martes, 24 de julio de 2012

Opiniones Los glaciares y la minería


RICARDO ALONSO
Dr en ciencias geológicas
Unas Conicet



La hipótesis que voy a presentar es muy simple. En la reunión de Cartagena de Indias el presidente de Estados Unidos, Dr. Barack Obama, debió ponerla en autos a nuestra presidenta, Dra. Cristina Fernández de Kirchner, sobre un tema espinoso: los españoles -que ya habían coqueteado con los rusos- ahora querían meter a los chinos para manejar una reserva estratégica global de hidrocarburos no convencionales como es Vaca Muerta, en Neuquén.
Esto no podía ni iba a ser permitido por el imperio. El lunes siguiente se anunció la renacionalización con bombos y platillos, asumiendo al frente de la nueva empresa De Vido y Kicillof. Un par de días después, estos dos funcionarios estaban sentados frente a frente nada menos que con los representantes de Exxon, léase Rockefeller. O sea, que estamos hablando de una de las corporaciones gigantes del capitalismo que tiene fondos y espaldas suficientes para producir el famoso “shale oil” y “shale gas”, esto es, el petróleo y gas de esquistos. Ello requiere tecnología de punta para la fracturación de los reservorios e inversiones que superan varios miles de millones de dólares para extraer esos hidrocarburos que, por supuesto, no valen lo mismo que el gas y el petróleo convencional. O sea, que el autoabastecimiento, si alguna vez llega, va a venir de la mano de un combustible mucho, muchísimo más caro. Esta mera introducción sirve para entender cómo funciona el aplausómetro nacional.
Aplaudimos cuando se privatizó YPF de la mano de Menem en los noventa, volvemos a aplaudir ahora cuando la renacionalizamos en 2012. Nadie discute que es bueno que manejemos como Estado nuestros propios recursos energéticos, tal como lo hacemos con la energía atómica, aun cuando todavía resta volver a poner en funcionamiento, esto es, reexplotar nuestros viejos yacimientos y dejar de depender del uranio importado. Pero lo importante es trascender a un gobierno en un marco de seguridad jurídica y también de estabilidad jurídica, si se quiere salir del atolladero.


