jueves, 15 de noviembre de 2012

Una huelga general que deja las cosas como estaban

Sería insostenible decir que la huelga general fue un éxito. Sin piquetes y sin policías, que coparon la información a lo largo de casi toda la jornada, nadie habría reparado en la inactividad. Por inexistente o porque habría pasado inadvertida. El desenlace del 14-N parece reducido al número de detenidos (142) y heridos (74), aunque no fue sólo un problema de orden público. Las cargas policiales de la mañana, y sobre todo las de la noche en las inmediaciones del Congreso, nos distraen del aldabonazo contra unas políticas cuyo resultado, de momento, es el aumento de las otras formas de desahucio: paro, pobreza, pérdida de derechos y degradación de los servicios públicos.
Por tanto, sería igualmente insostenible decir que los sindicatos carecían de motivos para convocarla y la izquierda política para apoyarla en defensa de sus respectivas clientelas. Entre los trabajadores y las capas sociales más desfavorecidas reina un profundo malestar. Quedó escenificado en las impresionantes manifestaciones de anoche. Sobre todo la de Madrid, que desbordó todas las previsiones.
Lo que sí se sabía de antemano es que en esta ocasión la prueba visible de la indignación de los trabajadores, y la ciudadanía en general, se iba a proyectar más en las manifestaciones de la tarde que en los incidentes de la mañana. De todos modos, aunque las cosas han ido a peor en los últimos ocho meses, ese malestar no se reflejó en las cifras de seguimiento del paro, menores que las registradas en la última huelga general. Basta compararlas con los mismos indicadores de aquel 29-M, según los datos aportados por los propios sindicatos convocantes.
No vale la pena entrar en la guerra de las cifras. Ha hecho bien el Gobierno en evitarla, en su calculada decisión de no entrar al trapo del discurso sindical, ni antes ni después del 14-N. Esto es nuevo. Los sindicatos se quedaron solos hablando de un 76,7% de seguimiento del paro. Sin réplica del Ejecutivo, que se limitó a glosar la “normalidad” y el cumplimiento de servicios mínimos, sin dar otras cifras que las del consumo de energía eléctrica (mayor que el 29-M), amén de las relacionadas con el orden público (heridos y detenidos).
Tampoco la derivada política de la jornada aportó novedades. Se abrió con el lema sindical de que “hay soluciones”, en línea con el discurso del PSOE (“otra forma de hacer las cosas”) y se cerró con la ritual réplica del ministro Luis de Guindos: “La política del Gobierno es la única alternativa posible”. Al presidente le interpelaron los periodistas por los pasillos del Congreso, pero Rajoy pasó de largo silbando melodías.
Lo demás forma parte del protocolo. Rubalcaba pide por enésima vez, con huelga o sin huelga, un cambio de política económica. Los líderes sindicales, Méndez y Toxo, dicen que la huelga ha sido un éxito y que Rajoy debe rectificar. Y el presidente de la patronal, Joan Rossell, que la huelga era inoportuna porque va contra la recuperación y da mala imagen. Muy originales no han sido los primeros actores de la vida política, sindical y empresarial del país después de una huelga general que deja las cosas como estaban. Ese es el desenlace del 14-N. No va cambiar el rumbo de la política económica del Gobierno, pero ejercer el derecho al pataleo también es una forma de descargar tensiones. 
ANTONIO CASADO., AL GRANO, EL CONFIDENCIAL

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