viernes, 22 de febrero de 2013

El pulso de la Nación, entre el Congreso y la calle

                                                                     Antonio Casado
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM

Fue el presidente del Gobierno quien utilizó el paro como unidad de medida para conocer el estado de la Nación. Para revertir la situación económica hemos de crear empleo. “Lo demás es secundario”, dijo el miércoles al comenzar su discurso. Así que si le tomamos el pulso a la Nación a partir del indicador marcado por el propio Mariano Rajoy como primer problema (paro) y primer objetivo (creación de puestos de trabajo), hemos ido a peor. Al cierre del año 2012, 691.700 parados más y 850.400 puestos de trabajo menos.

Las consecuencias son muy visibles, hasta en el discurso del presidente: “Nunca estuvieron tan repletos los comedores sociales”. El hilo argumental nos hace ver inmediatamente que, gracias a las medidas del Gobierno y los sacrificios de los ciudadanos, dolorosos pero inevitables, “ya hemos sacado la cabeza del agua”. Conclusión: “Hoy tenemos futuro y hace un año no lo teníamos”. Fin del discurso. Éxito de crítica y público entre los 186 diputados del PP e incómoda sensación de que la ciudadanía sale con la cabeza caliente y los pies fríos. Así se desprende del relato servido por los medios de comunicación en las dos jornadas del llamado debate sobre el estado de la Nación. ¿O era sobre el estado de Rajoy?

En los sondeos no aparecen señales de que los nacionales hayan estado muy pendientes del acontecimiento. Y los que lo hicieron detectaron pronto la desconexión entre lo que se dice en el hemiciclo y lo que se dice en la calleSi de verdad era sobre el estado de la Nación, sus señorías han perdido el tiempo. En los sondeos no aparecen señales de que los nacionales hayan estado muy pendientes del acontecimiento. Y los que lo hicieron detectaron pronto la desconexión entre lo que se dice en el hemiciclo y lo que se dice en la calle.
 Probablemente la misma desconexión o distancia existente entre lo que se promete en unas elecciones y lo que el ganador hace luego desde el poder. Se explica: “No he podido cumplir mis compromisos electorales porque he tenido que cumplir con mi deber como presidente del Gobierno”. El argumento desliza la incómoda tesis de que las promesas electorales del aspirante a presidente están reñidas con la función institucional que asumirá si gana las elecciones. Y nos lleva a la aberrante conclusión de que el programa electoral del PP estaba hecho con los pies y, por tanto, habría sido desastroso aplicarlo desde Moncloa.

Se da por bueno si ayuda a superar los males que nos ahogan. A saber: paro, recesión económica, pobreza, desigualdad, corrupción, desaliento, brote secesionista y desprestigio de las instituciones. Un Mariano Rajoy voluntarista, exculpatorio y alejado de la realidad, nos dijo ayer que “hay vida después de la crisis”. Y anteayer, que “hemos dejado atrás la sensación de desastre inminente”. Lo soltó después de constatar la reducción del déficit público (se incumple lo comprometido, pero la UE hace la vista gorda), una cierta mejora en la balanza de pagos (más dinero a recibir por exportaciones que a pagar por importaciones) y el hecho de que la España empobrecida va a ser perceptora neta de la UE (aportaremos menos de lo que recibiremos).

Consideraciones técnicas que no consuelan a las personas que se libraron de la sensación de desastre inminente para vivir en el desastre cotidiano. A esas personas no les hará gracia que Rajoy les explique que están donde están “porque hemos gastado lo que no teníamos”. Un plural injusto, por no decir ofensivo, que sirve al gobernante para transferir al ciudadano la responsabilidad de una crisis que tiene culpables perfectamente descritos. Y esos culpables, esos responsables, están entre la clase dirigente y no entre la clase dirigida.

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