martes, 24 de julio de 2012

Opiniones Los glaciares y la minería


RICARDO ALONSO
Dr en ciencias geológicas
Unas Conicet



La hipótesis que voy a presentar es muy simple. En la reunión de Cartagena de Indias el presidente de Estados Unidos, Dr. Barack Obama, debió ponerla en autos a nuestra presidenta, Dra. Cristina Fernández de Kirchner, sobre un tema espinoso: los españoles -que ya habían coqueteado con los rusos- ahora querían meter a los chinos para manejar una reserva estratégica global de hidrocarburos no convencionales como es Vaca Muerta, en Neuquén.
Esto no podía ni iba a ser permitido por el imperio. El lunes siguiente se anunció la renacionalización con bombos y platillos, asumiendo al frente de la nueva empresa De Vido y Kicillof. Un par de días después, estos dos funcionarios estaban sentados frente a frente nada menos que con los representantes de Exxon, léase Rockefeller. O sea, que estamos hablando de una de las corporaciones gigantes del capitalismo que tiene fondos y espaldas suficientes para producir el famoso “shale oil” y “shale gas”, esto es, el petróleo y gas de esquistos. Ello requiere tecnología de punta para la fracturación de los reservorios e inversiones que superan varios miles de millones de dólares para extraer esos hidrocarburos que, por supuesto, no valen lo mismo que el gas y el petróleo convencional. O sea, que el autoabastecimiento, si alguna vez llega, va a venir de la mano de un combustible mucho, muchísimo más caro. Esta mera introducción sirve para entender cómo funciona el aplausómetro nacional.
Aplaudimos cuando se privatizó YPF de la mano de Menem en los noventa, volvemos a aplaudir ahora cuando la renacionalizamos en 2012. Nadie discute que es bueno que manejemos como Estado nuestros propios recursos energéticos, tal como lo hacemos con la energía atómica, aun cuando todavía resta volver a poner en funcionamiento, esto es, reexplotar nuestros viejos yacimientos y dejar de depender del uranio importado. Pero lo importante es trascender a un gobierno en un marco de seguridad jurídica y también de estabilidad jurídica, si se quiere salir del atolladero.


La política de desinversión en energía fue señalada y machacada hasta el cansancio, al igual que la distorsión en el precio del gas, el petróleo y la electricidad. El Estado creó Enarsa, que tenía que cumplir el papel de petrolera nacional, pero que no funcionó para nada, salvo para que sus funcionarios cobren sueldos de petroleros. Nos hemos acostumbrado a trascender la autocrítica y a mirar hacia atrás como si los propios actos hubiesen sido cosa de terceros.
La idea de este artículo no es entrar en disquisiciones políticas, sino en aclarar qué es esto que tanto se menciona de Vaca Muerta. La formación Vaca Muerta es el nombre que toma una unidad geológica que ocurre en la llamada Cuenca Neuquina y que se desarrolla mayormente en las provincias de Neuquén y Mendoza. Se encuentra allí una sucesión bastante completa de sedimentos acumulados durante el Jurásico y Cretácico, que representan una columna bastante completa de estos tiempos geológicos. Dicha sucesión de rocas sedimentarias se depositaron en un viejo golfo del océano Pacífico que se dio en llamar el Engolfamiento Neuquino.
Precisamente a fines del periodo Jurásico, el océano avanzó dentro del continente y comenzaron a depositarse sedimentos marinos muy ricos en materia orgánica. Téngase presente que para entonces las aguas eran cálidas y en ese mar vivía una extraordinaria fauna de reptiles marinos, tortugas y, por supuesto, los famosos amonites y muchísimos otros invertebrados, todos los cuales han servido para reconstruir la edad y el medio ambiente de ese tiempo. En el fondo marino y en condiciones anóxicas (sin oxígeno) se iba acumulando la materia orgánica proveniente del plancton marino y toda la demás masa muerta, que con el tiempo y el enterramiento comenzaría a convertirse en un bitumen. Esto ocurría unos 140 millones de años atrás y esos sedimentos negros son los que hoy se llama formación Vaca Muerta, que según los lugares alcanza un gran espesor y es lo que constituye una “roca madre”.
Técnicamente los petroleros la definen como “una roca madre generadora de petróleo de excelente potencial, con materia orgánica amorfa, portadora de querógeno tipo I/II, depositada en un ambiente marino anóxico”.
La maduración de la materia orgánica de esta roca generadora -que comenzó hace unos 80 millones de años- dio lugar a la formación de gas y petróleo que se liberó para ir a acumularse en trampas desde donde se lo extrajo como fluido convencional. Sin embargo, una enorme cantidad de ese hidrocarburo quedó atrapado en el “shale”, también llamado lutita o esquisto arcilloso, desde donde solo se lo puede liberar por medios mecánicos invasivos como es el de la fracturación hidraúlica del reservorio. Repsol-YPF anunció en 2011 que había “descubierto” ese petróleo y gas convencional, y que ello llevaba a un incremento de sus “reservas” y de sus “activos”. Metafóricamente, ese anuncio y ese día declararon la autopsia a la Vaca Muerta. Lo cierto es que ellos no descubrieron nada.
Los geólogos sabían desde hace un siglo que esa era una roca madre de hidrocarburos, incluso se había encontrado amonites embebidos en petróleo. Los fósiles comenzaron a estudiarse desde fines del siglo XIX y tuvieron un avance importante con los estudios de Carl Burkhardt, en 1903, y de Charles Weaver, en la década de 1920.
En la década de 1940 se destacan los trabajos del gran paleontólogo argentino Armando Leanza y más tarde de su hijo Héctor Leanza. Luego vendrían los detallados estudios de los fósiles por los doctores Alberto Riccardi, Susana Damborenea, Miguel Manceñido, Beatriz Aguirre-Urreta, Sara Ballent, E. Musacchio, entre un gran número de paleontólogos, y de las formaciones geológicas por los doctores Pablo Groebber, Pedro Stipanicic, Leonardo Legarreta, Miguel Uliana, Víctor Ramos y otro sinfín de geólogos argentinos, petroleros y académicos.
El otro punto es hablar de reservas y activos. El petróleo no convencional como está actualmente es un “recurso”, un recurso muy importante ya que es una de las formaciones de hidrocarburos no convencionales más importantes del mundo, pero no está cuantificado como reserva. Para hablar de reservas hay que hacer números finos de volúmenes de roca, contenido de hidrocarburo atrapado, viabilidad económica de su extracción y un largo etcétera. Recién allí se le puede poner un valor y pasar a considerarlo como un activo. Mientras tanto, es roca bituminosa como la que explotó Lola Mora en Salta en 1920 y produjo gas y petróleo no convencional sin tanta bulla y con cero tecnología.



