domingo, 3 de marzo de 2013

La Corona también necesita pasar por el taller

Antonio Casado
AL GRANO
EL CONFIDENCIAL.COM
El sincero deseo de un pronto restablecimiento de don Juan Carlos de Borbón (una semana hospitalizado y unos meses de rehabilitación) no impide constatar que la imagen averiada de la Corona es un metafórico reflejo de los achaques físicos del Rey. Ayer fue sometido a la séptima reparación quirúrgica en los últimos tres años. La cuarta en el último año, seguramente el más devastador para el prestigio de la institución. Todo es relativo en la época del desaliento. No menos devastadora está siendo para el Gobierno de la Nación, Parlamento, comunidades autónomas, sindicatos, patronal CEOE, la banca y las clases dirigentes en general. También es verdad que la Corona y la conducta de las personas que la representan, empezando por la del propio Rey, se han convertido en chivo expiatorio de los excesos cometidos en los días de vino y rosas.

Es como si con los males de la Familia Real nos purgásemos todos. La purga consiste en un dramático proceso de banalización de la Monarquía al que han contribuido decisivamente las dichas personas o personalidades, cuyos comportamientos han acortado la distancia con los habitantes de la calle. “Si me quitan el sueldo mañana, le prendo fuego al Palacio de Marivent”, dice esa mujer de Palma, Laura González, a la que el yerno del Rey, Iñaki Urdangarin, reclama una deuda de 12.000 euros.

Ha caído el blindaje de la Corona. Eso que llamamos “carisma”. Véanse las referencias diarias de los medios de comunicación a temas antes intocables como las infidelidades matrimoniales de don Juan Carlos o las apuestas cruzadas sobre su abdicación. Mientras tanto, a los monárquicos de toda la vida se los ha tragado la tierra, como en vísperas del 12 de abril de 1931, y son los “monárquicos racionales”, en lúcida expresión de Rafael Spottorno, actual jefe de la Casa del Rey, quienes echan el resto en defensa de la institución por la cuenta que le trae a una España sedienta de estabilidad.

Son otros tiempos. Spottorno no es el conde de Romanones, aquel fiel consejero que aconsejó a Alfonso XIII reconocer la marea republicana del 12 de abril. Tampoco el médico de cabecera de don Juan Carlos, Miguel Tapia (jefe del Servicio Médico de la Casa del Rey), o su antecesor, Avelino Barros, recuerdan ni de lejos a Gregorio Marañón, médico y amigo del Rey Alfonso XIII, aunque desde un año antes de proclamarse la República ya trabajaba por su advenimiento como firmante del llamado Pacto de San Sebastián. Nada que ver. En todo caso, ahora Spottorno se esforzaría en constatar que, 82 años después, la controversia no gira entre monarquía o república, sino entre Juan Carlos y su hijo, Felipe de Borbón y Grecia.

Por cierto, un príncipe cabal que está llamado a convertirse antes o después en Felipe VI. Pero ya conoce perfectamente el oficio de rey. Lo volveremos a ver en el ejercicio de esas funciones durante los próximos meses, un ensayo general con casi todo para que la opinión pública española no sucumba a la tentación de confundir personas e instituciones. Censurar la conducta privada de don Juan Carlos o su yerno no equivale a reclamar el fin de la Monarquía Parlamentaria, cima de nuestro edificio constitucional. Aunque, como el Rey, también necesite pasar por el taller.

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