lunes, 26 de septiembre de 2011

Jaime Dávalos y su "Zamba de los mineros"

RICARDO. ALONSO,Doctor en Ciencias Geológicas (UNSa-Conicet)


lunes 26 de septiembre de 2011 Opinión



El salteño Jaime Dávalos (1921-1981) fue un poeta profundo, de amplio espectro creativo, politemático. Su poesía hurgó en las raíces del hombre, de la tierra y del cosmos. En su obra encontramos permanentes referencias a lo telúrico, a lo geológico y a lo mineral. Veamos si no los admirables versos de la primera estrofa con que inicia la “Vidala del nombrador”: “Vengo del ronco tambor de la luna / en la memoria del puro animal, / soy una astilla de tierra que vuelve / hacia su oscura raíz mineral”. O en la estrofa del poema a la Puna, donde con escasos elementos configura, al mismo tiempo, un paisaje real y surrealista cuando dice: “La Puna, metal y cielo, / es suma de cielo y sal, / moliendo en el viento blanco / el esqueleto del mar”. También frases que definen en pocas palabras la geografía continental como aquella de “la copla bajó por sobre el geológico espinazo cordillerano del continente, atando lenguas y corazones, fijando un alma y un idioma comunes, poniéndole palabras a nuestros desmesurados silencios planetarios”. En fin, hay estudios académicos precisos sobre la poesía de Dávalos que interpretan la profundidad de su pensamiento como los excelentes trabajos de Mercedes Puló de Ortiz y de Irene Noemí López, entre otros.

En este artículo me interesa profundizar sobre la historia de la “Zamba de los mineros”, que escribió Dávalos y a la cual le puso música nuestro inmortal “Cuchi” Leguizamón. Zamba que ha sido cantada por grandes intérpretes en escenarios nacionales e internacionales, entre ellos y de manera sublime por Mercedes Sosa. Pero también por el riojano Chito Zeballos, al igual que Jorge Cafrune, Bruno Arias, Chany Suárez, Patricio Jiménez, Enrique “Chichí” Ibarra, el Dúo Coplanacu, Juan Falú y tantos otros. Fuera del ambiente artístico es la zamba que se convirtió en el “himno de los mineros” y en tal sentido se la canta en muchas de las peñas que se realizan en los congresos o reuniones geológicas.

En 1999, al finalizar la cena de un seminario de minería del que participamos argentinos de la mayoría de las provincias cordilleranas y que se llevó a cabo en la Universidad de Texas, en los Estados Unidos, el representante de Jujuy y a la vez geólogo, minero y cantor, César Lizárraga, actuó como maestro de ceremonia y puso a cantar la famosa zamba a todos los presentes.

Gran sorpresa de los académicos americanos, que no entendían la letra pero sí la fuerza de la entonación y la extraordinaria libación de los presentes. Decía que la zamba tiene una linda historia que escuché en alguna tertulia. Se cuenta que Jaime Dávalos fue invitado por amigos mineros salteños que habían hecho contrato para explotar las minas de oro de Culampajá en Catamarca.

En una estanciera de la época viajaron por Cafayate, Santa María y Hualfín hasta Corral Quemado, en una travesía que duraba al menos un par de días. En Corral Quemado hicieron campamento en el almacén de ramos generales de don Marcelino Ríos. Los mineros partieron hacia la montaña y Jaime decidió permanecer allí el tiempo que durara la misión. Cuentan que el paisaje, las historias del oro que contaban los parroquianos que acudían a la pulpería de Marcelino y el rico vino morado, lo fueron inspirando para escribir la zamba.

Refieren también que la adición se hizo por demás onerosa y que cuando estaban listos para volverse a Salta, Marcelino se encargó de recordarles lo que le debían, a lo cual Jaime le dijo que cómo les iba a cobrar si él con la canción que escribiría en su honor lo iba a hacer famoso. Hombre práctico, don Marcelino ejecutó la cuenta olvidándose de la supuesta y futura fama.

