lunes, 1 de agosto de 2011

Articulo diario el tribuno de salta

El Premio Templeton y el origen del universo


lunes 01 de agosto de 2011 Opinión RICARDO N. ALONSO (Doctor en Ciencias Geológicas (UNSa-Conicet), El Tribuno

El Premio Templeton y el origen del universo


 

El excéntrico y filántropo billonario inglés Sir John Templeton, nombrado caballero por la reina Isabel II, creó un premio que lleva su nombre y que tiene como finalidad gratificar a quienes hayan logrado descubrimientos o aportes significativos en las relaciones entre la ciencia y la religión. Lo interesante es que se otorga a una sola persona por año y está dotado con una cifra de un millón de libras esterlinas que se ajustan anualmente para que siempre sea mayor que el Nobel. Es el premio que más dinero otorga a una persona viva por sus méritos intelectuales y se entrega en una ceremonia en el palacio de Buckingham. Originalmente estaba muy orientado a la religión, y la primera persona en recibirlo fue la madre Teresa de Calcuta, en 1973.


 

Luego de ella siguieron distintos religiosos católicos, judíos, islámicos, budistas e hindúes, entre los que se destacan el filósofo Sir Sarvepalli Radhakrishnan (1975), el monje Roger de Taizé (1974), el pastor evangélico Billy Graham (1982) y el escritor Alexander Solzhenitsyn (1983), entre muchos otros. A partir de 2001 comenzó a cambiar la orientación. La nueva etapa buscó un acercamiento a la manera de tender los mejores puentes entre la ciencia y la religión.


 

Es así que en la última década lo han recibido grandes científicos, especialmente físicos, astrónomos y cosmólogos que han trabajado en la búsqueda de explicaciones sobre el origen, evolución y destino del universo, entre ellos el bioquímico Arthur Peacocke (2001), el físico Sir John Polkinghorne (2002), el filósofo Holmes Rolston III (2003), el cosmólogo George F. R. Ellis (2004) y el matemático John Barrow (2006), entre otros. En 2010 lo recibió por primera vez un español, el doctor Francisco Ayala, biólogo neodarwinista que llegó a ser presidente de la Asociación Americana de Ciencia, que edita la prestigiosa revista Science, y asesor científico del presidente Clinton.


 

En abril de 2011 se anunció que el nuevo ganador del Templeton era Martin Rees, un científico británico ateo. Según John Templeton (h), el premio ha sido concedido a Rees porque sus investigaciones en el campo de la astronomía están transformando las consideraciones filosóficas y teológicas y fomentando el progreso espiritual al expandir la visión del ser humano. El jesuita español y filósofo de la ciencia Leandro Sequeiros, que supo prologarme mi libro "Breve historia de la geología de América Latina" (Alonso, R. N., 2010. Mundo Editorial, 120 p. Salta), escribió una excelente reseña sobre el nuevo galardonado, a la que aprovechamos aquí parcialmente. Martin Rees nació en York (Reino Unido), en 1942, y obtuvo su doctorado en Física por la Universidad de Cambridge, en 1967.


 

En la actualidad es profesor de Cosmología y Astrofísica en dicha universidad. Dentro de sus líneas de investigación se encuentran la astrofísica de altas energías y la formación de la estructura del universo. Ha estudiado el papel desempeñado por la materia oscura en la formación y propiedades de las galaxias, mediante la simulación informática y la distribución de los cuásares y su relación con los agujeros negros. Ha publicado más de quinientos artículos y siete libros, cinco de ellos de divulgación científica. Rees tiene un escaño en la Cámara de los Lores y fue presidente desde 2005 hasta noviembre de 2010 de la Royal Society, la institución científica más antigua y prestigiosa de Occidente. Ha escrito textos sustanciales sobre las cuestiones filosóficas planteadas por la cosmología y la física de los primeros instantes del universo, así como sobre las actividades humanas que determinarán el futuro de la Tierra.


