lunes, 9 de julio de 2012

Los bellos e impactantes “Valles de Marte” en la Puna





                                                                      Ricardo Alonso
Cuando se recorre la Puna y se atraviesan grandes distancias resecas y vacías, de rocas desnudas y vegetación ausente, a veces blancas a grises cuando se cruza por rocas volcánicas o bien de color rojo sangre cuando se trasponen capas sedimentarias oxidadas por hierro, suele ocurrir que el viajero sorprendido haga un parangón con la Luna o con Marte.

No es raro entonces que varios lugares reciban el nombre de “Valle de la Luna” en la toponimia de los guías de turismo, aunque los dos ejemplos emblemáticos son el Valle de la Luna, en San Juan, patrimonio de la humanidad por su extraordinaria riqueza paleontológica en dinosaurios del Triásico (entre ellos los dinosaurios más viejos del mundo) y el Valle de la Luna que se encuentra en las inmediaciones del pueblo de San Pedro de Atacama, a orillas del salar Atacama en el norte chileno. San Pedro de Atacama es un oasis en el desierto que se ha transformado en un lugar turístico por excelencia, que presenta un combo de atracciones con un rico museo arqueológico (Museo Le Paige), la cercanía a los géiseres del Tatio, las ruinas de los antiguos habitantes atacameños, una amplia gama de hoteles, la vecindad del salar de Atacama (el segundo en tamaño de los Andes Centrales después del de Uyuni, en Bolivia) y el Valle de la Luna.

Este último no es otra cosa que viejas formaciones evaporíticas de sal y yeso, las que forman la llamada cordillera de la sal y que se corresponde con los viejos depósitos de un gran salar previo al de Atacama, hoy deformado y replegado por el arrugamiento tectónico andino. Precisamente hay también en nuestra Puna capas replegadas de sal y de yeso, producto del depósito en viejos salares que fueron rotos por la tectónica andina y que yacen a las orillas o bien formando islas en algunos de los actuales salares como los de Antofalla, Arizaro, Pastos Grandes y Hombre Muerto, por citar las más conocidas. Muchas de ellas son exactamente iguales en su origen a las de San Pedro de Atacama y pueden bautizarse sin tapujos como “Valles de la Luna”, y así fueron oportunamente propuestos en uno de los capítulos de mi libro: Alonso, R. N., 2010. La Puna Argentina. Ensayos históricos, geológicos y geográficos de una región singular. Mundo Editorial, 360 p., Salta.

Ahora bien, el motivo de esta nota es referirse al otro tipo de paisaje similar que se encuentra en la Puna, el de los “desiertos rojos” que despiertan en la imaginación de los viajeros su parecido con el planeta Marte. Marte, el planeta rojo, es un mundo reseco, oxidado, con una atmósfera muy tenue y bajísimas temperaturas. Las imágenes obtenidas por los últimos vehículos robot espaciales dan cuenta de ello, como se aprecia en las ilustraciones del bellísimo y bien documentado libro publicado en 2011 por William K. Hartmann, con prólogo del geólogo planetario español Francisco Anguita, titulado “Guía turística de Marte” (Ed., Akal, 478 p.). En la Puna Argentina se encuentran paisajes que guardan un gran parecido con Marte cuando se comparan imágenes satelitales de ambos lugares.

Precisamente algo de esto me tocó realizar en la década de 1980 con Arthur Bloom, Teresa Jordan y Eric Fielding de la Universidad de Cornell (Nueva York) en el marco del análisis e interpretación de imágenes satelitales para un proyecto de la NASA y el Instituto para el Estudio de los Continentes (INSTOC). Trabajamos entonces con las primeras imágenes Landsat5-TM de la Puna. Más allá de lo anecdótico que resultaba comparar las distintas superficies del relieve en función de su reflectividad y el de especular con los agentes de erosión entre otras cuestiones de interés, lo cierto es que ello nos permitió comprobar algunos parecidos notables entre el planeta rojo y nuestra Puna. Precisamente hay en la Puna paisajes que lucen como de “otro mundo”. De noche las serranías de sal que contienen además el yeso transparente o selenítico parecen arder en millones de espejos a la luz de la luna llena.

Pero lo que sorprende de día es cuando se atraviesan regiones donde reina el más absoluto desierto y las rocas rojas, resecas y desnudas, inducen a pensar en un paisaje marciano. Muchos de estos lugares se encuentran al oeste de la Puna. Entre ellos se destaca la región que media entre el salar de Pocitos y las laderas orientales del cerro Macón a lo largo de la ruta provincial 27. Precisamente entre Siete Curvas y Abra de Navarro, antes de llegar al pueblo de Tolar Grande, que se encuentra próximo al borde del salar de Arizaro, y siguiendo el curso de cauces secos se cuenta con uno de esos paisajes de capas rojas o “red beds” como son designados en inglés. Se trata de capas rojas del período Terciario, cuya edad se extiende entre el Oligoceno y el Mioceno y que fueron depositadas en viejos ambientes fluviales, eólicos y evaporíticos que existieron en la Puna entre 26 y 10 millones de años atrás.

Sedimentos de lechos de ríos, dunas fósiles de arenas acumuladas por el viento y sales depositadas en lagos secos de alta evaporación, todas ellas fuertemente impregnadas con óxidos de hierro en estado químico férrico transmiten un color rojo sanguíneo que alcanza su apoteosis en los días de plena radiación solar y cielos limpios y cristalinos. Uno de los puntos que reúne todas las características de “paisaje marciano” es el que recibe el nombre de “Salar del Diablo”, a escasos centenares de metros de la ruta 27. Allí se presenta una depresión con una fina costra de sal en el fondo que parece escarcha, todo rodeado de capas profundamente rojas y donde no hay rastros de vegetación ni de vida. Obviamente que existe la vida propia del desierto, pero ésta permanece casi invisible en esos lugares.

Lo interesante es analizar en conjunto los cañones secos, las depresiones, el fuerte color rojo de los sedimentos, la soledad del lugar, todo en un símil que recuerda los cráteres y cañones rojos marcianos de las imágenes allí logradas. Valga como ejemplo este “Valle de Marte” en la región de Tolar Grande, pero cuanto más seca es la Puna hacia el Oeste y más capas rojas quedan a la vista se torna posible reconocer decenas de lugares similares. Hasta incluso algunas dunas de arenas rojas que en nada envidiarían a las conocidas ahora allá en Marte.

El inventario de nuestros “Valles de la Luna” y “Valles de Marte” en la Puna no solamente agregará nuevos elementos a la geografía paisajística de Salta, sino que permitirá poner en valor algunos sitios geológicos que hasta ahora no han sido considerados y que son ver daderas maravillas escénicas

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