lunes, 10 de junio de 2013

Los ventifactos de la Puna



RICARDO N. ALONSO,
Doctor en Ciencias Geológicas
(UNSa-CONICET


La Puna Argentina es un territorio lleno de fascinación y misterio. Su altura sobre el nivel del mar, sus majestuosos volcanes, sus extensos salares, sus manantiales “ojos de mar”, los géiseres extinguidos, la escasez de vegetación, los paisajes rojos “marcianos”, o grises “lunares”, dan en conjunto un ambiente fisiográfico y biótico singular.

Dentro de este contexto, el clima y los especiales fenómenos atmosféricos ayudan a imprimir su marca de origen en el paisaje. La intensa radiación solar, las temperaturas extremas diurnas y nocturnas, la escasez de precipitaciones, las nevadas invernales y los fuertes vientos interactúan para dar lugar a un desierto frío de altura con una biota y geoformas características. El viento en la Puna juega un papel esencial como gestor de geoformas varias. A él se deben extensas superficies de deflación, pavimentos del desierto, rocas hongo, surcos y otras figuras propias de la acción eólica. Los vientos de la Puna son secos, fuertes y corren con intensidad a partir del mediodía. Alcanzan velocidades de 75 kilómetros por hora. También se observan fuertes ráfagas aisladas y numerosos torbellinos.

Las tormentas de arena y polvo, que se dan preferentemente en agosto, alcanzan gran altura y traspasan la Puna hacia el oriente llevando su carga fina de materiales hacia los valles y la llanura chaqueña. Los bellos atardeceres rojos son una consecuencia del polvo puneño en suspensión. Las partículas gruesas son transportadas en el primer metro sobre la superficie. Al punto que las grandes extensiones que rodean los salares quedan liberadas del material fino y las gravas peladas comienzan a formar, por la unión de los rodados, lo que se conoce como un pavimento del desierto. Las partículas movidas por el viento hacen un trabajo de golpeteo abrasivo sobre las rocas a las que desgastan y pulen con intensidad. Igual que el sopleteo con arena que se utiliza para limpiar los frentes pétreos de los edificios.

Téngase presente que la mayoría de las partículas son de cuarzo, un mineral que tiene una dureza alta, esto es de 7 en una escala de 10. Los vientos cargan también partículas más blandas e incluso otras más duras. Todas ellas son estrelladas por la fuerza eólica contra las rocas del relieve al que generan distintos grados de desgaste. Uno de los resultados de esta acción del viento son los llamados “ventifactos”, palabra cuya etimología hace referencia a viento y a factos o caras. Se trata de rodados o fragmentos pétreos donde el viento les fue puliendo caras en una, dos, tres o más direcciones. Algunos de ellos adquieren formas piramidales de gran perfección, al punto que parecen ser artesanías y no objetos naturales. Los mejores de ellos se dan en ciertas rocas de gran dureza, sólidas y macizas. Generalmente tienen características fonolíticas (de fono sonido y litos piedra), esto es tañen con sonidos casi metálicos al golpearlas.

Se dice que los indios de Santa Rosa de Tastil juntaban estas piedras fonolíticas y las utilizaban para ejecutar música. En la Puna los mejores ventifactos se han desarrollado en unos basaltos que abundan en los alrededores de los salares de Hombre Muerto y Antofalla. Allí se encuentran viejas coladas basálticas que se remontan a 750 mil años atrás. Estas coladas, por efectos meteóricos, se han fragmentado en superficie y esos fragmentos, atacados por las arenas y los polvos soplados por el viento a lo largo de miles de años, han sido desgastados mostrando caras facetadas y dando lugar a figuras y cuerpos geométricos que asemejan prismas, pirámides y otros. Si el objeto se ha mantenido quieto por largas centurias, las caras pulidas representan las direcciones o bien las paleodirecciones, esto es las antiguas direcciones de los vientos. Pero lo que ocurre es que un cuerpo de múltiples caras, polifacetado, en realidad es el resultado de cómo el rodado o fragmento se ha movido y acomodado a lo largo del tiempo.

Los alemanes han hecho una clasificación de los ventifactos de acuerdo al número de caras y así llaman einkanter, zweinkanter, dreikanter o vierkanter a los que tienen una, dos, tres o cuatro caras. Muchas veces se han confundido los ventifactos con meteoritos y viceversa. En el caso de los ventifactos de la Puna, los que guardan gran belleza son los que se encuentran cerca de la mina de oro Incahuasi en el extremo austral del salar del Hombre Muerto. Ellos se han desarrollado a partir de las coladas basálticas, negras retintas, que abundan en la Puna austral. Hay algunos de gran perfección geométrica que semejan pirámides. Como se sabe hay toda una moda actual que apunta al poder de las pirámides y las personas usan colgantes con cristales de cuarzo piramidales o bipiramidales a la manera de talismanes energéticos o bien construyen pirámides para orientar las energías del hogar y otras cuestiones. Sostienen que los antiguos conocían esto y así hicieron grandes pirámides en Egipto, Yucatán y otros lugares.

Según ellos la pirámide funciona como catalizador, transportando en su interior la energía cósmica que se condensa y activa y a su vez especulan que dentro de ellas se generaría una concentración y circulación de energía que comienza en cada uno de los cinco vértices y confluyen en el área central. Lo cierto es que los ventifactos de basalto negro azabache de la Puna, con forma de pirámides, reúnen todas las condiciones que les interesan a quienes creen en esas cuestiones mágicas. No hay dudas que los ventifactos han recibido radiaciones cósmicas por miles de años y han estado sometidos a un bombardeo de isótopos cosmogénicos.

Sé de una persona que estaba postrada y que alguien le llevó uno de esos ventifactos al que dejó en su mesa de luz donde ella podía apoyar su mano sobre la roca piramidal y que tuvo un rápido mejoramiento pudiendo levantarse y volver a caminar. Seguramente se trata y se trató de un típico caso de auto sugestión en donde ella creyó y estaba psicológicamente convencida del valor “cósmico piramidal” de la piedra de marras. En la medicina tradicional hay un uso notable de las piedras para la curación de distintas enfermedades, entre ellas la piedra del rayo, la piedra del águila, la piedra biliar o benzoar (jaientilla), la phasalla o chacco, la macaya, la piedra bisal o bizarra y muchas otras que fueron magistralmente descritas por el antropólogo Néstor H. Palma en su libro sobre la Medicina Popular en el Norte Argentino (Ed. Huemul, 1978, Bs.As.). Más allá de algunas cuestiones anecdóticas, lo cierto es que los ventifactos representan esa fusión de roca, viento y arena que son una bella metáfora de la naturaleza.

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