Con los años, se vio cumplida la profecía en la medida que llegaban los viajeros a Corral Quemado a preguntar por lo de Marcelino Ríos, “­el de la zamba de los mineros de Dávalos y Leguizamón!”. Veamos lo que dice la zamba: “Pasaré por Gualfín / me voy a Corral Quemao / a lo de Marcelino Ríos / para corpacharme con vino morao”. Deja entrever que viene desde el norte y que va a lo de Marcelino a corpacharse con vino morado. El mismo Dávalos aclara que “corpacharse” es espiritarse con alcohol, componer el cuerpo. Luego dice: “Yo soy ese cantor / nacido en el carnaval / minero de la noche traigo / la estrella de cuarzo del Culampajá”. Resulta del mayor interés la metáfora de los dos últimos versos.

Las minas de Culampajá son vetas de cuarzo aurífero a 3.600 msnm. Se explotaron desde tiempos antiguos en galerías subterráneas. Cuando dice que el minero trae de la noche se está refiriendo a la absoluta oscuridad de los profundos socavones. El cuarzo suele presentarse en cristalizaciones perfectas en huecos llamados drusas o geodas. Esos cristales debieron de sugerirle a Dávalos una estrella de cuarzo comparable a las estrellas del firmamento en la noche oscura del cosmos. La tercera estrofa dice: “Molino del Maray, / que muele con tanto afán, / Marcelino pisando el vino, / Paredes, el oro de Culampajá”. Aquí también realiza una comparación analógica entre don Paredes, el minero que muele el oro en un molino indígena de piedra llamado Maray, y don Marcelino que pisa uvas tintas para hacer el vino patero. La última estrofa dice: “Yo no sé, yo no soy / andoy porque andoy nomás. / Cuando a mí me pille la muerte / tan solo la zamba me recordará”. El famoso estribillo de la zamba reza así: “­La zamba de los mineros! / ­Tiene solo dos caminos! / Morir el sueño del oro / Vivir el sueño del vino”. Oro y vino, minas y mineros, vida y muerte, recuerdo y olvido, conforman el teatro del mundo que Dávalos desentraña desde su privilegiada posición de poeta cósmico. A mediados de septiembre de 2011 viajé especialmente a Corral Quemado, un pequeño oasis en las áridas montañas catamarqueñas, a buscar las raíces de la “Zamba de los mineros”. La vieja casona de Marcelino Ríos se conserva pintada de rosado, pero ahora es casa familiar.

Don Marcelino está enterrado en el primer panteón del cementerio. Su hija Eulalia Ríos, que fue directora de la escuela, falleció hace un par de años. Las minas de Culampajá están abandonadas. La memoria de aquellos hechos se borra lentamente, pero la zamba está viva, proféticamente viva, como la soñó nuestro eximio poeta Jaime Dávalos, allá lejos y hace tiempo.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Origen y evolución de la minería en salta

RICARDO ALONSO, Doctor en Ciencias Geológicas (UNSa-CONICET)

lunes 19 de septiembre de 2011 Opinión

El pasado 9 de septiembre de 2011, las autoridades de la Fundación Copaipa, del Consejo Profesional de Agrimensores, Ingenieros y Afines, nos convocaron al señor presidente de la Cámara de Minería de Salta, Lic. Facundo Huidobro, y al suscripto a disertar sobre el pasado, presente y futuro de la minería de Salta. Fue una buena oportunidad para realizar un homenaje al Ing. Francisco “Pancho” García, recientemente desaparecido, quien no solo supo conducir con certeza los objetivos de la fundación, sino que además fue un hombre altamente comprometido con el ideal de un gran destino para Salta en el concierto de las provincias argentinas y de su posición clave en el centrooeste sudamericano.

