martes, 2 de agosto de 2011

Lluvias y paisajes

Las lluvias y el paisaje norteño
Ricardo Alonso (Doctor en Ciencias Geológicas)
lunes 18 de abril de 2011 Opinión
El paisaje es una manifestación estética de la corteza terrestre. Es el producto de la convergencia entre lo que se construye por el arrugamiento de la corteza, a causa de las fuerzas endógenas o interiores, y lo que se destruye por la erosión de las fuerzas exógenas o exteriores. La radiactividad interna del planeta motoriza las placas tectónicas, oceánicas o continentales, que interactúan entre ellas chocando, hundiéndose, elevándose, desgarrándose, en fin aplastándose o deslizándose. El clima, motorizado por el sol, se encarga de esmerilar y desgastar a las rocas, usando como agentes al agua, el hielo y el viento para generar distintos tipos de formas, o sea geoformas.


El agua líquida es un poderoso agente erosivo capaz de someter a las montañas más resistentes, abriéndoles profundos canales o quebradas. Para ello, se ayuda con la meteorización, esto es con las amplitudes térmicas que calientan y enfrían las rocas durante el día y la noche hasta que las hacen estallar, o las cuñas de hielo o cristales de sal en las grietas, o el trabajo incesante de raíces de plantas o de distintos animales (desde madrigueras de roedores hasta hormigas). Lo importante es que las rocas se debilitan y luego se vuelven fácil presa del agua. De esta manera, gran parte de los rasgos erosivos que observamos en los paisajes andinos, tienen la impronta dominante del agua, salvo en algunas altas montañas que mantienen rasgos glaciarios.


Ahora bien ¿cómo se distribuyen las precipitaciones en el noroeste argentino? Esto ha sido analizado ampliamente en numerosos estudios del Inta, dirigidos por el Ing. Alberto Bianchi y su grupo de colaboradores. En principio, hay una disminución creciente desde más de 2.000 mm al este hasta menos de 10 mm al oeste de la Puna. Esto es consecuencia de que los vientos húmedos del anticiclón atlántico cargan su humedad en la gran esponja líquida de América del Sur, que es la región del Amazonas, Mato Grosso, Gran Pantanal, y la transportan hacia la cadena andina donde la descargan paulatinamente contra las montañas. Las cadenas montañosas constituyen un freno a los vientos húmedos, convirtiéndose en barreras orográficas. Las mayores descargas se producen en los Yungas de Bolivia, que alcanzan y hasta superan los 5.000 mm por año, y en donde se da una increíble variedad de plantas y frutas tropicales.


En nuestra región del NOA, las mayores precipitaciones se producen en la ladera del Aconquija con unos 3.000 mm anuales en la Quebrada del Portugués, y en la selva oranense, en el límite con Bolivia, con valores de hasta 2.000 mm, lo que da lugar a una abundante vegetación que cubre los relieves. Las Sierras Subandinas comienzan a frenar el avance de los vientos húmedos y al llegar al Valle de Lerma las precipitaciones son de 700 mm en su parte central, aunque por ser un valle asimétrico con altas montañas en el oeste, las precipitaciones hacia San Lorenzo pueden alcanzar los 1.400 mm, lo que da una abundante vegetación y fuerza erosiva a los ríos, mientras que hacia el este son mucho menores y por eso tenemos cardones y plantas espinosas en la zona de Villa Mitre y el Parque Industrial. Luego las precipitaciones se hacen menores en el Valle Calchaquí, donde no superan los 300 mm y al llegar a la Puna éstas han descendido a menos de 100 mm. Hacia el territorio chileno, detrás de la alta cordillera volcánica, prácticamente no pasa nada de humedad si se exceptúa la que llega hasta el salar de Atacama desde el Altiplano, durante el mes de enero y que da lugar a lo que los chilenos llaman el “invierno boliviano”.


Más al oeste se encuentra la depresión central chilena, próxima a la costa del Océano Pacífico, donde literalmente no llueve nunca y donde el suelo está formado por minerales de nitrógeno, elemento químico del aire que allí forma los nitratos. Estos, junto al guano fosfórico de aves marinas desataron por su dominio y control nada menos que la Guerra del Pacífico en el siglo XIX, que llevó a la pérdida del litoral marino a Bolivia. Los nitratos se forman por la extrema sequedad del desierto hiperárido, en razón de la nula evaporación que se produce desde las frías aguas de la corriente pacífica de Humboldt y el frenado de las lluvias atlánticas desde el territorio argentino. Como los nitratos tienen millones de años desde su formación, entonces hace millones de años que no llueve en ese desierto considerado el más árido del mundo. Ante el efecto casi nulo del agua, las geoformas se mantienen estáticas, en ellas es posible observar perfectamente conservadas huellas de carro de más de un siglo de antigüedad intactas, o los geoglifos en las laderas de los cerros, realizados por los indígenas de esa región antes de la llegada de los españoles.


En la Puna argentina, el agua juega un papel importante y el viento colabora en el esculpido de las geoformas. Las aguas drenan superficial o subterráneamente hacia las depresiones donde se evaporan para dar los salares. Las pocas aguas logran movilizar los materiales preparados por la meteorización termoclástica durante la larga estación seca, y logran acumularlos en faldeos al pie de los volcanes o de los cordones serranos. En los valles de la Cordillera Oriental, esto es Calchaquí, Lerma y Siancas, la humedad crece generando escenarios agroecológicos diferentes. Así tenemos excelentes condiciones para la vid, el pimentón y las especias en el Valle Calchaquí, tabaco en el de Lerma y caña de azúcar en el de Siancas. Los valles mismos y sus quebradas afluentes son un producto de la tectónica y de los ríos que cortan profundamente en la corteza andina.


Esta situación geológica, tectónica, climática y ambiental responde a los tiempos más recientes. No debemos olvidar que los Andes siguen creciendo con velocidades de 1 a 2 cm por año, lo que significa elevaciones de uno a dos kilómetros por cada millón de años. En este crecimiento se elevan en la vertical y empujan horizontalmente las montañas hacia el este. Hace solo 5 millones de años, el Valle Calchaquí y la Quebrada del Toro, hoy ambientes áridos, estaban formados por selvas exuberantes con faunas tropicales. El empuje de los Andes los convirtió en valles secos, a medida que las fajas húmedas se desplazaban hacia el este. Para que quede claro, unos pocos millones de años atrás, el Valle Calchaquí tenía selvas con flora y fauna como las del actual Baritú. Las láminas tectónicas que se elevaban hacia el este actuaron como freno a las lluvias, modificando el régimen pluviométrico y las geoformas asociadas.

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