lunes, 23 de septiembre de 2013

Las nadadoras del río Juramento

RICARDO ALONSO
dr en ciencias geologicas
Unsa Conicet
Una de las páginas tal vez menos conocidas de la rica historia de Salta es el de las antiguas nadadoras del río Juramento. Esto ocurría a lo largo del siglo XIX cuando el río bajaba bravo en el verano y había que cruzar a la otra banda lo que transportaban los pasajeros que hacían el camino real entre Buenos Aires y Potosí.
Curiosamente en un mundo machista donde las tareas rudas estaban reservadas a los hombres, las que se jugaban el pellejo y cruzaban el río crecido a nado y a puro braceo eran principalmente mujeres. Mujeres salteñas y santiagueñas con una fuerza y un coraje sobrehumanos que ha quedado por suerte documentado en las obras de los viajeros que las reflejaron en sus diarios o crónicas y que hacen palidecer otras tareas realizadas por los varones.
Antes de entrar a contar esta curiosa historia veamos algunas características del río. El Juramento es uno de los grandes colectores de la Cuenca del Plata junto al Pilcomayo y el Bermejo. Recibe también los nombres de Pasaje y Salado. Corre íntegramente en territorio argentino, a diferencia del Pilcomayo y el Bermejo que tienen sus nacientes y una parte importante de su recorrido en Bolivia.
El río Juramento nace en las cumbres y laderas del cerro Acay, donde se alimenta parcialmente de deshielos, y corre un largo tramo a través del Valle Calchaquí hasta su confluencia con el río Santa María cerca de Cafayate. Ambos entran por el cañón formado entre las sierras de Carahuasi y de León Muerto, donde a partir del cerro Zorrito toma el nombre del río de Las Conchas hasta su salida en el Valle de Lerma en la localidad de Alemanía al frente del cerro Quitilipi. Continúa como río Guachipas hasta su ingreso en el embalse de Cabra Corral. Luego de sortear el dique se convierte en el río Juramento y atraviesa un importante tramo de sierras encajonado (Cañón del Juramento), que hace las delicias de quienes practican allí el rafting. Continúa su curso haciendo un amplio arco por las localidades salteñas de Juramento, Río Piedras, El Galpón, El Tunal, Joaquín V. González, Gaona, Quebrachal, Macapillo, hasta llegar a Cruz Bajada o Algarrobal Viejo, donde entra en la provincia de Santiago del Estero. Desde allí cruza diagonalmente esta provincia para luego internarse en el territorio de Santa Fe hasta alcanzar al río Paraná. La longitud total del Juramento-Salado es de unos 2.355 km, tomando sus puntos extremos en el borde de la Puna y su desembocadura en el Paraná. Su caudal medio en la ciudad de Santa Fe es de 170 metros cúbicos por segundo. Drena un área de 124.199 kilómetros cuadrados. Es interesante destacar que nace en las laderas del Acay, en el borde de la Puna, a más de 5.000 m de altura y termina su recorrido en Santa Fe a sólo 15 m sobre el nivel del mar. Téngase en cuenta que una cosa es el río Pasaje - Juramento ahora, con el control del embalse de Cabra Corral y el moderno puente sobre la ruta 34 y otra muy distinta el viejo río Pasaje que corría libremente desde la Cordillera de los Andes hasta el Paraná.
Arenales dice que: “El río de El Pasaje, en estado de creciente, llega a tener tres cuadras de ancho; y sus grandes olas, con el estrépito que causan, lo hacen parecer al Río de La Plata en una tempestad”.
El cruce de las carretas con bueyes y de los viajeros era todo un tema. Principalmente los que llegaban en el verano cuando el río tenía crecidas extraordinarias. A veces debían quedarse varios días y hasta semanas enteras cuando bajaba con toda su carga de sedimentos, troncos y rodados. La furia del agua se llevaba a los jinetes y sus cabalgaduras que terminaban mal averiados si es que no se ahogaban y desaparecían bajo las aguas. Uno de los viajeros que relata el cruce del río en 1826 es el inglés Juan Scrivener de la misión minera de Edmund Temple a Potosí. Dice que el Pasaje “es el más rápido y peligroso entre Buenos Aires y Bolivia, y son muchos los casos que se cuentan de viajeros que con sus caballos, mulas y carruajes, han sido arrastrados por la corriente al atravesarlo, por no tener la paciencia necesaria de permanecer en sus orillas hasta que los torrentes de las montañas, que les sirven de afluente, hayan menguado”. Luego apunta: “Es a veces necesario durante la época lluviosa, esperar varios días antes que se pueda cruzar”.
Ellos cruzaron varias veces el río en territorio de Santiago del Estero y comenta cómo los nativos preparaban unas balsas con cueros de bueyes que llenaban con lo que había que pasar y luego unían por sus cuatro extremos con una aguja de madera o un lazo. Los viajeros debían acomodarse arriba de la balsa y luego las nadadoras los cruzaban hasta la orilla opuesta sosteniendo la balsa y remando. Scrivener lo dice textualmente “Sir Edmund Temple y yo fuimos arrastrados por dos nadadoras femeninas que demostraron estar muy poco fatigadas después de su trabajo”.
En igual sentido se expresa Woodbine Parish, cónsul inglés en Buenos Aires, quien vivió en nuestro país las primeras décadas del siglo XIX y en 1838 publicó su extraordinario trabajo sobre las provincias del Río de La Plata. Dice Parish: “En el verano cuando el río está bajo su ancho será allí como de cien varas y no teniendo entonces más de tres o cuatro pies de profundidad, puede vadearse con toda seguridad. Pero según el río va creciendo, los pasajeros pasan en una balsa de cuero remolcada por nadadores”. Y remarca: “Por lo común estos nadadores son mujeres, en extremo diestras en remolcar estas débiles barcas a través del río”. Justo Maeso, que tradujo a Parish y realizó innumerables anotaciones a pie de página, también menciona a esas “acreditadas nadadoras” que manejan las balsas con una “destreza justamente admirable”. Comenta que las balsas de cuero de buey con el equipaje del viajero adentro y éste subido encima, es pasado por las nadadoras a la orilla opuesta con un lazo delgado que está atado a la balsa y que ellas llevan entre los dientes mientras bracean enérgicamente en la corriente. Calculo que la distribución del peso y el análisis de la línea de flotación eran el valioso conocimiento empírico que ellas manejaban. Las “pasadoras” o nadadoras del río Juramento es uno de los tantos oficios antiguos que se han extinguido para siempre. Pero el valor y la destreza de esas mujeres heroicas y anónimas han quedado registradas para la posteridad en las viejas páginas de los viajeros del siglo XIX.

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