Mi conferencia estuvo centrada en la minería histórica de Salta que ahora sintetizo como un homenaje a su persona. Cabe señalar que ya nuestros pueblos indígenas habían avanzado en aspectos esenciales de la actividad minera explotando distintos tipos de minerales. No solo obsidiana u otras rocas silíceas que les servían para las puntas de flechas, proyectiles, armas o herramientas; sal gema, para intercambio comercial; “coipa” o carbonato de sodio. para su uso como jabón natural y fijador de tinturas; variedad de arcillas, para cerámicas; numerosos óxidos de hierro y manganeso, para decoración; etcétera, sino que también habían logrado explotar metales, fundirlos en rústicos hornos llamados “huayras” e incluso realizar objetos metalúrgicos de gran calidad y belleza.



La llegada de los primeros conquistadores apuntó al potencial de metales preciosos, entre ellos el oro del Valle Calchaquí. Pronto dieron con las minas de plata del Acay y la mina Concordia de San Antonio de los Cobres, las que aparecen citadas desde comienzos del siglo XVII. Sin embargo, lo que pondría a Salta en una situación estratégica fue el hallazgo del cerro Rico de Potosí. Aunque parezca una metáfora, esta “montaña de plata” fue descubierta en una región desértica desprovista absolutamente de cualquier insumo. De allí que todo el consumo debía de llevarse de regiones vecinas. Pronto la ciudad alcanzó a 160 mil habitantes, superó a las principales capitales europeas en habitantes, logró un alto grado de riqueza y fue premiada con el título de “Villa Imperial”. Nuestras viejas ciudades de Esteco, tanto la Esteco vieja, como la Esteco nueva -la que fuera destruida por el terremoto de 1692- fueron grandes proveedoras de miel, cera y turrones secos.

Cuentan los distintos viajeros, entre ellos Diego Alonso de Ocaña, que pasó por allí en 1600, de la enorme cantidad de esos productos que se llevaban a Potosí, siguiendo la ruta de los caminos reales. De alguna manera había comenzado a funcionar el sistema de proveedores mineros hacia ese gigantesco atractor que consumía cantidades inconmensurables de carnes, yerba mate, frutas, granos, madera, vestimenta, herramientas, leña, comida, bebida y también mulas. Precisamente mulas fue otro de los servicios que a Potosí brindaron los viejos salteños.


Decenas de miles de mulas provenientes de todo el noroeste argentino y del centro del país, llegaban al Valle de Lerma, donde se las engordaba para iniciar su viaje sin retorno al Potosí. Allí eran útiles para todas las faenas relacionadas con la explotación de la plata, molienda de los minerales, amalgamación, metalurgia y amonedación. Salta se convirtió durante los siglos XVII y XVIII en la principal feria de mulas del mundo. Y así quedó registrado por el viajero Concolorcorvo, funcionario español encargado de postas y correos, en su obra “El lazarillo de ciegos y caminantes desde Buenos Aires hasta Lima” (1773). Los entretelones religiosos y económicos de este fenómeno, asociados a la feria y fiesta de Sumalao, han sido rescatados recientemente por el Lic. Felipe Medina en un libro de su autoría. Cuando Potosí comenzó a declinar, una nueva situación coyuntural puso otra vez a la economía de Salta en un lugar de privilegio. En el litoral boliviano y peruano de Atacama se descubrieron enormes reservas de minerales fertilizantes, tanto en las covaderas de guanos fósiles de aves marinas como en la pampa nitratera.

Los exhaustos suelos de Europa necesitaban imperiosamente de ese nitrógeno, potasio y fósforo que estaba allí contenido. Pronto cientos de barcos surcaban el océano portando esos valiosos productos. La Guerra del Pacífico, de 1879, cambió la geopolítica del recurso a manos de Chile. Una vez más, la sustancia mineral se encontraba en un lugar desprovisto de cualquier clase de insumos en el más inhóspito e hiperárido desierto de Atacama. Todas las provisiones debían ser llevadas desde afuera. Una de ellas era carne vacuna para el consumo de los mineros pampinos. Salta tenía valles aptos, con buenos pastos y agua para engordar el ganado. Es así como comienza el envío de animales a pie, toros herrados que cruzaban la cordillera con destino a las faenas de la pampa salitrera. Juan Carlos Dávalos plasmó en su “Viento Blanco” aquellas peripecias de la mano de un mítico arriero como fuera don Antenor Sánchez.

