jueves, 6 de junio de 2013

Anatomía de nuestras montañas

RICARDO ALONSO
 dr en ciencias geologicas
unsa conicet
Los Andes se partieron unos 10 km en la vertical, fruto de las sucesivas roturas tectónicas que fueron sufriendo.
Muchas montañas tienen un núcleo precámbrico y están flanqueadas por rocas paleozoicas y cretácicas.

El norte argentino forma parte del complejo edificio montañoso de los Andes Centrales del Sur. Dicho edificio es producto del arrugamiento tectónico y de la ignición volcánica, generados ambos en las últimas decenas de millones de años a consecuencia de la subducción de la placa oceánica de Nazca por debajo de la placa continental de América del Sur. Hace 65 millones de años, los Andes como los vemos hoy, no existían.
Una amplia plataforma calcárea se depositaba en una cuenca inundada por aguas marinas y continentales que cubría gran parte de lo que hoy es el sur de Perú, Bolivia y el norte de Argentina y Chile. Dicha plataforma de aguas cálidas albergaba los restos de animales y plantas de la época de los dinosaurios, precisamente de los últimos dinosaurios, los que fueron testigos de la gran extinción que desató el bombardeo cósmico de asteroides y dio final al período Mesozoico (de la vida media), para dar comienzo al Cenozoico (de la vida nueva). Esas capas de calizas amarillas, que en el norte argentino identificamos como Formación Yacoraite, se encuentran -a raíz del mencionado arrugamiento andino- en retazos colgados hoy en el borde de la Puna a unos 4 km sobre el nivel del mar, mientras que al pie de las Sierras Subandinas y el Chaco yacen hasta 6 km de profundidad. Esto demuestra cómo los Andes se partieron unos 10 km en la vertical, fruto de las sucesivas roturas tectónicas que fueron sufriendo.
Esas calizas las vemos flanqueando el cerro Acay, en el Valle Calchaquí y sus valles laterales (Tin Tin, Tonco, Amblayo, etc.), en las sierras de Cabra Corral, las sierras de la Quebrada de Humahuaca (la Paleta del Pintor en Maimará es un buen ejemplo), el cerro Amarillo de Calilegua, la sierra de Horconal, la sierra de Tres Cruces, la sierra de Siete Hermanos y muchos otros puntos de la geografía regional donde yacen emplazadas a diferentes alturas sobre el nivel del mar. Allí forman, junto con las rocas que les sirven de basamento, una parte de la anatomía de muchas sierras, cordones y serranías.
Otras montañas, sobre todo las de la Cordillera Oriental, esto es la región de los valles tectónicos que se extienden entre el borde de la Puna y las Sierras Subandinas, están compuestas de múltiples retazos de formaciones geológicas multicolores y de diversas edades. Muchas tienen un núcleo precámbrico y están flanqueadas por rocas paleozoicas y cretácicas. Alcanzan alturas entre 3 y 5 km sobre el nivel del mar.
Llegan incluso a superar los 6 km en casos puntuales en el borde oriental de la Puna como en el cerro Cachi (6380 m). Asimismo, el flanco occidental de la Cordillera Oriental, en el borde con la Puna, muestra montañas con núcleos graníticos tal como el Cachi, el Acay, el Chañi, entre otros. Algunos de esos granitos son muy viejos y superan los 500 millones de años de antigedad (ej. Cachi y Chañi), mientras que otros son jóvenes como los de la Sierra de Aguilar en Jujuy de edad cretácica y el Nevado de Acay en Salta de unos 25 millones de años. Sin embargo, viejos o jóvenes, todos ellos fueron desmantelados por la erosión y expuestos a la superficie durante los movimientos andinos que tuvieron lugar en tiempos relativamente recientes.
O sea que las rocas que forman esos núcleos de montaña son viejas, en general capas lajosas grises y verdes de origen sedimentario marino o bien granitos de los tiempos precámbrico y paleozoico; pero su denudación se produjo en los últimos 15 millones de años.
En la Puna, los altos picos corresponden a volcanes. Por su distribución geográfica los hay de dos tipos: las cadenas transversales del interior de la Puna y los de la Alta Cordillera Volcánica Occidental. Entre los del interior puneño tenemos la cadena de Coyahuaima (Jujuy), la cadena del Quevar (Salta) y la cadena de Antofalla (Catamarca). En cada una de ellas hay picos culminantes que rozan o superan los 6 km sobre el nivel del mar.
Por su parte en el borde occidental de la Puna salto-catamarqueña, en el límite con Chile, se encuentra una extensa corrida formada por los volcanes más altos del planeta como el Llullaillaco, Socompa, Ojos del Salado, Pissis y otros, algunos de los cuales llegan a rozar los 7 km de altura. En general se trata de grandes estratovolcanes, esto es edificios formados por coladas y cenizas que se levantan entre 1 y 3 km sobre el piso de la Puna, el que a su vez se encuentra elevado como promedio a unos 3,7 km sobre el nivel del mar.
Algunos de estos edificios se han hundido por su propio peso dando lugar al nacimiento de gigantescas calderas, como la del Galán en Catamarca con un “cráter” de 40 km de diámetro.
También hay numerosas sierras, filos y cordones que se elevan en el interior de la Puna y en general están alargados en sentido norte sur.
Entre ellos se encuentran los de Calalaste, Navarro, Macón, Quebrada Honda, Pozuelos, Copalayo, Cobres, Olaroz, Lina, Tanque y otros. En general tienen alturas por debajo de los 4500 m sobre el nivel del mar y están compuestos por núcleos de rocas paleozoicas y jirones de rocas rojas del tiempo Terciario en sus flancos. La complejidad anatómica y arquitectural de las montañas andinas, producto de su deformación, decrece desde oeste hacia el este, esto es desde el borde de la Puna pasando por las sierras que flanquean los valles de la Cordillera Oriental, hasta convertirse en suaves plegamientos en las Sierras Subandinas y desaparecer por debajo de la llanura chaqueña. Los relieves se atenúan hacia el oriente al igual que la anatomía interna de las sierras y serranías que forman.
Hacia el oeste, en cambio, la complejidad aumenta porque los esfuerzos corticales lograron arrancar y sacar a superficie las profundas raíces graníticas y metamórficas tal como se aprecia en el borde occidental del Valle Calchaquí. Nuestras montañas del norte argentino muestran así una variedad de rocas en su anatomía interna, con distintos colores, edades y composición que las convierten en un paraíso para los estudios geológicos y en un santuario para los andinistas.

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