domingo, 28 de abril de 2013

Bola de fuego en el cielo argentino

RICARDO N ALONSO
Dr en Ciencias Geologicas
Unsa - Conicet


Por suerte fue un trozo de meteorito que se incineró en la atmósfera sin causar daños materiales ni afectar vidas.
El hecho de que la explosión registrada en el NOA fuera de noche magnificó la luminosidad del fenómeno.
La madrugada del domingo 21 de abril de 2013, alrededor de las 3:30 horas, una enorme bola de fuego iluminó gran parte del noroeste argentino. A pesar de la hora hubo en Salta muchos testigos presenciales y privilegiados como algunos pescadores en Cabra Corral y quienes participaban del festival musical de Los Tekis, entre otros. Por suerte fue un trozo de meteorito que se incineró en la atmósfera sin causar daños materiales ni afectar vidas humanas. Muy distinto de lo que pasó el 15 de febrero de este año en la ciudad rusa de Chelíabinsk donde la onda expansiva de un superbólido produjo el estallido y rotura de miles de vidrios de casas y edificios. El hecho de que la explosión del NOA fuera de noche magnificó la luminosidad.

Pensemos en un objeto que entra a la atmósfera a decenas de miles de kilómetros por hora y alcanza la incandescencia antes de fragmentarse y desaparecer. Puede tomarse como comparación lo que pasa cuando usamos un electrodo para soldar y ese punto incandescente genera alrededor una gran luminosidad. Y sin embargo la fuente de tanta luz en una soldadura es solo un poquito de hierro de no más de medio centímetro cuadrado. A tal punto que cuando el acero se pone incandescente no se puede mirar directamente la soldadura porque enceguece y de allí que los soldadores usen máscara con vidrio opaco. Lo mismo pasa con los superbólidos de meteoritos. A veces no son muy grandes pero vienen con tanta velocidad que se calientan al blanco vivo en su paso por la atmósfera.

Son el roce con el aire y la fricción lo que los calienta. Entonces no necesariamente tiene que ser un objeto de gran tamaño para dar lugar a la bola de fuego que se vio. Al entrar en la atmosfera pudo ser no más grande que un escritorio con velocidades del orden de los 20 kilómetros por segundo. Pero fue suficiente para que el fogonazo iluminara los cielos nocturnos de una gran región del NOA. De todos modos el Noroeste Argentino tiene una larga historia de caídas de bólidos y superbólidos. Sin ir más lejos en agosto de 1995 hubo una serie de explosiones en territorio salteño. Las mismas se registraron en los Valles Calchaquíes, Sierra de Santa Victoria, Metán, Galpón, Joaquín V. González y otros puntos. Uno de estos fue Incamayo, en la Quebrada del Toro, donde un objeto se desintegró sobre la ladera occidental de la quebrada, a menos de 200 m de una vivienda. En esa oportunidad hicimos un relevamiento con geólogos de la Universidad Nacional de Salta y vimos el lugar del impacto donde luego de algunos días todavía se desprendían fragmentos de roca y polvo.

Por la fuerza del impacto y la onda de choque los moradores de la casa fueron despedidos de las camas en que dormían y los caballos se escaparon y llegaron a unos 5 km río abajo. Si la trayectoria hubiese tenido unos metros de diferencia podía haber impactado directamente sobre la vivienda con funestas consecuencias. Este fenómeno de 1995 dio lugar que el sábado 20 de abril de 2013 nos visitara en Salta el equipo internacional de Discovery Channel para realizar una serie de entrevistas, justo un día antes de que ocurriera el evento que mencionamos en esta nota. Una rara casualidad. En todos los casos mencionados fue materia meteorítica lo que explotó en el aire o golpeó la superficie del suelo. Sin embargo siempre quedó la duda de lo que pasó en la década de 1970 en la zona de Orán donde una tremenda explosión en las serranías limítrofes con Bolivia pudo corresponder a chatarra espacial. Por su parte restos seguros de meteoritos se han encontrado en muchos puntos del norte argentino y del norte chileno. Un ejemplo emblemático es la lluvia de meteoritos que cayó hace 5000 años en el chaco santiagueño y donde todavía yacen en el lugar grandes bloques de hierro-níquel que pesan hasta 70 toneladas.

El lugar se llama Campo del Cielo y cubre una extensa área donde se dispersaron los fragmentos de sideritos muchos de los cuales se rescataron y están en diversos museos argentinos y del mundo. El fenómeno debió ser catastrófico para los paleo indios que ya circulaban por aquellas comarcas. En la Puna Argentina se han encontrado numerosos cráteres de impacto meteorítico con distintos tamaños y antigedades. Uno de ellos, el de Antofalla, descubierto por quién escribe durante una estadía en Cornell University en 1986, fue luego investigado en una expedición que organizó y financió el diario El Tribuno en 1987. En 1989 le mostré los resultados al famoso astrogeólogo norteamericano Eugene Shoemaker en el congreso geológico mundial de Washington. El año pasado, junto a investigadores expertos en meteoritos de Buenos Aires y Ushuaia, entre ellos Max Rocca y Daniel Acevedo, dimos a conocer algunos cráteres recién descubiertos en el congreso meteorítico mundial que se llevó a cabo en Cairns (Australia).

En el desierto chileno de Atacama se han encontrado también numerosos meteoritos y cráteres, entre ellos el de Monturaqui, famoso por sus pallasitas, un tipo de siderolito mezcla de hierro y roca. Materia meteorítica cae sobre la Tierra en forma permanente, sea como polvo meteorítico o pequeños fragmentos. La mayor parte se quema en la atmósfera dando lugar a las llamadas “estrellas fugaces”, muy notables de ver en los cielos límpidos y las noches estrelladas de la Puna. Unos pocos alcanzan la superficie perdiéndose en las selvas, en los desiertos o en el océano.

De allí que raramente se rescate alguno, y solo mayormente cuando caen en una zona donde pueden ser observados y recuperados. A fines de la década de 1990 cayó un meteorito en la zona del Aeropuerto El Aybal, que fue rescatado y estudiado por Orquídea Morello y Jorge Anesa de la Comisión Nacional de Energía Atómica, quienes publicaron los resultados en el 2000. Meteoritos y asteroides de gran tamaño han caído a lo largo de la historia de la Tierra y en algunos casos produjeron extinciones masivas como ocurrió con el asteroide de 10 km que impactó hace 65 millones de años en Yucatán y produjo la extinción global de los dinosaurios. Carl Sagan desarrolló ampliamente el tema en su libro Comet (Cometas), del cual tengo un valioso ejemplar dedicado a mi nombre que me regaló el autor. La caída de estos cuerpos celeste forma parte del azar cósmico y mientras no generemos un paraguas atómico para interceptarlos, similar al que se desarrolló en el programa bélico “Guerra de las Galaxias”, la civilización estará a merced de un tipo de fenómeno de naturaleza estocástica y contingente.

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