Mientras tanto en nuestra Puna, un grupo de mineros alemanes, entre ellos los Boden, los Beckert, los Augspurg y los Korn, ponían en marcha las minas de plomo y plata de San Antonio de los Cobres y exportaban el metal hacia Hamburgo. También para esa época comenzó la era de los boratos. Con la puesta en marcha de la mina Tincalayu, en el salar del Hombre Muerto, durante la década de 1950 por parte de la vieja empresa Boroquímica Samicaf, Salta se convirtió en la principal productora de bórax de América del Sur. Desde 1940 a 1980, Salta fue la principal productora nacional de azufre con la mina Julia y el Establecimiento Azufrero Salta (EAS) de La Casualidad. Ello dio vida a la Puna y al ferrocarril minero ramal C-14, Huaytiquina. También se posicionó como la principal productora de uranio de la Argentina con la mina Don Otto, desde 1960 a 1980, abasteciendo con materia prima nacional a nuestras plantas nucleares.

El borato común de los salares (ulexita) permitió una creciente y sostenida industria de producción de ácido bórico y productos afines, liderando la producción nacional y alcanzando exportaciones a 42 países de los cinco continentes. A ello debe agregarse el valioso trabajo de pequeños mineros que explotaron sal, perlita, sulfato de sodio, ónix, yeso y otros minerales no metalíferos y rocas de aplicación.

Debí explayarme en una hora sobre cinco siglos de historia, condensando lo expresado a lo largo de tres centenares de páginas de mi reciente libro: “Historia de la minería de Salta y Jujuy, siglos XV a XX”. Alonso, R. N., 2010. Mundo Gráfico Salta Editorial, Ediciones del Bicentenario, ISBN 978-987-1618-19-4, 332 págs. Salta.

Sirva esta ajustada síntesis para rescatar el origen y evolución de la minería, de los proveedores mineros y, en especial, de sus momentos estelares.

