El 20 de diciembre de 2012 tuve la oportunidad de participar como disertante de las II Jornadas de Becarios del Iniqui, esto es el Instituto de Investigaciones Químicas de la Universidad Nacional de Salta.
Junto al Ing. Elio Gonzo expusimos sobre la evolución de la ciencia en la Argentina y los enormes cambios que vivimos en nuestra generación en las publicaciones, desde el soporte papel hasta el actual y difundido soporte digital.
En mi alocución comencé recordando que el primer trabajo científico en el país se realizó en Salta, y consistió en un estudio experimental sobre la dilatación del aire atmosférico que fuera llevado a cabo por el médico y naturalista escocés, radicado en Salta, Dr. Joseph Redhead.
El estudio, publicado en Buenos Aires en 1816, consistía en encontrar el punto de ebullición del agua a medida que se ascendía desde Buenos Aires hacia el norte, a través del camino de postas que conducía a Potosí.
La demostración fáctica es que a mayor altura el agua hierve a menor temperatura. Redhead calculó con gran precisión la altura sobre el nivel del mar a que se encuentra la ciudad de Salta en 3.973 pies.
Durante la época colonial los estudios estaban concentrados en las cuestiones teológicas y filosóficas y solo en estos campos egresaban los doctores. Todo se hacía siguiendo el libreto y el boato salmantino, es decir lo que marcaba en forma señera la Universidad de Salamanca.
Cualquier discusión se zanjaba con una frase contundente: “Doctores tiene la Iglesia”. Por lo tanto, solo existía el dogma y no había lugar para cuestiones opinables. Con la llegada de la independencia y el correr del siglo XIX, los grandes prohombres argentinos se dieron cuenta de que se sabía muy poco sobre los recursos y la potencialidad del país.
Tampoco había ciencia ni enseñanza de la ciencia. Rivadavia comenzó contratando a estudiosos italianos y franceses y así llegaron al país Pedro Carta Molino, Carlos Ferraris y Amado Bonpland, este último el sabio botánico que acompañó a Humboldt en su viaje por la América meridional.
Más tarde llegarían otros dos italianos a Buenos Aires, el Dr. Pellegrino Strobel y el Dr. Juan Ramorino, dedicados a la geología y a la mineralogía.
Por su parte, Urquiza apuntó a naturalistas franceses y así llegaron al país Víctor Martín de Moussy, Alfred du Graty y Auguste Bravard. Todos ellos realizaron un trabajo excepcional que quedó registrado en gruesos volúmenes como los tres tomos de la “Confederación Argentina” de Martín de Moussy, con un gran atlas geográfico acompañante, en el que está plasmada la naturaleza del territorio y su potencialidad en recursos naturales.
También Du Graty escribió un volumen sobre la Confederación.
Por su parte, Bravard estudió numerosas cuestiones sobre el origen de la pampa y sus suelos, las barrancas del Paraná y se ocupó de los terremotos. Precisamente, marchó a Mendoza porque allí se estaba produciendo una importante actividad sísmica que preanunciaba un potencial sismo de alto grado.
El científico llegó a Mendoza, se alojó en el hotel, con tan mala suerte que esa misma noche del miércoles de ceniza, del 21 de marzo de 1861, siendo las 20.30 y mientras se encontraba en su habitación ocurrió el sismo que había sospechado y murió en el lugar sepultado por los escombros.
El gran impulsor
Pero sin dudas fue Sarmiento el que dio el más grande impulso a la ciencia en el país cuando decidió crear la Academia Nacional de Ciencias en Córdoba y contratar a los mejores científicos extranjeros de la época en distintas ramas. Ya la creación en Córdoba y no en Buenos Aires fue un paso importante en pos de la descentralización.
Germán Conrado Burmeister, el sabio alemán que adhería al creacionismo, lo que le costó duras peleas con el darwinista Florentino Ameghino, fue el encargado de buscar en Alemania un grupo de naturalistas de primer nivel.
Para entonces, brillaba como un faro de la ciencia la famosa Academia de Freiberg, en la que habían enseñado grandes maestros, entre ellos Abraham Gotlob Werner, y habían pasado como alumnos sabios de la talla de Alexander von Humboldt, Lavoissier, Antonio Manuel del Río, José Bonifacio de Andrada y Silva, los hermanos D'Eluhyar y muchos más.
El primero de los estudiosos contratados que llegó al país, en agosto de 1871, fue Max Siewert, de profesión químico y procedente de la Universidad de Halle, quien hizo aportes sustanciales en su disciplina. Luego, en octubre de 1871, lo hace Paul G. Lorentz (1835-1881), botánico procedente de la Universidad de Munich, cuyos estudios fitogeográficos del interior del país son la base del conocimiento de nuestra flora. Le sigue en abril de 1872 Alfred Stelzner (1840-1895), reconocido sabio alemán, geólogo y mineralogista de la Real Academia de Minas de Freiberg, quien se convertirá en el “padre de la geología argentina”.
Llega Weyenbergh
Meses más tarde (septiembre de 1872), arribó Hendrik Weyenbergh (1842-1885), médico holandés que se había especializado en zoología en Utrecht y G”ttingen. Esta primera camada se completa con el físico Carlos Schulz-Sellack y el matemático Carlos A. Vogler.
Muchos de estos van a ser reemplazados luego por otras figuras también importantes como el botánico Jorge Hieronymus (1846-1921), a quién más tarde reemplazará Federico Kurtz (1854-1920); Oscar Doering (1844-1917), Adolfo Doering (1848-1935), Francisco Latzina y el gran sabio Luis Brackebusch (1849-
1906), quien realizó importantísimos aportes en el norte argentino.
La tercera generación de científicos incluye a nuestro Florentino Ameghino (1854-1911) que alcanzó renombre mundial con la paleontología, a Guillermo Bodenbender (1857-1941) y al químico Luis Harperath. Todos ellos se convertirán en grandes figuras de la ciencia argentina.
El aporte de Siewert
Es interesante destacar que, de estos, Max Siewert a raíz de un conflicto decide renunciar para volverse a Alemania pero es convencido por Sarmiento de que se quede en el país y más precisamente en Salta.
Este gran químico vino a nuestra provincia, se instaló en el viejo Colegio Nacional, y desde allí realizó importantes estudios sobre la química de las aguas de nuestros ríos y de las fuentes termales de la provincia.
Lo importante a destacar como resumen es que no es casual que el temprano desarrollo de las ciencias en nuestro país generaron las raíces para que en el siglo XX surgieran extraordinarios científicos reconocidos internacionalmente, entre ellos tres premios Nobel como Bernardo Houssay, Federico Leloir y César Milstein.
Esto le dio a nuestro país una posición de privilegio en el campo de la ciencia a nivel de América Latina