 

La Fundación Templeton destacó el trabajo de Rees y señaló que las grandes cuestiones que él ha formulado como ¿cuál es el tamaño del universo?, ¿cómo surge la materia? o ¿cuál es el futuro de la humanidad? están dando una nueva y decisiva forma a consideraciones filosóficas y teológicas que afectan temas centrales sobre el sentido de la vida. En uno de sus libros más famosos "Just six numbers" ("Solo seis números"), Rees plantea que la perfecta sintonización universal que ha permitido el desarrollo de la vida humana no es un mero accidente ni un acto de creación divina, sino un hecho: entre la posible infinidad de universos que pueden existir, las constantes en el nuestro simplemente resultan ser las correctas. Ello significa que está regido por unas leyes, estampadas ya en el momento de la gran explosión inicial, que se concretan en un conjunto unificado de ecuaciones y en unos pocos números.


 

Seis de ellos representan las medidas de determinadas magnitudes y su valor hace que el universo sea como es. Una pequeña variación de cualesquiera de esos valores habría producido un universo diferente en el que no tendríamos cabida. El primero de los números, "N", expresa la razón entre la fuerza que mantiene unidos a los átomos y la fuerza de la gravedad que hay entre ellos. Tan débil es la gravedad que el número N es del orden de un 1 seguido de treinta y seis ceros. De haber sido menor, nos aplastaría la gravedad, las galaxias se habrían formado más rápidamente y serían de tamaño diminuto y no habría habido tiempo para la evolución biológica.


 

Otro número, "Epsilon", mide la fuerza que une las partículas del núcleo atómico y tiene un valor de 0,07. Si fuera menor, no se habría llegado a formar helio a partir del hidrógeno y se enfriarían las estrellas; pero si fuera mayor, el hidrógeno no habría sobrevivido al Big Bang y no tendríamos agua ni una biosfera basada en el carbono. La cantidad de materia de nuestro universo respecto de la densidad crítica nos da un número, "Omega", cuyo valor actual es 0,3. Si en el momento inicial hubiera sido demasiado bajo, las estrellas y galaxias no se habrían formado nunca y si, por el contrario, hubiera sido demasiado elevado, y la expansión, por tanto, demasiado lenta, el universo se habría contraído rápidamente. Un cuarto número, "Lambda", controla la expansión del universo. Es un número muy pequeño, cercano al cero, lo que ha permitido la evolución cósmica, pero será cada vez más dominante sobre la gravedad a medida que el universo, expandiéndose, sea más oscuro y vacío. La estructura de las galaxias se mantiene gracias a la gravedad, y la cantidad de energía necesaria para romperlas y dispersarlas está en relación con la de su masa en reposo en la proporción de uno a cien mil. Ese es el número "Q". Si fuera menor, las galaxias tendrían estructuras muy débiles y el universo sería inerte y, si fuera mayor, sería un lugar turbulento y violento, con zonas colapsadas en enormes agujeros negros. El último número es sencillamente el 3, el de la dimensión de nuestro espacio. Así, la gravedad obedece a la ley del inverso del cuadrado de las distancias y, gracias a ello, las órbitas de nuestro sistema solar son estables y no se desvían por una leve variación de la velocidad de un planeta. Una dimensión menor le haría o bien caer en el Sol, si disminuía mínimamente su velocidad, o se alejaría rápidamente en espiral, si aumentaba. Y un espacio de dimensión menor que 3 es claro que haría imposible la incorporación a él de nosotros mismos y de las demás estructuras complejas de nuestro mundo cotidiano. Según Rees, hay unas pocas leyes físicas fundamentales que establecen las reglas. Nuestro origen a partir de una simple explosión depende con gran precisión de los valores de seis números cósmicos. Gracias a ellos podemos nosotros no solo estar hoy aquí, sino asomarnos, con asombro, al profundo misterio de la existencia de un universo como el nuestro, sostiene el autor.


 

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