lunes, 21 de enero de 2013

Paolo Mantegazza y la Salta del siglo XIX



                                                                   DR RICARDO ALONSO
Por su excelente ubicación de “Puerto Seco” entre los ejes que unían Buenos Aires con Potosí y a su vez el norte argentino con la costa chilena, la provincia de Salta fue el paso obligado de un abanico multidisciplinar de viajeros extranjeros. Todavía no se ha escrito el grueso y enciclopédico volumen que rescate esta página absolutamente fecunda de la historia profunda de Salta. Entre los grandes hombres que pisaron nuestro territorio y quedaron prendados doblemente de las bellezas de Salta se encuentra un sabio italiano, el Dr. Paolo Mantegazza (1831-1910). Mantegazza fue un médico insigne, humanista ilustrado, antropólogo, naturalista y sobre todo un escritor notable de la Italia de la segunda mitad del siglo XIX. Graduado de médico en Milán partió hacia ultramar y arribó a Buenos Aires en 1854.
Se estableció en Entre Ríos, donde pasó un par de años y en 1856 viajó a Salta. Llegó a nuestra provincia con 25 años de edad y una pasión arrolladora por estudiar, investigar y conocer todo sobre nuestra naturaleza y costumbres. Y aquí en Salta, el médico que más tarde escribiría tratados famosos traducidos en muchos idiomas sobre la fisiología del amor, del matrimonio, del placer y otros, quedó fulminado por la belleza de una salteña a la que pidió ese mismo año en matrimonio. Era Jacoba Tejada, hija del senador Salustiano Tejada y de doña Felisa Saravia. Los casó nada menos que el obispo Colombres (José Eusebio), quien fue diputado al Congreso de Tucumán, que declaró la Independencia Argentina, y fueron testigos del matrimonio el gobernador de la provincia Dionisio Puch y doña Josefa Tejada.

La obra escrita de Mantegazza referida a la República Argentina, publicada enteramente en italiano y hoy inhallable, fue por suerte traducida y editada por la Universidad de Tucumán en 1916 (Viajes por el Río de La Plata, 280 p.) y reeditada con ampliaciones en 1949 (Cartas Médicas sobre la América Meridional, 498 p.). La lectura de estos volúmenes es realmente deliciosa no solamente por la cantidad y calidad de la información enciclopédica que proporcionan sino por la fina pluma con que están escritos. Mantegazza forma parte de esos viajeros con gran poder de observación y que supieron volcar con maestría el nuevo mundo que los subyugaba, al estilo de pinturas o cuadros literarios de la naturaleza, tal el caso de Humboldt, D’Orbigny, Darwin y otros grandes naturalistas del siglo XIX. Mantegazza se ocupó de describir el territorio nacional que visitó en cuanto a su clima, la distribución de las plantas, la flora de uso médico, la fauna, la fauna dietética y farmacéutica, las maderas preciosas, los ríos, las vías de comunicación, las distintas maneras de viajar, la gastronomía de las diferentes regiones, entre otros múltiples aspectos.
Prestó especial atención y describió con claridad el tema de la yerba mate, de la hoja de coca, el café, el tabaco, la caña de azúcar y sus derivados (guarapo, aguardiente), en fin todo lo que tenía que ver con los “alimentos nervinos”, con efectos fisiológicos y aplicaciones terapéuticas. Se ocupó extensamente del gaucho y sus costumbres, de la importancia que le da al caballo, de su manera de vestir, de su lengua y fisonomía íntimas, de sus comidas, de sus fiestas, de la yerra, el lazo, las boleadoras, las riñas de gallos, el juego de la sortija, de sus casamientos, funerales y danzas. Realizó descripciones interesantes de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fé, el territorio de la Pampa, Santiago del Estero, Tucumán y Salta. Por su formación médica prestó especial atención a las enfermedades dominantes, la medicina popular, los facultativos, médicos, curanderos, calidad de las aguas, efecto de la altura, la medicina entre los indígenas y especialmente de los “médicos” incaicos que todavía recorren amplias extensiones con sus medicinas para el cuerpo y para el alma: los famosos kallawayas.
Para nosotros lo más rico del texto es lo que toca a Salta, provincia a la que dedica varios capítulos. Comienza mencionando el Portezuelo y la vista que se presenta al viajero del “delicioso Valle de Lerma” y los contrafuertes de altas montañas que lo rodean y que “dan un aspecto singular, casi fantástico, a esa parte del paisaje”. Menciona que la ciudad tiene 11.716 habitantes, que sus casas son de techo de teja, de dos pisos y con raros balcones españoles, una plaza herbosa, un hospital, un cabildo, seis iglesias y un “buen colegio fundado por el jesuita Agustín Bailón”. Menciona los tagaretes como “insalubres pantanos”.
Dice que “La ciudad de Salta se jacta, con razón, de tener en su provincia todos los climas del mundo reunidos en un pequeño espacio, porque a diez leguas de la capital se encuentra hielo con que se fabrican helados, y a la misma distancia Campo Santo le ofrece azúcar, bananas y la deliciosa chirimoya”. Comenta que “la chirimoya es la fruta más exquisita del mundo y que oculta, bajo su corteza verde y aterciopelada, una crema fresca que reúne los sabores de la fresa, de la vainilla y del durazno”. Menciona el comercio de mulas a Bolivia, la quinua y los vinos excelentes y de sabor finísimo del Valle Calchaquí (“El rojo de Cafayate, es un borgoña elevado a la quinta potencia, un tesoro de energía, de sabor, de voluptuoso amargor”), los ingenios azucareros de Ledesma (de la familia salteña Ovejero) y de Campo Santo (de los Cornejos y los Figueroa), la caña de azúcar de su suegro Tejada en Cerrillos “que se vende en la ciudad, donde la chupan criollos y extranjeros”, los cueros salteños premiados con medalla de oro en Córdoba, la enorme variedad de árboles útiles, el problema de la garrapata, la diversidad de caza y de peces y dedica todo un capítulo a la navegación del Bermejo.
Se sorprende que en un clima y en una naturaleza tan maravillosa se le haya deparado ver en un solo día enfermedades como la verruga, la elefantiasis tuberculosa, la neumonía, la disentería, el bocio y el cretinismo, entre otras. Hace una descripción del minero romántico y soñador, que delira en sus fantasías de hacerse rico con las vetas y filones de puro cobre, plata y oro en las montañas que sólo él conoce. Hace una descripción antropológica de mulatos, tobas, chiriguanos y vallistos. Dedica también un largo capítulo para hablar de la gastronomía salteña y allí aborda la preparación del pan, de la aloja, de la chicha tanto la común como la mascada (con saliva humana), y de la sopa o chupi donde “se confunden el eclecticismo y panteísmo de la olla”, donde confluyen todas las verduras y carnes que dan un “Olimpo gastronómico, caliente, aromático, picante, sin dudas una de las glorias de la cocina salteña”. Define a la empanada como “el príncipe de los alimentos sólidos”. Mantegazza enviudó en 1860 y se casó con la condesa María Fantoni. Quedaron sin editar 62 volúmenes de sus diarios íntimos que seguramente contienen otras páginas invalorables de nuestra vieja Salta.

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