lunes, 25 de marzo de 2013

Lo que Chipre nos enseña cuando llega la troika

Antonio Casado
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM
Chipre nos ha metido el miedo en el cuerpo. En este pequeño país mediterráneo, casualmente socio de España en el club del euro, parecen haberse atascado los principios de seguridad jurídica, libre circulación de capitales y protección de depósitos hasta los 100.000 euros, aunque la cosa venía de antes. El síndrome consiste en poner en duda la vigencia de dichos principios. Un riesgo reiteradamente negado por los jerarcas de Bruselas, salvo algunas cosas, que diría ya saben quién… O sea, salvo peligro de quiebra en algún país de la Eurozona. En ese caso, procede hablar de la insoportable levedad de la seguridad jurídica que exigimos, por ejemplo, a los países latinoamericanos.

Los hombres de negro (UE, BCE y FMI), especializados en rescate de países al borde del colapso, que acaban de echar muchas horas en Nicosia, se abren paso mediante el uso de su arma secreta: la teoría del mal mayor. Ni siquiera en nombre de los sagrados dogmas liberales se puede permitir que el mal de una parte se contagie al todo. Es el mantra utilizado por Bruselas para meter en cintura a irlandeses, griegos, portugueses, italianos, españoles y chipriotas. Sirve también para el según y el cómo de la libre circulación de capitales. Y ahora, con más razón. El papa Francisco ha declarado que “el dinero tiene patria”. Pues que acuda a salvarla, viene a decir la canciller Angela Merkel, que está encantada con el último golpe de intervencionismo por nuestro bien. “Quienes han contribuido a causar los problemas deben contribuir a resolverlos”.
Por un lado, los banqueros chipriotas, para los que se acabaron los días de vino y rosas (de los dos grandes bancos, uno desaparece y el otro se reestructura). Por otro, los clientes con saldo superior a los 100.000 euros (acciones, obligaciones y depósitos), que van a sufrir dentelladas aún sin precisar (el 100% en algunos casos, se teme). Es decir, que al final se respetó la protección garantizada hasta el umbral comprometido. Pero no por la fuerza moral del compromiso contraído por la UE en 2008, sino por la higiénica, democrática y ejemplar insumisión del Parlamento chipriota, que supo decir no a la troika cuando quiso meter la mano en el bolsillo de los ciudadanos chipriotas con depósitos bancarios por debajo de la cantidad supuestamente garantizada.

Ocurrió la semana pasada. Las condiciones del rescate venían pactadas por Bruselas y el recién elegido primer ministro del país, Nikos Anastasiades. Pero ni los diputados de apoyo al Gobierno de este, que se abstuvieron, pasaron por el aro. Algo que quienes rechazamos la tesis de que todos fuimos igualmente culpables de la crisis (gobernantes y gobernados), nos podemos permitir ver como un brote verde en el seno de una ciudadanía europea aparentemente anestesiada y sumisa. Ahora tenemos mucho más fácil invocar la parábola de David y Goliat para aproximarnos al caso de Chipre, donde ciudadanos e instituciones se plantaron ante unas intenciones parcialmente “confiscatorias”.

La confiscación se va a consumar a costa de los que más tienen, dejando exentos a los que menos poseen. A los de mi cuerda no nos parece mal, en evitación de males mayores. Peor lo tienen los devotos de la economía de mercado. Aquellos que en el dinero, por encima o por debajo de los 100.000 euros, no ven al chipriota, ni al ruso, ni siquiera al dinero en deuda con su patria (a las duras y a las maduras), según la doctrina del papa Francisco. Nada de eso. Para ellos el dinero no tiene patria ni color. Sólo tiene dueño. Pues lo llevan claro.

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