miércoles, 27 de marzo de 2013

Zamora, un cortejo fúnebre entre dos domingos gloriosos

Antonio Casado
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM
No hace falta que me echen ustedes de menos, pero, llegadas estas fechas, me reclama la tierra. Un buen sitio para reencontrarse con este atavismo que es la conmemoración de la muerte de Cristo. Los zamoranos lo pasean por las calles cada año en un sobrio ritual de cuyas enseñanzas no hemos aprendido nada. Si la pedagogía luctuosa del histórico acontecimiento hubiera germinado en la conciencia planetaria de los seres humanos, no estaríamos lamentando ahora el hambre, la desigualdad, la injusticia y el mismo hecho de que las querellas entre los hombres se sigan ventilando con armas cada vez más sofisticadas…

A ver si nos cambia el Papa Francisco con su cercanía y su vocación reformadora. Mucho mejor si se inspira en el mensaje del domingo próximo, que es el del Cristo resucitado, y no el del resto de la semana, que es el sufriente, el que acaba muriendo en la cruz como un perdedor. Porque, si ustedes no lo saben, esta Semana Santa de mi infancia perdida es un cortejo fúnebre situado entre dos domingos gloriosos: el de Ramos y el de Resurrección. Todo ello en histórica sintonía con el espíritu fundacional, que hunde sus raíces en el Concilio de Trento. Por tanto, en el culto a las imágenes (por llevarle a contraria a Lutero) y la consabida eclosión artística del barroco español.
Así habló la Iglesia Católica por aquel entonces (1563): “Declara que se deben tener y conservar las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios y de otros santos, y que se les debe dar honor y veneración, porque el honor que se da a las imágenes se refiere a los originales representados en ellas; de suerte que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos”. El arte se convertía así en un instrumento de propaganda al servicio de la fe católica cuyos frutos perduran en esta sentida representación anual de los zamoranos donde, a diferencia de lo que ocurre en el sur, la Religión se impone a la Antropología.

Este Cristo que paseamos en Zamora, apaleado y vencido el Jueves Santo, el cordero con piel de cordero que se inmola para que su sangre sea la última vertida antes de volver al buen camino, no es el que más me exalta. Prefiero el del Domingo de Resurrección. Pero aún me obnubila mucho más el de Antonio Machado, el que anduvo triunfante sobre las aguas. O el Cristo carismático del Sermón de la Montaña. O el Cristo nada complaciente de León Felipe, el que no ha venido a la Tierra para acunar los sueños del hombre dormido con cuentos. Justamente el que la emprende a latigazos con quienes se cargaron la doctrina por quedarse con el templo para instalar allí sus puestos de venta.

En esta Zamora devota y recoleta levantamos acta un año más de esa asistencia sentida, participativa, conmovida, doliente, de los zamoranos a la procesión de las capas pardas, un desfile de fúnebre resignación y cabezas humilladas, pero sin ese punto de orgullosa elegancia que percibimos en el monje de Zurbarán. Un desfile que, a mi juicio, representa mejor que ningún otro la sobria y medieval manera que tienen los zamoranos de entender la muerte de Cristo.



No hay comentarios: