salta por Rómulo D'Uva en agosto de 1949. Las hermosas ilustraciones y viñeta fueron realizadas por Gertrudis Chale y Carybé. Copajira está expresamente dedicada a los mineros de Oruro y Potosí, pero en sus páginas están reflejados y contenidos todos los sufridos mineros del mundo andino, tanto hombres, como mujeres y niños. Castilla hace especial hincapié en los que trabajan en la profundidad de los socavones pero no descuida a los que lavan las arenas de los ríos en busca de las pepitas de oro ni a las mujeres palliris que trabajan en las bocaminas y canchaminas apartando el metal de la roca estéril. Es este un libro nuclear de la poesía minera andina. El primer poema se titula precisamente Copajira, y es el que da el nombre al libro. Ahora bien ¿Qué es la copajira? El propio Castilla, en un glosario al final del libro, la define como sigue: “Especie de caparrosa o sulfato de cobre. Con el agua se torna un líquido rezumado y corrosivo entre el cual trabajan los mineros bolivianos”. En realidad es el nombre que se le da en el mundo minero andino, pero estas aguas aciduladas son comunes a todas las minas de sulfuros ricas en cobre y hierro en cualquier geografía. Lo que ocurre es que minerales de sulfuros como la pirita que es el sulfuro de hierro y la calcopirita que es el sulfuro de hierro y cobre, por mencionar los más comunes, al ser lavados por las aguas van a formar ácido sulfúrico. El ácido sulfúrico es un ácido fuerte que ataca las rocas y los metales que contienen y como bien dice Castilla rezuman de las rocas, tal como una pared rezuma humedad. El techo de los socavones filtra por los poros de la roca ese líquido ácido que se evapora formando sulfatos que crecen en bellas estalactitas de hermosos colores azules y verdes. Las azules corresponden al mineral calcantita que es el sulfato hidratado de cobre y las verdes a la melanterita que es el sulfato hidratado de hierro. La melanterita se usaba antiguamente para hacer la tinta de escribir y si se le pasa la lengua tiene ese sabor especial de la tinta. Pues bien, cualquiera que haya bajado a los socavones ha sentido ese goteo incesante del agua que en su movimiento gravitatorio baja disolviendo los sulfuros metálicos y formando un ácido fuerte que ataca la ropa e irrita la piel y los ojos si no se tiene cuidado. Ese es el “medio ambiente” natural en que se desenvuelve el minero de las profundidades. Ni aún para un geólogo es sencillo decodificar la poesía minera de Castilla a raíz de sus laberínticas metáforas. En Copajira habla de la montaña que se apodera del minero y a la cual éste ya no puede abandonar porque va detrás de sus pasos aunque él no se de cuenta. La segunda estrofa es definitiva: “La copajira lima/lima piedra por piedra/y queda, si te has ido/comiéndose tu huella”. Insiste con el sueño que se hace herrumbre en la noche alta cuando duerme: “Espuma de la herrumbre, la copajira, espera”. En “Lluvia” vuelve de nuevo indirectamente sobre la Copajira y habla aunque no lo diga expresamente- de esa agua que permea el cuerpo y el espíritu, porque parafraseo- abajo en los socavones llueve siempre aunque la lluvia, minero, no se vea. En el poema “Lavadero” sale de las profundidades para hablar de los mineros de la superficie o sea los que trabajan las pepitas de oro de los aluviones de los ríos. El hilo conductor es el óxido, óxido que impresionó fuertemente a Castilla, óxido que roba el color de los ojos, la piel y los vestidos de esos mineros amarillos y silenciosos que lavan y muelen en esa gran piedra a la que llaman quimbalete o maray; un quimbalete que muele su propia sombra hasta que la roca se convierte en arena. El final de este poema es casi surrealista cuando dice: “Mineros amarillos/entristecida greda/de vuestras manos duras/que en el agua se trenzan/un arcángel de estaño/sube al cielo de piedra”. Los cinco poemas “Alba”, “Mediodía”, “Tarde”, “Noche” y “Sueño” representan un día completo en la vida de un minero. En el poema “La Veta” se aprecia la cosmovisión diferente que tiene el obrero del socavón en relación con el ingeniero. La veta es aquí una enorme serpiente durmiendo, cuya cola se hunde en las profundidades y que por quererla matar, ella los va matando a ambos. Castilla lo expresa así: “Aquí arriba está la veta/arrime Ud. Su mechero/que por quererla matar/nos vamos quedando adentro”. La veta es para el minero una cosa viva: “Así como Ud., la ve/ella también lo está viendo”. En “La Hora”, el poeta plantea una metáfora del tiempo. Cualquiera que haya bajado al fondo de los socavones donde reina la más absoluta oscuridad y donde uno puede llegar a sentir el propio bombear del corazón en el silencio más profundo, sabe que allí no hay tiempo. Alguien que quedara atrapado en una galería por un derrumbe, por más que tuviera un reloj no sabría si las 12 son las de la noche o las del mediodía, ni tampoco de que día. Castilla define todo esto en dos versos: “Allí donde la hora/es una, sola y negra”. “Pedro el Jaulero” es un poema duro y triste. Es la historia que deja entrever de un minero que sufrió un accidente de tronadura y perdió un brazo. Castilla escribe: “Cuando en la dinamita/la tierra se desgaja/le suben a los huesos/tormentas enterradas”. En “Letanía de Oruro” le canta precisamente a ese otro gran distrito minero de Bolivia, en el Altiplano mineral de Sudamérica, donde los mineros aparecen como fantasmas recostados sobre ese imponente telón de fondo de las montañas preñadas de minerales. Su penúltimo poema es “La Palliri”, un canto profundo a la mujer minera andina, la que trabaja seleccionando el metal rico en las bocaminas. Yo mismo las he visto trabajando en los lugares más inhóspitos de los Andes, con temperaturas de muchos grados bajo cero, con vientos helados cargados de arena como perdigones y ellas haciendo su trabajo silencioso, con sus hijos pequeños de acompañantes y durmiendo protegidos entre unos cueros. La sensibilidad de Manuel J. Castilla por el mundo minero surgió de su estancia en las minas de Bolivia donde se consustanció a fondo con una realidad que de otra manera es difícil sino imposible de aprehender. Castilla plasmó en poemas únicos la compleja realidad del gran teatro de los socavones andinos. Una poesía profunda, elaborada por un poeta único y exquisito al que conviene releer.

La esencialidad de la minería

RICARDO N. ALONSO, 
Doctor en Ciencias Geológicas 
(UNSa-Conicet)
La complejidad, esencialidad y singularidad de la minería fueron abordadas en mi reciente libro “Filosofía de la Minería” (Mining Press Ediciones, 156 p. Buenos Aires), que fuera presentado en la Embajada de Canadá, en Buenos Aires, el 8 de mayo de 2013. Entre muchos otros conceptos señalo allí que el hombre no puede vivir sin minería, ya que alimentarse, vestirse, refugiarse, transportarse, comunicarse, curarse, alumbrarse, instruirse o divertirse, requiere del uso de minerales en cualquiera de sus formas.
Las etapas de la evolución social han estado marcadas por los minerales.
Primero fue la Edad de la Piedra. El hombre primitivo aprovechó la piedra para fabricar rústicos instrumentos de supervivencia, tanto de defensa como de ataque, para cazar y desollar, para quebrantar huesos en busca de la médula, para guarecerse, entre otros. La forma y dureza de ciertas rocas o su fractura concoide fueron útiles para esos objetivos.
Luego descubriría el fuego y seguramente habrá observado que los suelos donde se realizaban las fogatas tomaban un color rojo y se hacían más duros.
Dichos suelos estaban compuestos por arcillas y habrá observado también que las arcillas con agua se vuelven un barro fácilmente moldeable con el cual se pueden modelar distintos objetos. Entre ellos pequeñas vasijas que les permitían transportar agua y sortear zonas secas. O utensilios cerámicos pequeños para múltiples usos de cocina y aún grandes urnas para depositar a sus muertos. Hay decenas de tipos de arcillas y muchas formas de mezclarlas, grabarlas y decorarlas. Todo ello formaba parte de la cerámica y a esta edad del hombre posterior a la de la piedra le cabría el nombre de Edad de la Arcilla. Como se aprecia la piedra y la arcilla precedieron al uso de los metales y por tanto pertenecen a una época no metálica.
Luego llegaría el descubrimiento del cobre, como metal nativo y como óxidos que al fundir las menas complejas se obtenía un tipo de bronce. El bronce es una aleación de cobre y estaño, pero muchas menas polimetálicas pueden dar distintos tipos de “bronces”. Se inauguraba con el bronce la edad de los metales y de la aleación de esos metales la Edad de Bronce. Fundir menas de oxidados de cobre no requiere mayores complicaciones. En cambio el hierro ya significa un paso tecnológico mayor. En Anatolia y Persia las fundiciones de hierro que inauguraron la Edad de Hierro se remontan a 2.000 años a C., mientras que en China recién se logró en el 600 a C.
En América, a pesar de que el hombre ingresó al continente entre 14 y 12 mil años atrás no se alcanzó la edad de hierro, pero sí en cambio se desarrolló muy bien la edad del bronce y la orfebrería exquisita de los metales preciosos. Este desfasaje tecnológico entre el hierro acerado de los españoles y los metales blandos y la piedra de los americanos significó el avance acelerado de la conquista.
Plinio el Viejo, que murió en el año 79 de nuestra era durante la erupción del Vesubio, dejó escritas palabras memorable sobre el hierro en su región y en su tiempo. Entre su descubrimiento en 2000 a C y hasta 1750 el hierro se va a usar generalizadamente en el sentido dado por Plinio.
Sin embargo, iba a haber un cambio paradigmático con el uso intensivo del hierro a partir de la llamada Revolución Industrial que deja atrás el trabajo manual para pasar a una fabricación en escala y en serie con las máquinas textiles y luego con la máquina a vapor y los ferrocarriles.
El hierro y el carbón metalúrgico dan el acero, y la mezcla con otros numerosos metales va a dar lugar a toda clase de aceros con distintas prestaciones. Duros, flexibles, resistentes, inoxidables y otros muchos que son la consecuencia del agregado de distintas proporciones de wolframio, vanadio, tantalio, cromo, manganeso para mencionar algunos elementos químicos que permiten fabricar aceros de los más diversos tipos para los más diversos usos.
El aluminio es un elemento que no se encuentra en estado libre como metal en la naturaleza. Se presenta en unos barros fósiles llamados bauxitas. El primero en aislarlo fue Friedrich W”hler en 1827. Se cuenta como anécdota que un emperador europeo obsequió a un ilustre visitante una preciosa caja de madera forrada en seda que contenía algo único, novedoso y muy valioso: ­un juego de cubiertos de cuchara, cuchillo y tenedor hechos en aluminio! Claro que entonces así era por ser un metal único recién descubierto. Hoy sería una afrenta recibir algo tan ordinario. Lo cierto es que el aluminio se comenzó a producir en pequeña escala hasta que en 1886 Charles Hall y Paul Héroult descubrieron que disolviendo la bauxita en criolita fundida se podía obtener el aluminio metálico.
El aluminio se convirtió desde entonces en uno de los pilares de la civilización industrial. La aeronavegación lo tiene como el elemento esencial para la fabricación de los aviones. La aplicación de otros elementos químicos en aleación le da mayor resistencia y dureza. Se usa además en la industria de la construcción para hacer toda clase de cerramientos, en latas de gaseosas, papel de aluminio y otro centenar de aplicaciones modernas. Podemos afirmar sin equivocarnos que en 1886 comenzó la Edad del Aluminio.
Otro elemento que se convirtió en pilar de la civilización actual y que viene acompañando al cobre desde la edad de bronce es el estaño. Aún cuando tiene múltiples usos alcanzó su máxima importancia cuando se comenzó a aplicar al estañado interior de las latas de conservas de alimentos. Gracias a ese estañado los alimentos pueden conservarse por mucho tiempo. El estaño convirtió en el hombre más rico del mundo a un pobre minero boliviano llamado Simón Patiño que fue bautizado como el “Rey del Estaño” y cuya fortuna en la primera mitad del siglo XX equivaldría hoy a las de los magnates de la informática y la electrónica.
La aplicación del uranio para la generación de electricidad, radioisótopos médicos y la temible bomba atómica, todo ello a partir de la radiactividad, dio impulso a una nueva edad atómica o Edad del Uranio.
El uso del silicio, tierras raras, litio, coltán, y otros minerales tecno-electro-informáticos dio pie a la nueva era de las computadoras, teléfonos celulares, superimanes, televisión digital y otras maravillas modernas que hablan de una nueva era mineral que abarca la casi totalidad de la tabla periódica de Mendeleev.
Si bien hay algo que se llamó o hemos llamado “Edad de...”, lo cierto es que todas la edades coexisten hoy porque seguimos usando la piedra, el bronce, el hierro, el acero, el aluminio, el estaño, el uranio, el silicio, las tierras raras, el litio, el coltán y otros elementos comunes y raros en la vida moderna.

La minería es la madre de todas las industrias. Hoy todos los minerales y metales tienen un uso industrial. Casas, edificios, aviones, automóviles, barcos, trenes, camiones, medicinas, transporte de la electricidad, todo, absolutamente todo está hecho en base a minerales metálicos y no metálicos, ferrosos y no ferrosos, industriales, químicos, farmacéuticos, nucleares y rocas de aplicación que hablan a las claras de la esencialidad de la minería.