La política de desinversión en energía fue señalada y machacada hasta el cansancio, al igual que la distorsión en el precio del gas, el petróleo y la electricidad. El Estado creó Enarsa, que tenía que cumplir el papel de petrolera nacional, pero que no funcionó para nada, salvo para que sus funcionarios cobren sueldos de petroleros. Nos hemos acostumbrado a trascender la autocrítica y a mirar hacia atrás como si los propios actos hubiesen sido cosa de terceros.
La idea de este artículo no es entrar en disquisiciones políticas, sino en aclarar qué es esto que tanto se menciona de Vaca Muerta. La formación Vaca Muerta es el nombre que toma una unidad geológica que ocurre en la llamada Cuenca Neuquina y que se desarrolla mayormente en las provincias de Neuquén y Mendoza. Se encuentra allí una sucesión bastante completa de sedimentos acumulados durante el Jurásico y Cretácico, que representan una columna bastante completa de estos tiempos geológicos. Dicha sucesión de rocas sedimentarias se depositaron en un viejo golfo del océano Pacífico que se dio en llamar el Engolfamiento Neuquino.
Precisamente a fines del periodo Jurásico, el océano avanzó dentro del continente y comenzaron a depositarse sedimentos marinos muy ricos en materia orgánica. Téngase presente que para entonces las aguas eran cálidas y en ese mar vivía una extraordinaria fauna de reptiles marinos, tortugas y, por supuesto, los famosos amonites y muchísimos otros invertebrados, todos los cuales han servido para reconstruir la edad y el medio ambiente de ese tiempo. En el fondo marino y en condiciones anóxicas (sin oxígeno) se iba acumulando la materia orgánica proveniente del plancton marino y toda la demás masa muerta, que con el tiempo y el enterramiento comenzaría a convertirse en un bitumen. Esto ocurría unos 140 millones de años atrás y esos sedimentos negros son los que hoy se llama formación Vaca Muerta, que según los lugares alcanza un gran espesor y es lo que constituye una “roca madre”.
Técnicamente los petroleros la definen como “una roca madre generadora de petróleo de excelente potencial, con materia orgánica amorfa, portadora de querógeno tipo I/II, depositada en un ambiente marino anóxico”.
La maduración de la materia orgánica de esta roca generadora -que comenzó hace unos 80 millones de años- dio lugar a la formación de gas y petróleo que se liberó para ir a acumularse en trampas desde donde se lo extrajo como fluido convencional. Sin embargo, una enorme cantidad de ese hidrocarburo quedó atrapado en el “shale”, también llamado lutita o esquisto arcilloso, desde donde solo se lo puede liberar por medios mecánicos invasivos como es el de la fracturación hidraúlica del reservorio. Repsol-YPF anunció en 2011 que había “descubierto” ese petróleo y gas convencional, y que ello llevaba a un incremento de sus “reservas” y de sus “activos”. Metafóricamente, ese anuncio y ese día declararon la autopsia a la Vaca Muerta. Lo cierto es que ellos no descubrieron nada.
Los geólogos sabían desde hace un siglo que esa era una roca madre de hidrocarburos, incluso se había encontrado amonites embebidos en petróleo. Los fósiles comenzaron a estudiarse desde fines del siglo XIX y tuvieron un avance importante con los estudios de Carl Burkhardt, en 1903, y de Charles Weaver, en la década de 1920.
En la década de 1940 se destacan los trabajos del gran paleontólogo argentino Armando Leanza y más tarde de su hijo Héctor Leanza. Luego vendrían los detallados estudios de los fósiles por los doctores Alberto Riccardi, Susana Damborenea, Miguel Manceñido, Beatriz Aguirre-Urreta, Sara Ballent, E. Musacchio, entre un gran número de paleontólogos, y de las formaciones geológicas por los doctores Pablo Groebber, Pedro Stipanicic, Leonardo Legarreta, Miguel Uliana, Víctor Ramos y otro sinfín de geólogos argentinos, petroleros y académicos.
El otro punto es hablar de reservas y activos. El petróleo no convencional como está actualmente es un “recurso”, un recurso muy importante ya que es una de las formaciones de hidrocarburos no convencionales más importantes del mundo, pero no está cuantificado como reserva. Para hablar de reservas hay que hacer números finos de volúmenes de roca, contenido de hidrocarburo atrapado, viabilidad económica de su extracción y un largo etcétera. Recién allí se le puede poner un valor y pasar a considerarlo como un activo. Mientras tanto, es roca bituminosa como la que explotó Lola Mora en Salta en 1920 y produjo gas y petróleo no convencional sin tanta bulla y con cero tecnología.



Ricardo AlonsoHerramientasEtiquetasAyudaAyudaMineriaGuarda notaCompartir Compartir Facebook Likedin Twitter Delicious Google+ Menéame Digg it Myspace Newsvine Yahoo Enviar por mail ImprimirAgrandar textoAchicar textoGet Adobe Flash player

El hombre de a pie es bombardeado todos los días por una enorme cantidad de información mediática, en muchos casos distorsionada, retorcida, encubierta y hasta directamente mentirosa, que genera una enorme confusión entre lo que es lógico, verosímil y de sentido común.

Esa información genera imágenes que rotulan a las cosas en buenas o malas, de acuerdo al interés de quienes las potencian.

Muchas veces responden a intereses políticos, en otros casos económicos y más aún ideológicos. Un famoso actor argentino hace un spot televisivo sobre la mina de carbón de Río Turbio en la Patagonia austral diciendo que ello llevará al derretimiento de los glaciares, y a cartón seguido la organización ambiental que lo patrocina, de origen inglés, pide colaboración económica para sostener sus actividades de “protección del medio ambiente”.

El planteo corriente es que la quema de carbón, al igual que la de los hidrocarburos líquidos y gaseosos, genera dióxido de carbono que es un gas de efecto invernadero, esto es que se acumula en la atmósfera y potencia el calentamiento del planeta y por lo tanto la evaporación de los hielos.

Hasta ahora no está para nada claro cómo funciona realmente el ciclo del carbono a escala global, tanto en su producción natural como en la humana o antropogénica y sus mecanismos de secuestración.