domingo, 11 de septiembre de 2011

EL MILAGRO

El Milagro, entre la razón y la fe RICARDO N. ALONSO, Dr. en Cs. Geológicas lunes 12 de septiembre de 2011 Opinión
El terremoto de 2010 dio pie a una serie de interpretaciones que rozan el límite entre la ciencia y la religión. El Milagro es recordar las procesiones cuando se era niño de la mano del papá y de la mamá. El Milagro es la fiesta mayor de los salteños. El Milagro es recordar las procesiones cuando se era niño y se iba de la mano del papá y la mamá; es la apoteosis de esas imágenes gigantescas, que se elevaban desde la mirada asombrada del pequeño; son los perfumes de los naranjos de septiembre; es la llegada de columnas de lejanos peregrinos y promesantes; son las campanadas, despidiendo las imágenes a la oración; y también las manzanas confitadas y los dulces y golosinas que se recibían esos días. Digo que el Milagro es algo serio, algo profundo que llevamos muy adentro los salteños nacidos en este suelo, más allá de ser o no ser creyentes. Pero veamos qué se sabe del origen del culto del Milagro. Para ello tenemos que remontarnos a la vieja ciudad de Esteco, que fuera fundada por los españoles en el Chaco salteño a la vera del río Juramento en el siglo XVI. Esta ciudad colonial fue destruida por un fuerte terremoto de magnitud cercana a 7,5 un fatídico martes 13 de septiembre de 1692 a las 11 de la mañana. La ciudad de Salta sufrió los duros remezones provenientes de las ondas epicéntricas que golpearon todo el noroeste argentino y regiones vecinas. Fue allí cuando nuestros viejos comprovincianos descubrieron que tenían mal guardadas dos imágenes que habían llegado desde el Alto Perú. La idea de la época era muy clara: los terremotos y otros desastres naturales eran un castigo divino a las acciones pecadoras de los hombres, como un recuerdo atávico de las viejas ciudades de Sodoma y Gomorra. Ese mismo 1692, otra “ciudad pecadora”, Port Royal, en Jamaica, desapareció por un terremoto seguido de tsunami con igual intensidad al de nuestra Esteco. También allí se echaron las culpas a la vida licenciosa y a la falta devocional. En el caso de Jamaica, bebida, sexo y piratería fueron el cóctel ideal para que sufrieran el castigo reparador. En Salta el sismo fue una severa alerta para los viejos españoles que moraban en nuestro suelo colonial. Las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro fueron sacadas en procesión y quedo el 15 de septiembre como día del Pacto de Fidelidad entre lo celeste y lo terrenal. Comenzaron a transcurrir los siglos y desde entonces la región se ha visto golpeada en repetidas oportunidades por sismos de diferentes intensidades que han causado daños de distinta consideración a la vida y a los bienes de los habitantes. Entre ellos podemos mencionar el de enero de 1826 en Trancas, que no solo destrozó esa pequeña villa tucumana sino que destruyó también el viejo pueblo de Rosario de la Frontera. No sabemos qué repercusión tuvo este terremoto en la ciudad de Salta y otros pueblos del Valle de Lerma. El hallazgo de un manuscrito inédito correspondiente al “Diario Personal” de un comerciante español radicado en Guachipas desde fines del siglo XVIII arroja luz sobre el evento. Se trata de José Domínguez de Morón (casado en primeras nupcias con Josefa Benita Escobar Castellanos y en segundas, con doña Petrona Ubierna y Cámara), quien el 19 de enero de 1826 escribió lo siguiente: “En este día jueves, al nacer el sol, en este mismo instante, tembló la tierra con tan espantoso terremoto que quedamos todos los