lunes, 12 de noviembre de 2012

Las cavernas de sal de Tolar Grande

DR Ricardo N. Alonso
Unsa Conicet

El pueblo de Tolar Grande tiene como contornos y cimientos una extensa formación de sal de roca pura y cristalina que aparece desdibujada en suaves lomadas cubiertas por una fina capa de arcillas rojas. Si uno remueve con el pico ese duro barro rojizo descubre la sal gema o halita que puede presentarse en bancos macizos o bien formando bellos cristales cúbicos de varios centímetros de diámetro. A estos cristales transparentes la gente de la Puna les llama “sal de compa”, un término que trajeron los viejos jesuitas aragoneses y que en España se conoce como “sal de compás” en razón de que los cristales cúbicos perfectos lucen como si hubiesen sido diseñados geométricamente usando precisamente un compás. La sal fue además explotada en épocas en que el tren funcionaba y se la extraía en bloques para su uso en la alimentación del ganado. Aún quedan cicatrices de esas viejas explotaciones.
Los terrones de sal de roca son dejados en el campo para que sean lambidos por las vacas que necesitan la sal en su dieta. Deberíamos preguntarnos por el origen de esta sal, como dijimos una formación geológica de varias decenas de kilómetros de longitud, que se extiende en toda la margen oriental del gran salar de Arizaro, el tercero en importancia de los Andes Centrales luego del de Uyuni en Bolivia y el de Atacama en Chile. Dicha serranía forma parte de una serie de cadenas de sal que en un congreso nacional en 1984 definí como los “Megacuerpos salinos de la Puna Argentina”. Unos siete millones de años atrás, el lugar donde hoy se emplaza el salar de Arizaro, estaba ocupado por un salar mucho más grande.
En esa vieja depresión, flanqueada por los altos volcanes de la Cordillera Volcánica Occidental que nos separa de Chile y por serranías o volcanes en su flanco septentrional, austral y oriental, se depositaban los materiales de arrastre del contorno y en su centro y por evaporación materiales salinos compuestos esencialmente por sulfatos y cloruros. Los sulfatos dieron origen al yeso, y los cloruros a la sal gema, ambos minerales evaporíticos. La misma situación se observa en el salar actual lo que constituye un buen ejemplo del principio filosófico del actualismo en geología, por el cual la observancia de los fenómenos actuales sirve para comprender los fenómenos del pasado.
Lo cierto es que esa cuenca se iba hundiendo, por subsidencia, a medida que se rellenaba con más y más carga de materiales arcillosos, volcánicos y salinos. Sin embargo el crecimiento vertical y lateral de los Andes iba a poner fin a esa cuenca en virtud del acortamiento tectónico generado por la compresión andina. Dicho de otra manera, el empuje de la placa oceánica de Nazca iba a producir el arrugamiento superficial de la placa continental sudamericana. Como una tela pinzada entre los dedos.

Hoy el salar de Arizaro se encuentra emplazado, empotrado, en el interior del viejo salar y se está alimentando del reciclaje de sus propios sedimentos en un proceso de auto canibalización. Lo interesante es que esos cordones salinos o “Cordilleras de la Sal” tal como las llaman los chilenos en el norte de su país donde cadenas de sal vieja flanquean al Salar de Atacama, están sometidos al lavado lento pero efectivo de las escasas lluvias de la región que no superan los 50 mm anuales. Aún cuando en épocas anteriores, durante las últimas glaciaciones, esos valores de precipitación fueron más altos.
Con los miles de años comenzó un fenómeno de disolución erosiva que se conoce como pseudokarstismo, por comparación analógica con el verdadero karstismo que es la disolución de las calizas en los climas mediterráneos. El fenómeno consiste en la disolución y lavado de la sal, que en el caso del cloruro de sodio es muy soluble, lo cual va dejando toda clase de oquedades, depresiones, cavernas, túneles y otras formas productos del lavado interno.
Una belleza natural
Entre esos rasgos se destaca cerca de Tolar Grande una gran caverna laberíntica que se interna varias decenas de metros en el interior de la serranía de sal. En dicha cueva se observan cristales de sal gema que brillan como diamantes a la luz de las linternas además de estalactitas de sal y otras chorreaduras de distinto tipo que cuelgan del techo de la caverna. Para muchos de los nativos es territorio satánico y la consideran una “Salamanca”, esto es una entrada al propio infierno. De allí que a esas y a otras oquedades de la región se las llame generalizadamente como “Cuevas del Diablo”. En la década de 1980, una expedición de salteños llegó al lugar en épocas en que los caminos eran muy malos sobre todo en la zona de Siete Curvas, portando cámaras de televisión, un grupo electrógeno, sogas, etcétera, y se arriesgaron a explorar su interior. El equipo estaba formado por Javier Cornejo, Jorge Durand, Ricardo “Dito” Jimenez, Yosko Cvitanic, Oscar Franco, Roberto “Chato” San Millan, Eduardo Vaca Narvaja, Mario Gauffin, Jorge “Flaco” Gauffin y Roberto Marás. Javier Cornejo, actual columnista de El Tribuno, filmó las escenas para la posteridad y las subió a la web y pueden consultarse en el sitio: http://youtube/LUR9324ZRVM.
Lamentablemente la filmación, que dura una media hora, es de muy baja calidad pero de un enorme valor por mostrar el desarrollo interno de la caverna y el espíritu que alentaba a los expedicionarios. Por lo que se aprecia en el video no hubo en su interior bellas mujeres que luego transformaban el lugar en un aquelarre, ni tampoco hicieron que se sepa pactos diabólicos canjeando el alma por riquezas terrenales, ni cosas parecidas a las que informa la literatura sobre las famosas salamancas. Más bien documentaron por primera vez el interior desconocido de estas montañas de sal penetrando en su anatomía íntima. La cordillera de sal de Tolar Grande y sus paisajes rojos de aspecto marciano (“Valles de Marte”) y sus paisajes seleníticos de “Valles de la Luna” junto a las cavernas y otros atractivos asociados como los “Ojos de Mar”, forman parte de algunas de las más importantes maravillas geológicas de Salta y tienen un valor patrimonial inmenso para la ciencia y para el turismo

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