Lo que sí está claro es que los grandes productores de anhídrido carbónico son los países industrializados del hemisferio norte, tanto Estados Unidos como algunos de Europa y Asia.

Barrera “elegante”

Entonces la manera más elegante de compensar el desfase es obligar a los del sur, entre ellos nosotros, a que no toquemos nada, que no produzcamos nada, que no nos desarrollemos, o lo que es lo mismo que dejemos dormir nuestros recursos naturales y que nos empobrezcamos.

Todo ello para lograr el balance de equilibrio entre los gases de la muerte que ellos producen (metano, dióxido de carbono, cloroflurocarbonos) y el gas de la vida que producimos nosotros, o sea el oxígeno del gran continente verde que es América del Sur.

Miles de usinas térmicas a carbón funcionan en el hemisferio norte desde China a los Estados Unidos. Sin embargo, atacan a la Argentina por una única planta en el lugar más remoto de la Patagonia, como es Río Turbio.

Ahora bien, esa mentira puesta todos los días en los medios televisivos, termina convenciendo al ciudadano urbano de que es una realidad veraz. Lo que sí tiene que quedar en claro es que ni una planta ni cien plantas que funcionen a carbón en la Argentina van a producir el más mínimo efecto sobre los glaciares.

Si hay algo que necesitamos es precisamente energía y tenemos que obtenerla de todas las fuentes convencionales y no convencionales que tiene el país. Porque disponer de energía y consumirla ampliamente significa crecimiento.

Por más que nos quieran hacer creer lo contrario. América del Sur tiene una extraordinaria cordillera en su sector occidental que se extiende unos 9.000 km de norte a sur. Alcanza alturas máximas en el Aconcagua, una montaña que roza los 7 km de altura sobre el nivel del mar.

Los Andes Centrales tienen en conjunto las mayores alturas, entre ellos los volcanes más altos del mundo, como el caso de nuestro Llullaillaco. La línea de las “nieves eternas” va subiendo desde cero metro en la Antártida, donde los glaciares están a nivel del mar, hasta alcanzar alturas próximas a 6.000 metros en la Puna argentina.

La línea de nieves

Es interesante señalar un hecho casi desconocido y es que la línea de nieves permanentes en la Puna argentina es la más alta del mundo, o lo que es lo mismo decir que en cualquier otro lugar del planeta donde haya nieves permanentes éstas arrancan a mucho menor altura.

Para que se forme un glaciar tienen que darse una serie de condiciones entre el balance del agua caída y el agua evaporada y la posición de la isoterma de cero grado centígrado. De nada vale que tengamos una región helada si la misma es un desierto seco donde no se producen precipitaciones. Un cerro blanco en invierno puede ser la simple caída de granizo y por lo tanto de duración efímera.

Para que se forme un glaciar hace falta entonces una importante acumulación nívea y que ésta se convierta en hielo y que éste hielo empiece a fluir lentamente en función de la pendiente.

El hielo continental patagónico tiene abundantes glaciares que caen hacia la ladera atlántica de Argentina o hacia la ladera pacífica de Chile, y un ejemplo destacado es el glaciar Perito Moreno.

Ahora bien, cuando se habla de glaciares cordilleranos en la frontera de Argentina y Chile, fuera de ese ámbito patagónico, no existe más ese ícono del Perito Moreno. No hay miles de “Peritos Morenos” a lo largo de la Cordillera como se trata de inculcar, sino simplemente manchones de hielo y acumulaciones varias de nieve que son el relicto del último Máximo Glacial (LGM) que ocurrió en el Pleistoceno entre 20 y 18 mil años atrás.

Como dijimos, nuestra Puna seca tiene escaso hielo arriba de los 6.000 metros. Donde sí se desarrolla un importante ambiente glacial es en la Cordillera Real de Bolivia, donde los vientos húmedos amazónicos descargan hasta 5.000 milímetros anuales en los valles de Yungas y el resto de la humedad se estrella contra la cadena montañosa que bordea el Altiplano entre los cerros Illampu al norte y el Illimani al sur, superando ambos los 6.400 metros.