vivientes conturbados, aturdidos y como sin sentido” (Una copia del manuscrito se encuentra en la Biblioteca J. Armando Caro, Cerrillos, Salta). Es interesante resaltar que en el sismo de Salta de febrero de 2010, se repitió la misma sensación en la gente e incluso en las aves -que dejaron de cantar- y se produjo un largo silencio. A este le siguieron los de 1844, 1863, 1871, 1874, 1899, 1908 y 1930. Este último destruyó completamente el viejo pueblo de La Poma en vísperas de Navidad, dejando un luctuoso saldo de más de 36 muertos y decenas de heridos. Fue sin dudas el peor terremoto en la historia de Salta por el número de víctimas, ya que nada sabemos de lo que pasó en Esteco en este sentido. Además el único que ocurrió al oeste de la provincia, cuando todos los demás, por arriba de magnitud 5, se produjeron al este. Luego sucedería el de 1948, a la misma latitud de la ciudad de Salta, pero al este del departamento de Gral. Gemes, todavía grabado en la memoria colectiva a través de padres y abuelos. También hubo sismos de mayor o menor intensidad en 1959, 1966, 1973, 1974, 1993 y 2010, este último en pleno Valle de Lerma. A la sazón véase mi reciente libro (Alonso, R. N., 2010. “Riesgos geológicos en el norte argentino. Terremotos, volcanes, avalanchas, inundaciones, desertización y otros fenómenos naturales”. Mundo Gráfico Salta Editorial, ISBN 978-987-1618-50-7, 244 págs. Salta), donde se analizan los fenómenos naturales desde la óptica científica. Sin embargo, el terremoto de 2010 dio pie a una serie de interpretaciones que rozan el límite entre la ciencia y la religión. Desde el punto de vista sismológico fue considerado como un “terremoto anómalo”, ya que por su profundidad, intensidad y cercanía epicentral, debería haber causado daños mayores a la ciudad. La energía se disipó hacia la Quebrada del Toro, la cual quedó severamente dañada, pero permitió que la ciudad de Salta solo sufriera un fuerte remezón con consecuencias menores. Esto dio pie a que los salteños de fe lo consideraran un “acto de Dios”, de advertencia, que contó con la protección de los patrones tutelares. Precisamente este tema lo hemos debatido desde la religión y desde la ciencia con el señor arzobispo de Salta, monseñor Mario Antonio Cargnello, y un nutrido grupo de sacerdotes católicos en un evento organizado a este propósito en la capilla de San Lorenzo el 12 de abril de 2011. El domingo 4 de septiembre de 2011, en una entrevista realizada a monseñor Pedro Lira en El Tribuno, este sabio sacerdote, de 96 años de vida, se explayó sobre diferentes facetas de la espiritualidad. Cuando la periodista le preguntó sobre los terremotos, dijo que había que realizar “una cruzada de 400 mil salteños, para que entre todos paremos los terremotos” (pág. 37). Comentó que “tenemos que pedírselo al Señor y a la Virgen, son nuestros patronos y para ellos no hay nada imposible, si nosotros se lo pedimos con fe”. Y recalcó que “si todos nos uniéramos en este pedido con intensidad, podríamos detener los fenómenos naturales”. La historia demuestra que los terremotos se han seguido produciendo independientemente de cuanta fidelidad hayamos demostrado los salteños a nuestros patronos a lo largo de los siglos. Lo que sí está claro es que ni 400 mil salteños, ni 40 millones de argentinos, ni tampoco 4.000 millones de humanos rezando pueden frenar un terremoto, aunque, obviamente, sería maravilloso que así fuera.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Articulo diario El Tribuno sobre el Creston de Metan autoria del dr Alonso

