lunes, 10 de junio de 2013

Agua de mayo sobre el paro y el frío discurso oficial

Antonio Casado
AL GRANO
 EL CONFIDENCIAL.COM
Mientras el berrinche de Aznar se va perdiendo en la polvareda, volvemos a las cosas de comer. Hoy por hoy se reducen a una: el puesto de trabajo. En realidad, una cara de la moneda. En el reverso está la recesión. De eso hablamos, a la vista de las sugerencias tóxicas del Banco de España sobre el paro juvenil, las recomendaciones de Bruselas sobre la política económica de España y el último informe de la troika sobre la salud de nuestro sistema financiero.

En vísperas del viaje a Bruselas del presidente del Gobierno y seis ministros para examinarse ante la Comisión Europea, el discurso cumplidor de nuestros gobernantes respecto a las políticas de austeridad que Berlín exige se toma un respiro para glosar las consoladoras cifras del paro en mayo. Agua de mayo sobre ese discurso oficial. Al menos durante veinticuatro horas pensaremos más en los 98.265 españoles que encontraron un trabajo y menos en la España que, gracias a este Gobierno, según sus pregoneros, no pasó por la humillación de un rescate.
Que España se haya librado de un rescate -salvo “algunas cosas”, que diría Rajoy, como la banca-, que la prima de riesgo nos permita una financiación más sostenible, que la competitividad anime la actividad exportadora, que mejore la balanza de pagos por cuenta corriente, que baje la inflación o que el turismo venga prometedor de cara a la campaña de verano, no saca del infierno a los seis millones de parados y sus familias. Ni les garantiza el rescate a cambio de un poco de paciencia: el año que viene si Dios quiere, según el relato oficial no concordante, por cierto, con las previsiones de los organismos internacionales.

En el informe del Banco de España, así como las recomendaciones de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, se habla del desempleo como una consecuencia técnica de la recesión. Se manejan conceptos poco motivantes en una ciudadanía más sensible a realidades individuales y colectivas tan duras como el paro, la desigualdad, la pobreza o el creciente deterioro de los servicios públicos. Además, se convive con una molesta sensación de inutilidad respecto a los sacrificios requeridos por nuestro Gobierno y las instituciones internacionales. Se piden sacrificios orientados a saldar deuda y reducir el déficit público. Y, de repente, nos dicen que tampoco en ese terreno hemos avanzado lo suficiente, de modo que se nos conceden prórrogas para seguir intentándolo. Como país, se entiende, a la luz de la doctrina expuesta ayer por Joaquín Almunia.

El vicepresidente de la Comisión Europea nos dijo en la tele (Espejo Público) que “de esta crisis salimos todos juntos o no saldrá ninguno a costa de los demás”. No estaría mal que aplicáramos el cuento no sólo a los estados miembros de la UE, sino también a esos millones de personas cuyo rescate parece importar menos que ese rescate bancario cuyos resultados progresan adecuadamente, según hemos sabido ayer por la dichosa troika.

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