Minerales sí, hielo no

Ahora bien, desde que Alvaro Alonso Barba escribió en 1640 su famosa obra “El arte de los metales”, se sabe que donde hay minerales no hay hielo. Precisamente él aconsejaba a los prospectores mineros de la época colonial que se fijaran después de las nevadas aquellos lugares donde no se acumulaba la nieve porque esa era una guía de que allí podía haber un depósito mineral.

Y esto ocurre por una razón muy simple, y es que los minerales en su mayoría son sales y la sal tiene la propiedad de evitar el congelamiento del agua. Esa es la causa por la cual el agua marina del Ártico o del Antártico no están congeladas a pesar de estar bajo cero grado y también el motivo por el cual se agrega sal en los caminos para derretir la nieve.

De todos modos, la minería se puede hacer en forma segura haya o no haya glaciares, y así se realiza en Rusia, Canadá o Alaska, con grandes extensiones cubiertas por los hielos. Finalmente, rescato una frase del ex diputado Luis Felipe Sapag quien decía: “El desarrollo es inexorable; no es posible la vuelta atrás en la dependencia de la humanidad respecto de la tecnología y la utilización masiva de los recursos naturales: si se hiciera caso al reclamo ultraecologista, en pocos meses desaparecería catastróficamente, por hambre y enfermedades, la mitad de los seres humanos”.

Está claro que el uso de los glaciares y otros íconos ambientales son una pantalla engañosa en contra del desarrollo legítimo de los países aún subdesarrollados.

lunes, 16 de julio de 2012

Las dunas de Cafayate: Un paisaje que fluye


Opiniones PANORAMA CIENTIFICO.


                                                                    Ricardo Alonso

El campo de dunas cubre un área de unos 20 kilómetros cuadrados y está compuesto por tres sectores.

Las dunas están recubiertas por óndulas eólicas similares a las ondas que genera el oleaje en una playa.

Muy cerca de Cafayate, en la amplia planicie del río Santa María, se extiende un pequeño “mar de arena” conocido en forma generalizada como Los Médanos. La ruta nacional N§ 68 que une Salta con Cafayate pasa por sobre esas acumulaciones de arena expuestas al castigo diario de los vientos. Apenas sorprenden cuando se las cruza, más aún con la ruta asfaltada actual y el bosque de algarrobos saltuarios que las tapan parcialmente. Sin embargo, cuando uno se aleja del camino y se interna un corto trecho se encuentra con acumulaciones de arenas que alcanzan los 15 metros de altura. Se trata de dunas que se distribuyen en un campo amplio y que tienen formas diferentes. Las más comunes son las que semejan a “lomos de ballena” y también las llamadas barjanes y linguoides. Estas últimas tienen la forma de una media luna donde los vértices apuntan en dirección del viento (barjanes) o en contra del viento (linguoides), dando geoformas de una extraordinaria belleza aerodinámica. En el ambiente de Cafayate se dan combinaciones de ambas.

El estudio detallado de las dunas cafayateñas fue realizado por el geólogo Felipe Rivelli, quien comenzó a estudiarlas durante su trabajo de tesis en la década de 1970, y a quien acompañé siendo estudiante de geología. Desde entonces Rivelli ha publicado numerosos trabajos al respecto aclarando los principales aspectos de su origen y evolución. El campo de dunas cubre un área de unos 20 kilómetros cuadrados y está compuesto por tres sectores que vistos desde el aire tienen una forma de grandes lóbulos. Todos apuntan y avanzan desde el noreste hacia el suroeste con dirección a Cafayate. La ruta 68 cruza el lóbulo norte. El color de las arenas es gris claro a blanquecino. Esto hace que tengan un alto albedo o sea una fuerte reflectividad de la luz solar. Como se sabe, las superficies claras reflejan y las oscuras absorben. Por la tonalidad clara las dunas de Cafayate reflejan la luz y en los días de fuerte sol la temperatura superficial de la arena llega a los 50 grados. Esa es la razón por la que al entrar en contacto con la vegetación circundante la terminen tostando y por ello se ven los algarrobos secos y muertos por el avance de las arenas. Si uno se baja del vehículo y recoge arena con la mano se va a dar cuenta de que es una arena de grano fino a mediano formada esencialmente por cristales de cuarzo y por micas.




