martes, 2 de agosto de 2011

Libros , libreros y bibliofilos

Libros, libreros de viejo y bibliófilos
N. ALONSO, Doctor en Ciencias Geológicas (Unsa- Conicet).
lunes 25 de abril de 2011 Opinión


Buenos Aires fue declarada por la Unesco como “Capital mundial del libro 2011”, en el año en que se realiza la 37ª Feria Internacional del Libro. Algo de lo que debemos sentirnos orgullosos. El libro tiene sus adictos. Los amantes del libro van en grado de adicción creciente desde el bibliófilo (amante de los libros), pasando por el bibliómano (maniático de los libros), el bibliólatra (idólatra de los libros), el bibliópata (enfermo de y por los libros), hasta llegar finalmente al raro, exclusivo, excéntrico y seguramente ficcional bibliófago (el que se come los libros en sentido real y no figurado).

Jorge Ordaz, geólogo y bibliófilo español, escribió precisamente un libro sobre una secta de bibliófagos. Así como los bibliófagos se comen ejemplares únicos en una ceremonia ritual, no dejan de estar lejos de ciertos clubes de caza, disfrazados de taxidermistas, que buscan especies animales en vías de extinción para comérselas antes de que desaparezcan de la faz de la Tierra. Quieren ser los últimos en merendarse “a los que se van”. Por ello le vienen de rechupete los libros de los ecologistas que dan cuenta de cuales son precisamente esas especies amenazadas.

Las ciudades tienen, algunas más y otras menos, sus librerías de viejo y también sus calles, plazas o parques con puestos de libros. Estoy pensando en Buenos Aires, no sólo en la calle Corrientes y la avenida de Mayo, pletóricas de librerías, sino también en plaza Lavalle, parque Rivadavia, parque Centenario y plaza Italia; o la calle Tristán de Montevideo, o los “Sebo” de Río de Janeiro y Sao Paulo, o la calle de Sagárnaga en La Paz, o la calle de San Diego en Santiago de Chile, o la calle de Santa Catalina en Arequipa, o las espaldas de plaza Francia y plaza San Martín en Lima, o el parque del Retiro en Madrid, o en los puestos a orillas del río Sena en París, o en las librerías de antiguos y raros a la vuelta del Museo Británico en Londres, y en tantos otros lugares.

Buenos Aires tiene, además, maravillosas librerías de viejo como las de Alberto Casares, Fernández Blanco y Aquilanti, de Lucio Aquilanti; Poema 20, de Diran Sirinian; El Vellocino de Oro, de mi amiga la española Carmen Domínguez Romero de la Osa; Los 7 Pilares, de Héctor Delgado; El Túnel; la Librería de las Luces; Romano; El Vitral; La Librería de Avila, de Miguel Avila; Manos Artesanas; Epifanía Libros; Librería del Plata; Hidalgo Solá; Lord Byron; Cueva Libros, de Alberto Costa; Víctor Aizenman; Helena de Buenos Aires, de Elena Padin Olinik; Mireya, de Mireya Pardo y Maximiliano Koch; Platero; Librería Anticuaria, de Edgardo Henschel, especializada en libros alemanes y sobre la Patagonia, por mencionar a unos pocos templos de los libros antiguos. Todos ellos y algunos más coincidieron el año pasado, la primera semana de noviembre de 2010, en la “Sexta Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires”, a donde tuve el placer de concurrir como invitado y que fuera inaugurada por el ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni.

Es allí, en muchos de esos templos del libro, donde se puede buscar la “joyita” que tanto deseamos, la obra agotada, el libro raro, el tema que desconocíamos, una firma valiosa, un ex libris de colección, la dedicatoria sorpresa o la inhallable primera edición. Los caminos hacia el libro son inextricables, son un laberinto borgeano. El libro es de todas maneras una cuestión personal. Lo que para mí es una joya, para otro puede no significar nada, y viceversa. Debe ser así porque de lo contrario nuestras bibliotecas deberían tener el tamaño del universo, como alguna vez lo soñó Borges y que se hizo realidad con la llegada de internet.

Salta se destaca en el noroeste argentino por la calidad y cantidad de sus librerías. Jujuy, por ejemplo, tiene dos librerías importantes: Horizontes y Rayuela y una de viejos Casi de Todo, de David y Gabriel Colina; Tucumán, con una importante población tiene sólo dos grandes librerías de ejemplares nuevos como son El Ateneo y El Griego y una de libros viejos: Los Primos. Catamarca, Chaco, Formosa, Santiago del Estero y La Rioja prácticamente carecen de librerías importantes. Pasa lo mismo con algunas ciudades de países vecinos.

El caso de Salta

Así, en nuestra ciudad de Salta, buenas librerías de libros nuevos son La Rayuela, de los hermanos Mario y Eduardo Benedetti; Plural, de las señoras Malamud; Yenny del Shopping, y la Feria del Libro, del matrimonio Barrios; a las que hay que sumarles librerías de libros religiosos como la San Pablo, de Felipe y Mónica Medina, o El Apóstol; de libros colegiales y de idiomas como la San Francisco o Atenea San Martín; de libros jurídicos como Ulpiano; de libros arqueológicos y turísticos como la del Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM), entre muchas más. Cada día se extraña más a la Librería El Colegio, del desaparecido y recordado Benito Crivelli; a la excelente librería Salta de las hermanas Ortiz; o Librotex, de Víctor Agero. Pero la oferta de libros viejos es menor si exceptuamos a El Laberinto, de Mariano Estrada, en Pueyrredón y España, o C y G, de Carlos Moruchi, en San Martín casi Buenos Aires.

Les quedan entonces a los buscadores de libros los puestos de los libreros del parque San Martín que hoy están ubicados -luego de varias mudanzas municipales- en calle Lavalle, entre Urquiza y San Martín. Ellos se dedican fundamentalmente al libro de texto escolar y hasta universitario, aunque tienen también una buena oferta de diccionarios y novelas. Pero perdidos allí, en medio de todo el caos bibliográfico, el ojo zahorí del buscador de libros puede encontrar algo de valor a un precio razonable. Porque el buscador de libros es como un cazador en busca de su presa. Y eso trae a la memoria esos rasgos atávicos del hombre que en sus primeras etapas de hominización fue eso, un cazador-recolector. Es como si los genes o los memes (paquetes de transmisión de información cultural en el sentido de Dawkins y Blackmore) hubiesen codificado información en donde la presa de ayer sea, para el bibliófilo, el libro de hoy.

Entre los libreros del parque, muchos de ellos atendidos por padres e hijos, pueden mencionarse a doña Rosa Borja y su nieto, Oscar Laxi, Paulina Diaz, Agustina Nogales, Francisca Moruchi y sus hijas Carina y Silvia, Loreto Casimiro, Sergio Cruz, Osvaldo Gutiérrez, Esther Tolaba, Inés Córdoba, Hugo Weber, Gladys Martínez, Norma Borja, Vanesa Gutiérrez, Ana Mamaní, Carolina Martínez, entre otros. Este artículo es un homenaje especial a esas mujeres del parque San Martín que durante todo el año, a pesar de las incomodidades y las inclemencias, se mantienen firmes en sus puestos de venta conservando viva la llama de los interesados en el objeto libro. En mi caso, como bibliófilo consuetudinario quiero parafrasear al escritor judeo-español Elías Canetti, cuando dijo que “compraré libros hasta el final de mi vida, (porque) creo que es también parte de la rebeldía contra la muerte”.

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