El cerro Crestón de Metán RICARDO N. ALONSO, Dr. en Ciencias Geológicas lunes 05 de septiembre de 2011 Opinión
Hay cadenas de montañas que presentan cumbres que semejan la cresta de un gallo. Estas cumbres peñascosas reciben el nombre de “crestas” o “crestones”. Hay muchas crestas y crestones en la orografía argentina. Sin embargo, uno de los ejemplos más bellos y emblemáticos es el cerro Crestón en la provincia de Salta, una de las estructuras tectónicas, orogénicas, de los Andes Centrales del Sur. El Crestón es el cerro tutelar de los metanenses. Se encuentra ubicado a unos 30 kilómetros al oeste-noroeste de la ciudad de Metán y se eleva a 3.269 m sobre el nivel del mar. Téngase presente que la ciudad de Metán está a 800 metros sobre el nivel del mar, con lo cual el rechazo topográfico entre ambos puntos alcanza a casi los 2.500 metros. Desde el punto de vista geográfico, configura la divisoria entre la sierra de Guanacos al norte y la sierra de Metán al sur, formando ambas parte de un cordón mayor de orientación en el sentido meridiano. Otros picos de esta cadena son el cerro Malvinas (2.882 m), el cerro Morro del Venado (3.207 m), el cerro Alto del Venado (3.029 m) y el cerro Alto de Muñoz (2.509 m). Este bloque de montaña es el de mayor altura hacia el este de los Andes en esa latitud, antes de caer en las serranías bajas y en la llanura chaqueña oriental. Su cumbre es, a su vez, la divisoria de aguas o “divortium aquarum”, entre las aguas que fluyen al este y las que fluyen al oeste, pero todas formando parte de afluentes de la cuenca del río Juramento. Desde el punto de vista orogénico, la sierra de Metán comenzó a elevarse unos 10 millones de años atrás, durante el periodo Mioceno de la era Cenozoica. El “arrugamiento” andino hizo que fallas profundas arrancaran y elevaran a la superficie láminas de rocas viejas pertenecientes al periodo precámbrico. Un “hachazo” geológico o mejor dicho tectónico, divide a la sierra de Guanacos de la sierra de Metán. Precisamente, una falla transversal corta la sierra en sentido noreste-suroeste y pone en contacto rocas de distinta naturaleza. Así el corazón de la sierra de Guanacos está formado por las rocas de la Formación Puncoviscana, unas lajas grises filosas formadas hace más de 500 millones de años en el fondo de un antiguo océano de fines de la época precámbrica. Son de la misma época y composición que las que se encuentran en la Quebrada del Toro, entre Campo Quijano e Ingeniero Mauri. Por su parte, el núcleo de la sierra de Metán está formado por rocas de la llamada Formación Medina, también de la época precámbrica, pero que tienen un origen más “tucumano” en su desarrollo. Se presentan como rocas verdosas, con micropliegues, con un aspecto sedoso a micáceo, y pueden verse abundantes rodados en los ríos que bajan de la sierra como el caso del río Metán y otros. Ambas sierras están limitadas por fallas inversas en su borde oriental. A occidente están cubiertas por potentes sucesiones de rocas rojas y calizas amarillas pertenecientes al periodo Cretácico. Se trata de las rocas del Grupo Salta, y entre ellas están presentes principalmente las capas del Pirgua y las del Yacoraite. El subgrupo Pirgua está formado por paquetes de sedimentitas continentales principalmente conglomerados y areniscas de origen fluvial. Los conglomerados son gravas gruesas, formadas por cantos rodados cementados unos con otros en una matriz arenosa roja. Las lluvias lavan estas rocas y las van dejando como castillos derruidos. Precisamente, la cumbre del cerro Crestón está formada por los conglomerados rojos a marrones de la Formación La Yesera, parte inferior del subgrupo Pirgua, las que presentan esas formas de crestas que dan el nombre a la cúspide serrana. Finalmente, las sierras de Metán y Guanacos están contorneadas por rocas sedimentarias más jóvenes, pertenecientes al Terciario y cuyas edades comprenden al menos los últimos 15 millones de años. Forman parte de lo que en la estratigrafía del norte argentino se conoce como Grupo Orán con los subgrupos Metán y Jujuy. La otra gran cuestión sobre las sierras de Guanacos-Metán es a qué provincia geológica o morfotectónica pertenecen. En el norte argentino, se tienen provincias geológicas extensas, notables y bien definidas como la Puna, la Cordillera Oriental, las Sierras Subandinas y la Llanura chaqueña, a las cuales se agregan el Sistema de Santa Bárbara, las Sierras Pampeanas Septentrionales y las Cumbres Calchaquíes. El conjunto de serranías que nos ocupa están en una posición de transición entre unas y otras. Pueden considerarse como transicionales entre la Cordillera Oriental y las Sierras Subandinas, o bien con el llamado sistema de Santa Bárbara. En realidad, hay elementos estratigráficos y tectónicos, a favor y en contra, para poder definirlas dentro de una sola unidad. En sentido amplio, el bloque montañoso que contiene al cerro Crestón puede considerarse como perteneciente a la Cordillera Oriental. Numerosos arroyos y ríos bajan desde los altos de la serranía de Metán- Guanacos hacia el oriente, entre ellos los arroyos de las Mesadas y el de la Morcilla que conforman el río de las Piedras y que tienen sus nacientes en las faldas del Crestón, así como los ríos de Las Conchas, Metán y Yatasto. Desde el punto de vista fitogeográfico, las laderas bajas de las sierras al occidente de Metán pertenecen al dominio de la selva tucumano-oranense. En cambio, las cumbres están cubiertas por pastizales de altura. La cumbre del cerro Crestón, muestra la roca viva, de naturaleza conglomerádica, y una escasa cubierta de esos pastos de altura. La fauna es muy variada en el ambiente de selva donde abundan las aves, los chanchos del monte e incluso fue noticia en su momento por la caza irresponsable de un posible oso ucumar que terminó siendo un mono caí. También se encuentra la corzuela parda, hurón mayor, ocelote, yaguarundí, coatí, puma, pecarí de collar, el gato montés, pava de monte, loro alisero, urraca, loro de cara roja y tucán grande. En las cumbres se tiene uno de los últimos reductos del ciervo andino, la taruca, y precisamente dos de los picos montañosos de la serranía llevan los nombres de morro y de alto del Venado. Una excelente fuente bibliográfica para ampliar el tema es el libro “La historia de Metán” del profesor Eduardo Poma. La geología, la flora, la fauna, el clima y las aguas convierten a las sierras de Metán en un valioso patrimonio natural y científico que merece ser considerado en el marco de un verdadero turismo sustentable.