Los granos de cuarzo no son del todo redondeados y pulidos como ocurre en otras dunas más maduras, sino del tipo subredondeados a subangulosos. Las micas las hay de dos tipos: blanca y negra. La blanca transparente es la muscovita y la negra es la biotita. Son de tamaño fino por el desgaste que sufren por el transporte del viento y cuando se libera la arena de la mano queda brillosa por la mica, muy fina, adherida. Algunos turistas llegan a las dunas en short de baño y se revuelcan en la arena quedando brillantes por la cantidad de mica adherida. Esto es más notable de noche y con la luna llena donde las pequeñas láminas de mica transparente se convierten en miles de espejuelos que reflejan la luz y hacen brillar los cuerpos que aparecen como peces plateados a la luz de la luna. La zona donde se encuentra el campo de dunas se ubica entre Cafayate y la junta de los ríos Santa María y Calchaquí. Es una comarca plana, árida a semiárida, con escasas precipitaciones anuales, baja nubosidad, sol intenso, importante amplitud térmica diaria y vientos casi permanentes del cuadrante nordeste. Estos parámetros ambientales permiten que se movilicen y acumulen las arenas formando las dunas. En algunos casos la vegetación le gana a las dunas y las fija, mientras que en otros la arena gana terreno sobreponiéndose a la vegetación y avanzando. En ese avance puede afectar a la ruta que debe ser despejada cada tanto de la arena acumulada, a los puentes y obras afines, a la aeropista e incluso al mismo río Santa María, que queda engullido por la arena, lo que le obliga a desaparecer de la superficie o a cambiar su cauce.

Hasta mediados del siglo XX el paso de vehículos por la región de las dunas era una verdadera odisea y muchos viajeros daban cuenta de ello. Durante un tiempo se utilizó alambre tejido para marcar la huella que tenían que seguir los automóviles para no quedar enterrados. Las dunas tienen las clásicas caras de barlovento y sotavento, suave la primera y con pendiente abrupta la segunda. Están recubiertas por óndulas eólicas similares a las ondas que genera el oleaje en una playa. De noche deja de soplar el viento y los animales nocturnos salen a recorrer las arenas. A la mañana temprano se puede ver un fascinante muestrario de huellas y pisadas que hablan de la intensa vida oculta de los arenales y que tiene que ver con roedores, aves, serpientes, artrópodos, insectos y otros elementos de la fauna del desierto. En los frentes de las dunas de fuerte pendiente las arenas se desestabilizan y se producen coladas a la manera de pequeños glaciares de arena. Esto coadyuva al avance de las dunas. La pregunta que se hacen los que llegan hasta allí es ¿de dónde salió tanta arena? Diremos que hace unos 30 mil años colapsó la ladera del cerro El Zorrito por un sismo de gran magnitud, generando un dique natural que embalsó las aguas del Valle Calchaquí en su salida a la quebrada de Las Conchas. Se formó entonces un gran lago que llegó hasta San Carlos por el norte y Tolombón por el sur. En ese lago se depositaron arenas y arcillas productos de la erosión de las rocas de la región, sobre todo las rocas micáceas metamórficas de las cumbres de Quilmes o Cajón.

El lago permaneció algunos miles de años y se formó un importante depósito sedimentario. Luego se rompió el dique y las aguas volvieron a fluir libremente. Los depósitos de arenas y arcillas comenzaron a ser destruidos por la erosión, liberando las arenas, las que fueron arrastradas y amontonadas por el viento formando las primeras dunas. Con el tiempo estas crecieron más y más a expensas de esos viejos depósitos lacustres, y también deltaicos y fluviales. Las arenas han demostrado no ser útiles ni para su uso en vidrio ni en la construcción. Cuando se comparan imágenes aéreas de la década del sesenta y actuales, se pueden ver cambios notables de un paisaje que muta en forma permanente. Y que ha mutado repetidas veces por los cambios climáticos más húmedos y más secos del pasado. Las dunas de Cafayate, más allá de su problemática, son hoy un atractivo turístico para la región y en tal sentido deben ser puestas en valor.

