martes, 12 de febrero de 2013

El adiós del Papa zumba en los oídos del Rey y de Rajoy

                                                                      Antonio Casado
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM
A mediodía de ayer, Benedicto XVI anunció en latín, formal y libremente, como manda el protocolo vaticano, que el próximo día 28 de febrero deja el trono de San Pedro (“por el bien de la Iglesia”) y se retira a un convento de clausura. Y todas las cuentas de las redes sociales, excepto la suya (@Pontifex), convirtieron la noticia en el acontecimiento más comentado del día. También en España. Con una salvedad. De la sorprendente noticia, “El Papa dimite”, lo que triunfó fue el verbo y no el sujeto.

Es la derivada nacional de un acontecimiento cuyo precedente más próximo nos remite al año 1415 (Gregorio XII). Hace casi seis siglos, oiga. No hace falta remontarse tanto tiempo para encontrar la renuncia al trono de un rey español. La espantada de Amadeo de Saboya fue en 1873. O la dimisión de un presidente del Gobierno. Ahí tenemos todavía fresca la de Adolfo Suárez a principios de 1981. ¿Quién va a reprochar a nuestros jerarcas que no saben irse a tiempo como los papas?

Los ecos nacionales en esos foros se tomaron la renuncia del Papa como excusa suplementaria para glosar las ventajas de una dimisión a tiempo, previo reconocimiento de una situación de incapacidad. Por si cunde el ejemploSin embargo, ayer le zumbaron los oídos al Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, y al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que compartieron el protagonismo con Benedicto XVI en esa red de redes que desconoce las fronteras de la libertad de expresión. Tampoco en los circuitos convencionales, mediáticos y políticos, dejó de circular la malicia. Empezando por la reacción oficial del PSOE. “Respetamos profundamente la renuncia del Papa, aunque no es esta la que nosotros habíamos pedido”, dijo Elena Valenciano. La espontánea carcajada de los periodistas hizo innecesaria cualquier aclaración a las palabras de la número dos del partido.

Sería una insensatez entrar al trapo de quienes ayer alzaron en las redes sociales la pancarta de que “el Papa dimite porque no es español”. Las comparaciones son odiosas. Pero el síntoma de la desafección de nuestros conciudadanos respecto a sus dirigentes reapareció ayer en esas redes sociales a las que Benedicto XVI se incorporó hace dos meses porque, según monseñor Claudio Maria Celli, una especie de ministro de Comunicaciones del Vaticano, “el deseo del Santo Padre es estar allí donde los hombres habitan”. Los ecos nacionales en esos foros se tomaron la renuncia del Papa como excusa suplementaria para glosar las ventajas de una dimisión a tiempo, previo reconocimiento de una situación de incapacidad. Por si cunde el ejemplo.

Ya nos acercaremos al proceso de sucesión en la cúpula de una Iglesia católica afectada por una sensible caída en el número de fieles, las tensiones internas en la corte vaticana y los escándalos de pederastia. Hoy tocaba referirse a esta curiosa, pero sintomática, reacción popular de cercanías a la noticia dominante de ayer. La oficial estuvo marcada por el respeto a la decisión de Benedicto XVI, que ha puesto los intereses de la institución por encima de los suyos personales. En estos términos: “He de reconocer mi incapacidad para ejercer el ministerio que me fue encomendado”. ¿Realmente son odiosas las comparaciones?

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