RICARDO ALONSO
DR EN CIENCIAS GEOLOGICAS
UNSA CONICET
Nuestro enorme poeta, Manuel J. Castilla, publicó un libro de
poesías que es una joya literaria y al cuál puso por título “Copajira”. Esta
obra admirable fue editada en Salta por Rómulo D'Uva en agosto de 1949. Las
hermosas ilustraciones y viñeta fueron realizadas por Gertrudis Chale y Carybé.
Copajira está expresamente dedicada a los mineros de Oruro y Potosí, pero en
sus páginas están reflejados y contenidos todos los sufridos mineros del mundo
andino, tanto hombres, como mujeres y niños. Castilla hace especial hincapié en
los que trabajan en la profundidad de los socavones pero no descuida a los que
lavan las arenas de los ríos en busca de las pepitas de oro ni a las mujeres
palliris que trabajan en las bocaminas y canchaminas apartando el metal de la
roca estéril. Es este un libro nuclear de la poesía minera andina. El primer
poema se titula precisamente Copajira, y es el que da el nombre al libro. Ahora
bien ¿Qué es la copajira? El propio Castilla, en un glosario al final del
libro, la define como sigue: “Especie de caparrosa o sulfato de cobre. Con el
agua se torna un líquido rezumado y corrosivo entre el cual trabajan los
mineros bolivianos”. En realidad es el nombre que se le da en el mundo minero
andino, pero estas aguas aciduladas son comunes a todas las minas de sulfuros
ricas en cobre y hierro en cualquier geografía. Lo que ocurre es que minerales
de sulfuros como la pirita que es el sulfuro de hierro y la calcopirita que es
el sulfuro de hierro y cobre, por mencionar los más comunes, al ser lavados por
las aguas van a formar ácido sulfúrico. El ácido sulfúrico es un ácido fuerte
que ataca las rocas y los metales que contienen y como bien dice Castilla
rezuman de las rocas, tal como una pared rezuma humedad. El techo de los
socavones filtra por los poros de la roca ese líquido ácido que se evapora
formando sulfatos que crecen en bellas estalactitas de hermosos colores azules
y verdes. Las azules corresponden al mineral calcantita que es el sulfato
hidratado de cobre y las verdes a la melanterita que es el sulfato hidratado de
hierro. La melanterita se usaba antiguamente para hacer la tinta de escribir y
si se le pasa la lengua tiene ese sabor especial de la tinta. Pues bien,
cualquiera que haya bajado a los socavones ha sentido ese goteo incesante del
agua que en su movimiento gravitatorio baja disolviendo los sulfuros metálicos
y formando un ácido fuerte que ataca la ropa e irrita la piel y los ojos si no
se tiene cuidado. Ese es el “medio ambiente” natural en que se desenvuelve el
minero de las profundidades. Ni aún para un geólogo es sencillo decodificar la
poesía minera de Castilla a raíz de sus laberínticas metáforas. En Copajira
habla de la montaña que se apodera del minero y a la cual éste ya no puede
abandonar porque va detrás de sus pasos aunque él no se de cuenta. La segunda
estrofa es definitiva: “La copajira lima/lima piedra por piedra/y queda, si te
has ido/comiéndose tu huella”. Insiste con el sueño que se hace herrumbre en la
noche alta cuando duerme: “Espuma de la herrumbre, la copajira, espera”. En
“Lluvia” vuelve de nuevo indirectamente sobre la Copajira y habla aunque no lo
diga expresamente- de esa agua que permea el cuerpo y el espíritu, porque
parafraseo- abajo en los socavones llueve siempre aunque la lluvia, minero, no
se vea. En el poema “Lavadero” sale de las profundidades para hablar de los
mineros de la superficie o sea los que trabajan las pepitas de oro de los
aluviones de los ríos. El hilo conductor es el óxido, óxido que impresionó
fuertemente a Castilla, óxido que roba el color de los ojos, la piel y los
vestidos de esos mineros amarillos y silenciosos que lavan y muelen en esa gran
piedra a la que llaman quimbalete o maray; un quimbalete que muele su propia sombra
hasta que la roca se convierte en arena. El final de este poema es casi
surrealista cuando dice: “Mineros amarillos/entristecida greda/de vuestras
manos duras/que en el agua se trenzan/un arcángel de estaño/sube al cielo de
piedra”. Los cinco poemas “Alba”, “Mediodía”, “Tarde”, “Noche” y “Sueño”
representan un día completo en la vida de un minero. En el poema “La Veta” se
aprecia la cosmovisión diferente que tiene el obrero del socavón en relación
con el ingeniero. La veta es aquí una enorme serpiente durmiendo, cuya cola se
hunde en las profundidades y que por quererla matar, ella los va matando a
ambos. Castilla lo expresa así: “Aquí arriba está la veta/arrime Ud. Su
mechero/que por quererla matar/nos vamos quedando adentro”. La veta es para el
minero una cosa viva: “Así como Ud., la ve/ella también lo está viendo”. En “La
Hora”, el poeta plantea una metáfora del tiempo. Cualquiera que haya bajado al
fondo de los socavones donde reina la más absoluta oscuridad y donde uno puede
llegar a sentir el propio bombear del corazón en el silencio más profundo, sabe
que allí no hay tiempo. Alguien que quedara atrapado en una galería por un
derrumbe, por más que tuviera un reloj no sabría si las 12 son las de la noche
o las del mediodía, ni tampoco de que día. Castilla define todo esto en dos
versos: “Allí donde la hora/es una, sola y negra”. “Pedro el Jaulero” es un
poema duro y triste. Es la historia que deja entrever de un minero que sufrió
un accidente de tronadura y perdió un brazo. Castilla escribe: “Cuando en la
dinamita/la tierra se desgaja/le suben a los huesos/tormentas enterradas”. En
“Letanía de Oruro” le canta precisamente a ese otro gran distrito minero de
Bolivia, en el Altiplano mineral de Sudamérica, donde los mineros aparecen como
fantasmas recostados sobre ese imponente telón de fondo de las montañas
preñadas de minerales. Su penúltimo poema es “La Palliri”, un canto profundo a
la mujer minera andina, la que trabaja seleccionando el metal rico en las
bocaminas. Yo mismo las he visto trabajando en los lugares más inhóspitos de
los Andes, con temperaturas de muchos grados bajo cero, con vientos helados
cargados de arena como perdigones y ellas haciendo su trabajo silencioso, con
sus hijos pequeños de acompañantes y durmiendo protegidos entre unos cueros. La
sensibilidad de Manuel J. Castilla por el mundo minero surgió de su estancia en
las minas de Bolivia donde se consustanció a fondo con una realidad que de otra
manera es difícil sino imposible de aprehender. Castilla plasmó en poemas
únicos la compleja realidad del gran teatro de los socavones andinos. Una
poesía profunda, elaborada por un poeta único y exquisito al que conviene
releer.
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