lunes, 9 de julio de 2012

Los desiertos pintados de Salta y Arizona




                                                               Ricardo Alonso



El norte argentino en general y Salta en particular ostentan paisajes asombrosos y a la vez desconocidos. La Puna, con sus exóticos valles de Marte y de la Luna, como así también sus espectaculares conos volcánicos y magníficos salares, sorprende al viajero que encuentra una postal surrealista única cuando atraviesa esa inhóspita comarca reseca y desértica. La cordillera oriental, con sus profundos cañones que cruzan diagonalmente las montañas o corren paralelos a ellas, deja también una increíble variedad de rocas multicolores y formas de erosión que dan lugar a paisajes de una notable belleza. Piénsese en nuestro pequeño “cañón del Colorado” en el camino a Cafayate o bien en la quebrada de Humahuaca tomados ambos como ejemplos clásicos.

Estamos tan acostumbrados a nuestros paisajes que hemos perdido la capacidad de asombro. No así los turistas que llegan por primera vez y se deslumbran con las bellezas paisajísticas de la región.

Técnicamente nuestros paisajes están subexplotados, salvo los que tienen su propia fama.

En el mundo, el geoturismo (esto es, el turismo geológico o de paisajes) mueve lo mismo y en algunos casos más visitantes y dinero que el turismo cultural. Baste citar como ejemplo el parque nacional del Gran Cañón del Colorado, en Estados Unidos, que recibe más de cuatro millones de visitantes por año. Otro de los paisajes famosos en Estados Unidos, también muy visitado, se encuentra en Arizona y se conoce como Painted Desert (Desierto Pintado). El nombre de Desierto Pintado le fue dado por los conquistadores españoles alrededor de 1540.

Su denominación en inglés, con la que ahora se lo conoce, es mucho más tardía. El Painted Desert está formado por una serie de formaciones geológicas multicolores en el desértico ambiente del oeste de los Estados Unidos. Se trata de la formación chinle, una unidad de rocas sedimentarias del periodo Triásico, compuesta mayormente por materiales finos de tipo limosos y arcillosos que descansan en posición casi horizontal. La erosión a lo largo de milenios excavó los sedimentos dejando toda clase de formas (geoformas) con aspectos de pirámides, peldaños, escalones, mesadas y otros con las caras trabajadas por cárcavas que dejan figuras de cuchillas y arañazos. Todo ello configura un típico paisaje de tierras yermas y estériles, o Bad Lands, que es como se las conoce internacionalmente. La variedad de colores y tonalidades de las capas sedimentarias que componen a esa formación geológica se corresponden con rojos, naranjas, amarillos, blancos, grises y morados que alternan en franjas dando un vistoso bandeado. No hace falta mucha imaginación poética para ver allí los colores de la paleta del pintor o un arco iris plasmado en roca. El Painted Desert forma parte del parque nacional Petrified Forest, esto es, de los bosques petrificados. Precisamente esa formación geológica conserva restos de troncos fosilizados de coníferas que vivieron a principios del periodo Mesozoico y también huellas de dinosaurios. Obviamente los norteamericanos explotan en dicha región un combo paisajístico cultural y natural consistente además en restos arqueológicos, la histórica ruta 66, el cráter meteorítico “cañón del Diablo”, el cercano cañón del Colorado, la reserva de los indios navajo y hasta el famoso Four Corners, un monolito que marca el lugar donde se unen cuatro estados: Colorado, Utah, Nuevo México y Arizona. Ahora bien, a qué viene esta larga explicación sobre esa parte “pintada” del desierto de Arizona. Simplemente porque en un curso que dicté para la Asociación de Guías Profesionales de Turismo de Salta, hice una pequeña trampa que consistió en intercalar una imagen del Painted Desert en medio de los paisajes salteños.

Cuando pregunté al más de medio centenar de asistentes, todos ellos guías profesionales y especializados en el norte argentino, respondieron casi al unísono que se trataba de Los Colorados. Hay muchos lugares con esa toponimia en la geografía del NOA, entre ellos uno pegado al cerro de los Siete Colores, en Purmamarca, y algunos más en la Puna. Pero todos estaban contestando que correspondía al camino que sale a Seclantás desde el parque nacional Los Cardones.

