Antonio Casado
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM
Hace unos días se me ocurrió poner en el tablón de anuncios del ágora digital que “la Jefatura del Estado y la Presidencia del Gobierno están en manos de dos indeseables”. Entre quienes se quedaron en la literalidad de la frase, unos se rasgaron las vestiduras y otros, ay, le dieron conformidad. Es evidente que me refería a Iñaki Urdangarin y Luís Bárcenas. Si no los mencioné expresamente se debió al contexto y la limitación del espacio. Pero hay gente esquinada, qué se le va a hacer.
Hecha la aclaración, conviene dedicarle un turno a la situación de un país cuyos principales centros de poder institucional, y sus respectivos titulares, están a merced del poder conminatorio (algunos lo llaman “chantaje”) de esos dos protagonistas de la maloliente actualidad. No sólo eso. Según se va representando el drama, aparecen actores y actrices de reparto que dan mucho juego en escena. Unos alrededor de Bárcenas, por la parte de Moncloa, como Jesús Sepúlveda. Otros alrededor de Urdangarin, por la de Zarzuela, que llegan cargados de bombas fétidas, como Diego Torres o la princesa Corinna.
Siguen sin despejarse las incógnitas sobre el origen de la fortuna acumulada por el extesorero del PP. Pero el proceso indagatorio por la vía legal resulta atropellado por el sentido común de los españoles cuando se trata de hacer la pregunta del millón: ¿de dónde saca la fuerza el barón de la peineta para que el presidente del Gobierno no le repudie públicamente o los dirigentes del PP mientan como bellacos cada vez que se refieren a las relaciones laborales del partido con su extesorero?
Después de la demanda presentada ante el PP por despido improcedente, a Luis Bárcenas sólo le queda apuntarse al paro y empezar a cobrar la prestación por desempleo. Tiene derecho, gracias a las cotizaciones que el PP le ha venido pagando hasta finales del mes pasado, aunque la número dos del partido, María Dolores de Cospedal, declaró no hace mucho tiempo que este señor había sido despedido en abril de 2010, aunque se mantuvo una relación laboral “simulada”.
Mientras tanto, sigue avanzando el proceso de vulgarización de la Corona. En estos momentos, su carisma se juega entre la palabra de un pícaro, Iñaki Urdangarin, y la de otro rufián, Diego Torres. Con los famosos correos electrónicos entregados hace unos días al juez Castro, Torres viene a decir que la Casa del Rey conoció, amparó y favoreció los negocios del yerno. Y el marido de la infanta Cristina dice negro sobre blanco, en breves y calculadas palabras, que la Casa del Rey “no opinó, asesoró, autorizó o avaló las actividades que yo desarrollaba en el Instituto Nóos”.
En estas reapareció la serenísima Corinna, una comisionista de altos vuelos que se permite hablar públicamente de los servicios que, por su “entrañable amistad” con el Rey, ha prestado generosamente al Gobierno de España. Algunos, de carácter “clasificado”. Misma pregunta que en el caso de Bárcenas: ¿de dónde sacará la fuerza esta mujer para que nadie le haya salido al paso con mayor contundencia en nombre del Rey o del Gobierno de España?