Ricardo AlonsoHerramientasEtiquetasAyudaAyudaMineriaGuarda notaCompartir Compartir Facebook Likedin Twitter Delicious Google+ Menéame Digg it Myspace Newsvine Yahoo Enviar por mail ImprimirAgrandar textoAchicar textoGet Adobe Flash player

El hombre de a pie es bombardeado todos los días por una enorme cantidad de información mediática, en muchos casos distorsionada, retorcida, encubierta y hasta directamente mentirosa, que genera una enorme confusión entre lo que es lógico, verosímil y de sentido común.

Esa información genera imágenes que rotulan a las cosas en buenas o malas, de acuerdo al interés de quienes las potencian.

Muchas veces responden a intereses políticos, en otros casos económicos y más aún ideológicos. Un famoso actor argentino hace un spot televisivo sobre la mina de carbón de Río Turbio en la Patagonia austral diciendo que ello llevará al derretimiento de los glaciares, y a cartón seguido la organización ambiental que lo patrocina, de origen inglés, pide colaboración económica para sostener sus actividades de “protección del medio ambiente”.

El planteo corriente es que la quema de carbón, al igual que la de los hidrocarburos líquidos y gaseosos, genera dióxido de carbono que es un gas de efecto invernadero, esto es que se acumula en la atmósfera y potencia el calentamiento del planeta y por lo tanto la evaporación de los hielos.

Hasta ahora no está para nada claro cómo funciona realmente el ciclo del carbono a escala global, tanto en su producción natural como en la humana o antropogénica y sus mecanismos de secuestración.

Lo que sí está claro es que los grandes productores de anhídrido carbónico son los países industrializados del hemisferio norte, tanto Estados Unidos como algunos de Europa y Asia.

Barrera “elegante”

Entonces la manera más elegante de compensar el desfase es obligar a los del sur, entre ellos nosotros, a que no toquemos nada, que no produzcamos nada, que no nos desarrollemos, o lo que es lo mismo que dejemos dormir nuestros recursos naturales y que nos empobrezcamos.

Todo ello para lograr el balance de equilibrio entre los gases de la muerte que ellos producen (metano, dióxido de carbono, cloroflurocarbonos) y el gas de la vida que producimos nosotros, o sea el oxígeno del gran continente verde que es América del Sur.

Miles de usinas térmicas a carbón funcionan en el hemisferio norte desde China a los Estados Unidos. Sin embargo, atacan a la Argentina por una única planta en el lugar más remoto de la Patagonia, como es Río Turbio.

