martes, 5 de marzo de 2013

El PP alimenta la imagen de un partido acorralado

Antonio Casado
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM
En el PP se escenifica el drama de un partido acorralado por un sinvergüenza. Incluso lo alimenta. Las balbucientes reacciones de sus dirigentes a los gestos conminatorios de Luis Bárcenas avivan la apariencia de estar sometido al chantaje del extesorero. De modo que si las reacciones no sirven para refutar esa imagen de partido a la defensiva, lo mejor es suprimirlas. Ocurrió ayer: en contra de lo habitual después de las reuniones del Comité de Dirección, ninguno de sus miembros apareció ante los periodistas. Sufren el síndrome del gato escaldado, tantas veces desmentidos por la realidad y desairados por Moncloa, donde la vicepresidenta Sáenz de Santamaría olvida que la presidencia del Gobierno y la del partido coinciden en la persona de Mariano Rajoy, varias veces mencionado en esas listas de Bárcenas, parcialmente verdaderas-parcialmente falsas.

Oigo decir en la distancia corta a un alto dirigente del PP: “Hoy por hoy no sabemos a lo que nos enfrentamos”. Hasta ese punto ha inoculado el desasosiego el hombre que controló la llave de la caja durante los años del boom inmobiliario. “Aunque no tenemos nada que ocultar, nos pueden hacer mucho daño ciertos datos manejados con mala fe”, dice mi interlocutor, mientras lamenta que cuando Cospedal, Floriano o Pons salen a dar la cara, están vendidos por falta de información frente a una memoria viva de veinte años sobre las finanzas del partido.
Y todo porque la barrida electoral del PP en noviembre de 2011 no le sacó del limbo judicial en el que había quedado su causa, archivada unos meses antes. Al contrario, entiende que todas las instituciones que dependen del Gobierno se han empeñado en amargarle la vida. Empezando por la Fiscalía y la Abogacía del Estado, que recurrieron el archivo de la causa ante la Audiencia Nacional. Y siguiendo por la Policía Nacional, que no deja de ilustrar al juez Ruz desde que este reabrió el horizonte penal de Bárcenas. O el propio PP, personado como acusación particular. Pero ni siquiera este aspecto de la cuestión, que debería reforzar la posición política y moral del partido de Rajoy frente al barón de la peineta, ha sido puesto en valor.

Ahora, los dirigentes del PP están atascados en la duda sobre la conveniencia o no de presentar acciones judiciales contra Bárcenas. En la planta tercera de la sede de Génova, los equipos jurídicos siguen trabajado bajo las órdenes del exmagistrado Adolfo Prego sobre el cómo, el cuándo y el quién de las actuaciones judiciales contra el extesorero, mientras en los medios de comunicación continúa el goteo de novedades. En vísperas de que el asunto de las listas acabe integrado en el caso Gürtel, se multiplican las filtraciones sobre la información acumulada hasta ahora en la Fiscalía Anticorrupción y las unidades policiales sobre la contabilidad inconfesable del extesorero.

Lo próximo, ya lo verán ustedes, será la lista de las empresas que pasaban por la taquilla de Correa y Bárcenas, dos caras de la misma moneda, mientras en este partido “fallaban los controles” y “se relajaba la exigencia ética”, según doctrina del portavoz parlamentario del PP, Alfonso Alonso, que ayer, por cierto, puso tierra por medio y se fue a Washington. A Rajoy le está costando demasiado abrazar las tesis de su portavoz en el Congreso y hacer compatible la contrición con una ofensiva en toda regla contra el causante de que el PP parezca hoy por hoy un partido acorralado. Mientras no lo haga de una manera firme, clara y creíble, no dejará de crecer la sensación de que también los antiguos jefes de Bárcenas tienen mucho que ocultar.

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