Cuando se recorre la Puna y se atraviesan grandes distancias
resecas y vacías, de rocas desnudas y vegetación ausente, a veces blancas a
grises cuando se cruza por rocas volcánicas o bien de color rojo sangre cuando
se trasponen capas sedimentarias oxidadas por hierro, suele ocurrir que el
viajero sorprendido haga un parangón con la Luna o con Marte.
No es raro entonces que varios lugares reciban el nombre de
“Valle de la Luna” en la toponimia de los guías de turismo, aunque los dos
ejemplos emblemáticos son el Valle de la Luna, en San Juan, patrimonio de la
humanidad por su extraordinaria riqueza paleontológica en dinosaurios del
Triásico (entre ellos los dinosaurios más viejos del mundo) y el Valle de la
Luna que se encuentra en las inmediaciones del pueblo de San Pedro de Atacama,
a orillas del salar Atacama en el norte chileno. San Pedro de Atacama es un
oasis en el desierto que se ha transformado en un lugar turístico por
excelencia, que presenta un combo de atracciones con un rico museo arqueológico
(Museo Le Paige), la cercanía a los géiseres del Tatio, las ruinas de los
antiguos habitantes atacameños, una amplia gama de hoteles, la vecindad del
salar de Atacama (el segundo en tamaño de los Andes Centrales después del de
Uyuni, en Bolivia) y el Valle de la Luna.
Este último no es otra cosa que viejas formaciones
evaporíticas de sal y yeso, las que forman la llamada cordillera de la sal y
que se corresponde con los viejos depósitos de un gran salar previo al de
Atacama, hoy deformado y replegado por el arrugamiento tectónico andino.
Precisamente hay también en nuestra Puna capas replegadas de sal y de yeso,
producto del depósito en viejos salares que fueron rotos por la tectónica
andina y que yacen a las orillas o bien formando islas en algunos de los
actuales salares como los de Antofalla, Arizaro, Pastos Grandes y Hombre
Muerto, por citar las más conocidas. Muchas de ellas son exactamente iguales en
su origen a las de San Pedro de Atacama y pueden bautizarse sin tapujos como
“Valles de la Luna”, y así fueron oportunamente propuestos en uno de los
capítulos de mi libro: Alonso, R. N., 2010. La Puna Argentina. Ensayos
históricos, geológicos y geográficos de una región singular. Mundo Editorial,
360 p., Salta.
Ahora bien, el motivo de esta nota es referirse al otro tipo
de paisaje similar que se encuentra en la Puna, el de los “desiertos rojos” que
despiertan en la imaginación de los viajeros su parecido con el planeta Marte.
Marte, el planeta rojo, es un mundo reseco, oxidado, con una atmósfera muy
tenue y bajísimas temperaturas. Las imágenes obtenidas por los últimos
vehículos robot espaciales dan cuenta de ello, como se aprecia en las
ilustraciones del bellísimo y bien documentado libro publicado en 2011 por
William K. Hartmann, con prólogo del geólogo planetario español Francisco
Anguita, titulado “Guía turística de Marte” (Ed., Akal, 478 p.). En la Puna
Argentina se encuentran paisajes que guardan un gran parecido con Marte cuando
se comparan imágenes satelitales de ambos lugares.
Precisamente algo de esto me tocó realizar en la década de
1980 con Arthur Bloom, Teresa Jordan y Eric Fielding de la Universidad de
Cornell (Nueva York) en el marco del análisis e interpretación de imágenes
satelitales para un proyecto de la NASA y el Instituto para el Estudio de los
Continentes (INSTOC). Trabajamos entonces con las primeras imágenes Landsat5-TM
de la Puna. Más allá de lo anecdótico que resultaba comparar las distintas
superficies del relieve en función de su reflectividad y el de especular con
los agentes de erosión entre otras cuestiones de interés, lo cierto es que ello
nos permitió comprobar algunos parecidos notables entre el planeta rojo y
nuestra Puna. Precisamente hay en la Puna paisajes que lucen como de “otro
mundo”. De noche las serranías de sal que contienen además el yeso transparente
o selenítico parecen arder en millones de espejos a la luz de la luna llena.
Pero lo que sorprende de día es cuando se atraviesan
regiones donde reina el más absoluto desierto y las rocas rojas, resecas y
desnudas, inducen a pensar en un paisaje marciano. Muchos de estos lugares se
encuentran al oeste de la Puna. Entre ellos se destaca la región que media
entre el salar de Pocitos y las laderas orientales del cerro Macón a lo largo
de la ruta provincial 27. Precisamente entre Siete Curvas y Abra de Navarro,
antes de llegar al pueblo de Tolar Grande, que se encuentra próximo al borde
del salar de Arizaro, y siguiendo el curso de cauces secos se cuenta con uno de
esos paisajes de capas rojas o “red beds” como son designados en inglés. Se
trata de capas rojas del período Terciario, cuya edad se extiende entre el
Oligoceno y el Mioceno y que fueron depositadas en viejos ambientes fluviales,
eólicos y evaporíticos que existieron en la Puna entre 26 y 10 millones de años
atrás.
Sedimentos de lechos de ríos, dunas fósiles de arenas
acumuladas por el viento y sales depositadas en lagos secos de alta
evaporación, todas ellas fuertemente impregnadas con óxidos de hierro en estado
químico férrico transmiten un color rojo sanguíneo que alcanza su apoteosis en
los días de plena radiación solar y cielos limpios y cristalinos. Uno de los
puntos que reúne todas las características de “paisaje marciano” es el que
recibe el nombre de “Salar del Diablo”, a escasos centenares de metros de la
ruta 27. Allí se presenta una depresión con una fina costra de sal en el fondo
que parece escarcha, todo rodeado de capas profundamente rojas y donde no hay
rastros de vegetación ni de vida. Obviamente que existe la vida propia del
desierto, pero ésta permanece casi invisible en esos lugares.
Lo interesante es analizar en conjunto los cañones secos,
las depresiones, el fuerte color rojo de los sedimentos, la soledad del lugar,
todo en un símil que recuerda los cráteres y cañones rojos marcianos de las
imágenes allí logradas. Valga como ejemplo este “Valle de Marte” en la región de
Tolar Grande, pero cuanto más seca es la Puna hacia el Oeste y más capas rojas
quedan a la vista se torna posible reconocer decenas de lugares similares.
Hasta incluso algunas dunas de arenas rojas que en nada envidiarían a las
conocidas ahora allá en Marte.
El inventario de nuestros “Valles de la Luna” y “Valles de
Marte” en la Puna no solamente agregará nuevos elementos a la geografía
paisajística de Salta, sino que permitirá poner en valor algunos sitios
geológicos que hasta ahora no han sido considerados y que son ver daderas
maravillas escénicas
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