Efectivamente ese era el lugar ilustrado, con lo cual quedó claramente demostrada mi hipótesis sobre el extraordinario parecido entre esa región de Arizona -que tuve la suerte de estudiar en mis investigaciones geológicas en Estados Unidos, y que por tanto conozco de primera mano- y el bellísimo paraje en la bajada hacia el valle Calchaquí. El acceso desde Salta es a través de la ruta provincial 33, que franquea la quebrada de Escoipe y la cuesta del Obispo hasta alcanzar la Piedra de Molino (3.348 m) y baja luego ya dentro del parque Los Cardones hacia la laguna seca de Cachipampa para tomar la recta de Tintín. A poco de andar, se alcanza el cruce con la ruta provincial 42, señalada como “A Seclantás” y que luego de recorrer 30 km llega al río Calchaquí. Es en esta ruta, al este del bello y raro cerro Tintín, donde se encuentra el “desierto pintado” salteño y también algunos de los más espectaculares cardones gigantes y algarrobos centenarios que se conservan en la provincia y que me fueran señalados por ese sabio recientemente desaparecido: el Ing. Roberto Neumann. El desierto pintado de esa región calchaquí corresponde a formaciones geológicas polícromas, formadas por capas sedimentarias de materiales finos (limosos, arenosos, arcillosos), en donde la erosión generó un paisaje de “bad lands” o tierras malas.

Los colores y tonalidades son el rojo, naranja, blanquecino, grisáceo, morado y rosado, que se alternan en estratos bandeados que se encuentran inclinados.

Los bellos e impactantes “Valles de Marte” en la Puna





                                                                      Ricardo Alonso
Cuando se recorre la Puna y se atraviesan grandes distancias resecas y vacías, de rocas desnudas y vegetación ausente, a veces blancas a grises cuando se cruza por rocas volcánicas o bien de color rojo sangre cuando se trasponen capas sedimentarias oxidadas por hierro, suele ocurrir que el viajero sorprendido haga un parangón con la Luna o con Marte.

No es raro entonces que varios lugares reciban el nombre de “Valle de la Luna” en la toponimia de los guías de turismo, aunque los dos ejemplos emblemáticos son el Valle de la Luna, en San Juan, patrimonio de la humanidad por su extraordinaria riqueza paleontológica en dinosaurios del Triásico (entre ellos los dinosaurios más viejos del mundo) y el Valle de la Luna que se encuentra en las inmediaciones del pueblo de San Pedro de Atacama, a orillas del salar Atacama en el norte chileno. San Pedro de Atacama es un oasis en el desierto que se ha transformado en un lugar turístico por excelencia, que presenta un combo de atracciones con un rico museo arqueológico (Museo Le Paige), la cercanía a los géiseres del Tatio, las ruinas de los antiguos habitantes atacameños, una amplia gama de hoteles, la vecindad del salar de Atacama (el segundo en tamaño de los Andes Centrales después del de Uyuni, en Bolivia) y el Valle de la Luna.

Este último no es otra cosa que viejas formaciones evaporíticas de sal y yeso, las que forman la llamada cordillera de la sal y que se corresponde con los viejos depósitos de un gran salar previo al de Atacama, hoy deformado y replegado por el arrugamiento tectónico andino. Precisamente hay también en nuestra Puna capas replegadas de sal y de yeso, producto del depósito en viejos salares que fueron rotos por la tectónica andina y que yacen a las orillas o bien formando islas en algunos de los actuales salares como los de Antofalla, Arizaro, Pastos Grandes y Hombre Muerto, por citar las más conocidas. Muchas de ellas son exactamente iguales en su origen a las de San Pedro de Atacama y pueden bautizarse sin tapujos como “Valles de la Luna”, y así fueron oportunamente propuestos en uno de los capítulos de mi libro: Alonso, R. N., 2010. La Puna Argentina. Ensayos históricos, geológicos y geográficos de una región singular. Mundo Editorial, 360 p., Salta.