Ahora bien, esa mentira puesta todos los días en los medios televisivos, termina convenciendo al ciudadano urbano de que es una realidad veraz. Lo que sí tiene que quedar en claro es que ni una planta ni cien plantas que funcionen a carbón en la Argentina van a producir el más mínimo efecto sobre los glaciares.

Si hay algo que necesitamos es precisamente energía y tenemos que obtenerla de todas las fuentes convencionales y no convencionales que tiene el país. Porque disponer de energía y consumirla ampliamente significa crecimiento.

Por más que nos quieran hacer creer lo contrario. América del Sur tiene una extraordinaria cordillera en su sector occidental que se extiende unos 9.000 km de norte a sur. Alcanza alturas máximas en el Aconcagua, una montaña que roza los 7 km de altura sobre el nivel del mar.

Los Andes Centrales tienen en conjunto las mayores alturas, entre ellos los volcanes más altos del mundo, como el caso de nuestro Llullaillaco. La línea de las “nieves eternas” va subiendo desde cero metro en la Antártida, donde los glaciares están a nivel del mar, hasta alcanzar alturas próximas a 6.000 metros en la Puna argentina.

La línea de nieves

Es interesante señalar un hecho casi desconocido y es que la línea de nieves permanentes en la Puna argentina es la más alta del mundo, o lo que es lo mismo decir que en cualquier otro lugar del planeta donde haya nieves permanentes éstas arrancan a mucho menor altura.

Para que se forme un glaciar tienen que darse una serie de condiciones entre el balance del agua caída y el agua evaporada y la posición de la isoterma de cero grado centígrado. De nada vale que tengamos una región helada si la misma es un desierto seco donde no se producen precipitaciones. Un cerro blanco en invierno puede ser la simple caída de granizo y por lo tanto de duración efímera.

Para que se forme un glaciar hace falta entonces una importante acumulación nívea y que ésta se convierta en hielo y que éste hielo empiece a fluir lentamente en función de la pendiente.

El hielo continental patagónico tiene abundantes glaciares que caen hacia la ladera atlántica de Argentina o hacia la ladera pacífica de Chile, y un ejemplo destacado es el glaciar Perito Moreno.

Ahora bien, cuando se habla de glaciares cordilleranos en la frontera de Argentina y Chile, fuera de ese ámbito patagónico, no existe más ese ícono del Perito Moreno. No hay miles de “Peritos Morenos” a lo largo de la Cordillera como se trata de inculcar, sino simplemente manchones de hielo y acumulaciones varias de nieve que son el relicto del último Máximo Glacial (LGM) que ocurrió en el Pleistoceno entre 20 y 18 mil años atrás.

Como dijimos, nuestra Puna seca tiene escaso hielo arriba de los 6.000 metros. Donde sí se desarrolla un importante ambiente glacial es en la Cordillera Real de Bolivia, donde los vientos húmedos amazónicos descargan hasta 5.000 milímetros anuales en los valles de Yungas y el resto de la humedad se estrella contra la cadena montañosa que bordea el Altiplano entre los cerros Illampu al norte y el Illimani al sur, superando ambos los 6.400 metros.

Minerales sí, hielo no

Ahora bien, desde que Alvaro Alonso Barba escribió en 1640 su famosa obra “El arte de los metales”, se sabe que donde hay minerales no hay hielo. Precisamente él aconsejaba a los prospectores mineros de la época colonial que se fijaran después de las nevadas aquellos lugares donde no se acumulaba la nieve porque esa era una guía de que allí podía haber un depósito mineral.

Y esto ocurre por una razón muy simple, y es que los minerales en su mayoría son sales y la sal tiene la propiedad de evitar el congelamiento del agua. Esa es la causa por la cual el agua marina del Ártico o del Antártico no están congeladas a pesar de estar bajo cero grado y también el motivo por el cual se agrega sal en los caminos para derretir la nieve.

De todos modos, la minería se puede hacer en forma segura haya o no haya glaciares, y así se realiza en Rusia, Canadá o Alaska, con grandes extensiones cubiertas por los hielos. Finalmente, rescato una frase del ex diputado Luis Felipe Sapag quien decía: “El desarrollo es inexorable; no es posible la vuelta atrás en la dependencia de la humanidad respecto de la tecnología y la utilización masiva de los recursos naturales: si se hiciera caso al reclamo ultraecologista, en pocos meses desaparecería catastróficamente, por hambre y enfermedades, la mitad de los seres humanos”.

Está claro que el uso de los glaciares y otros íconos ambientales son una pantalla engañosa en contra del desarrollo legítimo de los países aún subdesarrollados.

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