lunes, 1 de agosto de 2011

Filosofia del árbol y su circunstancia

Filosofía del árbol y su circunstancia

domingo 08 de mayo de 2011 Opinión Ricardo Alonso (Dr. en Ciencias Geológicas UNSa- Conicet),


Los árboles aparecieron sobre la Tierra cientos de millones de años antes de que el hombre. Alcanzaron alturas enormes para huir de la voracidad de los dinosaurios y sus largos cuellos. Sobrevivieron a varias extinciones de vida a escala planetaria. Sus restos, conservados en capas geológicas antiguas, formaron yacimientos de energía aprovechable en forma de carbón de piedra. El árbol es fuente de sombra y de vida, da todo sin pedirnos nada. Es el verdadero amigo fiel y por eso acompaña al hombre desde sus orígenes antropoides, ¿o acaso no descendimos de los árboles?, aunque esto pueda ser simplemente una metáfora. Como aquella otra del árbol del bien y del mal. Donde se lo respetó hay vergeles, donde se lo eliminó tomó su lugar la tierra yerma, reseca y sedienta. Un árbol se define técnicamente como una planta vivaz, lignificada, de tronco diferenciado. Pero un árbol es mucho, muchísimo más que eso. No es la simple idea platónica de "árbol", es toda la carga histórica y sentimental que encierran estas especies del reino vegetal. No vamos a discutir aquí si un árbol tiene alma o un aura, y de las mil cosas que desconocemos sobre su rol en la naturaleza. El árbol es un símbolo de regeneración perpetua. Con su follaje, su tronco y sus raíces, aparece como una representación de la ecosfera y de su organización. Por su mediación, interrelaciona y comunica a los diferentes niveles de la vida que son el cielo, la superficie de la Tierra y el mundo subterráneo. Entre ellos, relaciona el presente, el pasado y el futuro. Une lo continuo con lo discontinuo: representa el símbolo de una vida por siempre imperecedera. Por ello, la importancia sagrada del árbol en la historia de las religiones y de la civilización. Los pueblos mediterráneos sintieron un especial amor por él. Cuando nace un niño se planta un árbol. El árbol trasciende al individuo. En España, he comido castañas tostadas a la sombra de una castañal que plantó mi abuelo. Y tengo por cierto que en aquella legislación, el árbol se hereda con su sombra y su fruto, aunque ya no esté en tierra propia.



 

Hay una verdadera cultura y culto del árbol. En nuestro país, como lo han señalado entre otros Domingo F. Sarmiento y Clemente Onelli, el habitante de la pampa tiene un instinto autóctono de antipatía en contra del árbol. Tal vez aquí radiquen las causas psicológicas profundas que llevan a nuestros verdugos de árboles, verdaderos arboricidas, a mutilar sin contemplación a esos indefensos y mudos amigos, a los que para ser como los hombres sólo les falta hablar. Inocentemente, labran con sus hachas y motosierras el oscuro porvenir de la ciudad.


 

Decía Pascal que la grandeza del hombre está en aquello que se reconoce miserable. Esa es la diferencia: un árbol no se reconoce miserable ¿Es acaso responsable un árbol de que sus raíces ahonden tanto o sus ramas se eleven en lo alto? En Salta, a principios de la década de 1990, el Dr. Lucio Poma presentó un recurso de amparo ante la sala segunda de la Corte de Justicia, la que en 1991 resolvió que la ex Dirección Provincial de Energía (Metán) se "abstenga de efectuar cortes de ramas de las arboledas de esa jurisdicción, los que en caso de ser necesario deberá efectuarse por personal municipal idóneo y en forma racional". Así, el Alto Tribunal hizo lugar al recurso sobre las podas irracionales, sentando jurisprudencia sobre el tema para nuestra provincia. Tal vez habría que hacer como hicieron en la ciudad de Cheraw en Carolina del Sur (EEUU), que por una vieja ley se obligaba a que cualquiera que fuera sorprendido borracho debía plantar un árbol. La ciudad luce desde entonces con sus calles adornadas por cuatro hileras de árboles, lo que le confiere sello y fama particular. Salta, en cambio, se presenta hoy con sus árboles mutilados o directamente eliminados por la desidia de sus habitantes del siglo XXI. Sarmiento y otros prohombres vislumbraban la importancia del árbol y sostenían que había que lograr que si se sacaba alguno debía reemplazarse por dos. En el norte argentino, para el hombre de campo, el algarrobo es el árbol por antonomasia. Por sus frutos, por su sombra, por su leña y por su fina madera. En el Chaco se le llama simplemente "el árbol", sin más denominaciones. No hay que olvidarse que las vainas de algarrobas sirven para alimentar el ganado, para hacer harina y para fabricar con ella la torta llamada "patay" y la aloja, una bebida alcohólica y ácida de muy buen sabor. Sus ramas sirven de nido para los pájaros, de cobijo para el ganado y las personas. Sus hojas y corteza se usan para teñir las telas. Es el árbol de las rutas históricas, del camino de postas. Los genealogistas salteños lo han adoptado como su logo, precisamente porque sus múltiples ramas recuerdan la progresión geométrica de las familias, en su entramado y sus parentescos. La Salta de antes lucía con sus veredas con más de un árbol por cada frente de casa. Esos árboles daban sombra, producían oxígeno, fijaban dióxido de carbono, bajaban la temperatura en sus alrededores, frenaban la velocidad de las lluvias, limpiaban el aire, retenían partículas de polvo, algunos daban frutos (moreras, naranjos), reducían el estrés por el impacto psicológico del verde, y otros beneficios. Hoy, el árbol de las ciudades vive un verdadero drama. Hay una irresponsabilidad manifiesta en muchos frentistas, quienes olvidan que la vereda y los árboles pertenecen al dominio público y toman como propia la vida del árbol, destrozándolos con picos, hachas y motosierras. Especialmente de noche, los fines de semana, o los feriados, ocultando el crimen de los vecinos y de los funcionarios de control municipal. El árbol no puede defenderse y es cruelmente asesinado sin más. Para estos ejemplares, muchas veces centenarios, no hay ley de bosques, ni medio ambiente, ni fondos especiales. Nadie se preocupa por ellos que están delante de nuestras narices. Y, sin embargo, nos ocupamos virtualmente de montes de hediondillas y garabatos, degradados e improductivos.


 

La primera semana de mayo de 2011, se impulsó en la Cámara de Diputados de Salta una ley que busca proteger los árboles de sus asesinos potenciales. A estos se les aplicaría una pena de 30 días de arresto. De alguna manera hay que revertir la deforestación que sufrió el espacio urbano salteño. Los días de fuerte calor del verano convierten a la ciudad en un horno por la falta de árboles. Ello se puede invertir con algo tan simple y barato como un árbol.


 

Muchos árboles, miles de árboles para que la ciudad vuelva a lucir verde y fresca como otrora.

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