Ahora bien, el motivo de esta nota es referirse al otro tipo de paisaje similar que se encuentra en la Puna, el de los “desiertos rojos” que despiertan en la imaginación de los viajeros su parecido con el planeta Marte. Marte, el planeta rojo, es un mundo reseco, oxidado, con una atmósfera muy tenue y bajísimas temperaturas. Las imágenes obtenidas por los últimos vehículos robot espaciales dan cuenta de ello, como se aprecia en las ilustraciones del bellísimo y bien documentado libro publicado en 2011 por William K. Hartmann, con prólogo del geólogo planetario español Francisco Anguita, titulado “Guía turística de Marte” (Ed., Akal, 478 p.). En la Puna Argentina se encuentran paisajes que guardan un gran parecido con Marte cuando se comparan imágenes satelitales de ambos lugares.

Precisamente algo de esto me tocó realizar en la década de 1980 con Arthur Bloom, Teresa Jordan y Eric Fielding de la Universidad de Cornell (Nueva York) en el marco del análisis e interpretación de imágenes satelitales para un proyecto de la NASA y el Instituto para el Estudio de los Continentes (INSTOC). Trabajamos entonces con las primeras imágenes Landsat5-TM de la Puna. Más allá de lo anecdótico que resultaba comparar las distintas superficies del relieve en función de su reflectividad y el de especular con los agentes de erosión entre otras cuestiones de interés, lo cierto es que ello nos permitió comprobar algunos parecidos notables entre el planeta rojo y nuestra Puna. Precisamente hay en la Puna paisajes que lucen como de “otro mundo”. De noche las serranías de sal que contienen además el yeso transparente o selenítico parecen arder en millones de espejos a la luz de la luna llena.

Pero lo que sorprende de día es cuando se atraviesan regiones donde reina el más absoluto desierto y las rocas rojas, resecas y desnudas, inducen a pensar en un paisaje marciano. Muchos de estos lugares se encuentran al oeste de la Puna. Entre ellos se destaca la región que media entre el salar de Pocitos y las laderas orientales del cerro Macón a lo largo de la ruta provincial 27. Precisamente entre Siete Curvas y Abra de Navarro, antes de llegar al pueblo de Tolar Grande, que se encuentra próximo al borde del salar de Arizaro, y siguiendo el curso de cauces secos se cuenta con uno de esos paisajes de capas rojas o “red beds” como son designados en inglés. Se trata de capas rojas del período Terciario, cuya edad se extiende entre el Oligoceno y el Mioceno y que fueron depositadas en viejos ambientes fluviales, eólicos y evaporíticos que existieron en la Puna entre 26 y 10 millones de años atrás.

Sedimentos de lechos de ríos, dunas fósiles de arenas acumuladas por el viento y sales depositadas en lagos secos de alta evaporación, todas ellas fuertemente impregnadas con óxidos de hierro en estado químico férrico transmiten un color rojo sanguíneo que alcanza su apoteosis en los días de plena radiación solar y cielos limpios y cristalinos. Uno de los puntos que reúne todas las características de “paisaje marciano” es el que recibe el nombre de “Salar del Diablo”, a escasos centenares de metros de la ruta 27. Allí se presenta una depresión con una fina costra de sal en el fondo que parece escarcha, todo rodeado de capas profundamente rojas y donde no hay rastros de vegetación ni de vida. Obviamente que existe la vida propia del desierto, pero ésta permanece casi invisible en esos lugares.

Lo interesante es analizar en conjunto los cañones secos, las depresiones, el fuerte color rojo de los sedimentos, la soledad del lugar, todo en un símil que recuerda los cráteres y cañones rojos marcianos de las imágenes allí logradas. Valga como ejemplo este “Valle de Marte” en la región de Tolar Grande, pero cuanto más seca es la Puna hacia el Oeste y más capas rojas quedan a la vista se torna posible reconocer decenas de lugares similares. Hasta incluso algunas dunas de arenas rojas que en nada envidiarían a las conocidas ahora allá en Marte.

El inventario de nuestros “Valles de la Luna” y “Valles de Marte” en la Puna no solamente agregará nuevos elementos a la geografía paisajística de Salta, sino que permitirá poner en valor algunos sitios geológicos que hasta ahora no han sido considerados y que son ver daderas maravillas escénicas