lunes, 29 de febrero de 2016

Reducir y mitigar los desastres naturales


Dr Ricardo N. Alonso
Doctor en Ciencias Geologicas
Unsa . Conicet

El segundo miércoles de octubre de cada año se celebra el "Día Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales", que fuera instituido en 1990 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ese día fue creado para promover una cultura mundial de la reducción de los desastres naturales. 
La idea es educar y generar conciencia sobre qué son los peligros naturales y también tecnológicos y ambientales, cómo prevenirlos, cómo estar preparados ante los eventos -mayormente impredecibles- y cómo mitigar sus efectos. El ruso V. Kartzev (Moscú, 1975), sostenía en este sentido que "la contienda del hombre con la naturaleza es tan eterna como la unidad de ambos". 

Uno de los líderes en estos estudios es el Dr. Manfred R. Strecker, geólogo alemán de la Universidad de Potsdam. Strecker ha realizado en las últimas décadas numerosos programas, cursos, congresos, encuentros y convenios científicos internacionales para el estudio de la cuestión del riesgo geológico; entre ellos, un convenio de cooperación científica y académica entre Alemania y Argentina. 
Por Argentina participa el Conicet, junto a las universidades nacionales de Buenos Aires, Tucumán y Salta. En el marco de esta colaboración, el suscripto publicó un libro sobre riesgos geológicos del cual se hicieron dos ediciones: en 2011 y en 2012, ambas prologadas por el Dr. William J. Wayne de la Universidad de Lincoln (Nebraska, USA) y el mencionado Dr. Manfred R. Strecker de la Universidad de Potsdam. El libro a que se hace referencia es: Riesgos geológicos en el Norte Argentino. Terremotos, volcanes, avalanchas, inundaciones, desertización y otros fenómenos naturales. Prólogo del Dr William J. Wayne, Prefacio del Dr. Manfred R. Strecker. Mundo Gráfico Salta Editorial, 252 p. Salta. 
En diciembre de 2015, el Dr. Strecker fue electo con el más alto reconocimiento que otorga la Asociación Geológica de América (GSA), esto es miembro fellow honorario. Es importante destacar que, salvo los accidentes cósmicos que pudo haber en el pasado y que estuvieron relacionados con supernovas, explosiones solares o caída de asteroides sobre la Tierra, y que produjeron devastación generalizada, tal como la sospechosa extinción de los dinosaurios, en realidad los eventos más destructivos por la enorme pérdida de vidas humanas estuvieron asociados con pestes o guerras. Las estadísticas palidecen cuando se comparan las fatalidades por acontecimientos geológicos versus los de origen humano o biológico. Para ello sirvan algunos números simples de comparación.
"Los eventos más destructivos por la enorme pérdida de vidas humanas estuvieron asociados con pestes o guerras".
Entre las numerosas erupciones volcánicas registradas a lo largo de la historia humana hay dos que se destacan por el saldo de víctimas. Una de ellas es Tambora (Indonesia), con la erupción de abril de 1815 que dejó un saldo de 92.000 muertos. Se considera la erupción más grande de la historia en cuanto a cantidad de materiales expulsados. Las cenizas y el polvo atmosférico arruinaron el clima global y causaron que ese año no hubiese verano en el hemisferio Norte, con lo cual se perdieron cosechas y hubo hambrunas en Europa y América del Norte. La erupción del Huaynaputina, descripta en un artículo anterior en El Tribuno, no tuvo ese nivel de fatalidades pero afectó mucho más el clima global y su enfriamiento. 
La segunda erupción más destructiva fue la de Krakatoa (Indonesia) en agosto de 1883, con 36.000 muertos. Esta explosión hizo volar por los aires una isla completa. En gran medida, los muertos estuvieron relacionados con el tsunami asociado a la explosión volcánica. Téngase presente que alrededor de 400 millones de personas viven en peligrosa proximidad a volcanes activos. En cuanto a los terremotos, se considera como el peor de los tiempos modernos el que ocurrió en Tangshan (China) el 27 de junio de 1976, con una magnitud Richter de 7,6 y que mató a 650.000 personas. 
El terremoto de Sumatra (Indonesia) del 26 de diciembre de 2004, con una magnitud de 9, mató a 250.000 personas por el tsunami asociado. Al respecto el científico afroamericano Neil de Grasse Tyson (1985), sucesor de Carl Sagan, reflexionaba que: "Incluso con toda nuestra tecnología y los inventos que hacen la vida moderna mucho más fácil de lo que era, sólo se necesita una gran catástrofe natural para limpiar todo eso y nos recuerdan que, aquí en la Tierra, aún estamos a merced de la naturaleza". 
Por ejemplo una repetición de la mega tormenta solar de Carrington de 1859 tendría hoy consecuencias catastróficas e inimaginables. Las dos guerras mundiales dejaron también un saldo enorme de muertos. La Primera Guerra Mundial (1914-1918), 20 millones de muertos; y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), 56 millones de muertos. 
Sin embargo, han sido las pestes las que han diezmado las poblaciones. La peor, sin dudas, fue la llamada "Muerte Negra" o "Peste Negra" que asoló a Europa en la Edad Media desde 1347 a 1352. Peste bubónica causada por el bacilo Yersinia pestis y ocurrió principalmente como consecuencia de la falta de higiene y la suciedad urbana generalizada. La trasmitían las pulgas de las ratas. Mató a 43 millones de personas, y se calcula que eliminó a la mitad de la población europea. 
Otra plaga memorable fue la influenza, llamada "gripe española", que tuvo su clímax entre 1918 y 1919. Fue una forma de gripe sumamente mortal, que mató a 20 millones de personas en Europa y Estados Unidos. La trajeron los soldados que volvían de la Primera Guerra Mundial. Resulta impresionante comprobar que la "gripe española" mató la misma cantidad de gente que toda la Primera Guerra Mundial. 
Otra mortandad masiva de seres humanos, cuyas cifras no han sido cuantificadas, pero que superan varios millones de personas, fue el tráfico durante varios siglos de esclavos negros de África para las distintas colonias en América. Como se aprecia, por ahora los fenómenos naturales, a pesar de su magnitud y dejando de lado los de potencial origen cósmico, causan daños menores que las pestes o guerras inducidas por el hombre. Sin embargo, debe tomarse en cuenta que el aumento de la población, las mayores áreas urbanas, la falta de planificación geológica y el uso de territorios vedados por su naturaleza física e historia de riesgos, convierten a muchas regiones en blancos potenciales de desastres naturales. Es allí donde se debe velar por la vida y los bienes de los habitantes, tal como procura la declaración de Naciones Unidas. Los eventos y fenómenos que han ocurrido en distintos tiempos humanos y geológicos, son una lección del pasado y una advertencia del futuro. Como sostiene el científico ruso I.A. Rezanov (Moscú, 1987), lo que juzgamos ser catastrófico y ocasional son manifestaciones naturales del proceso de trasformaciones evolucionarias de la Tierra y el Universo. 

lunes, 22 de febrero de 2016

Los veranos lluviosos son veranos peligrosos

Ricardo N Alonso
Dr en Ciencias Geologicas
Unsa-Conicet
Las alteraciones meterológicas causadas por la corriente del Niño en el Pacífico traen consigo mayores precipitaciones y también mayores riesgos de este lado de la cordillera.
Los que fueron a Iquique en el verano de 2016 se encontraron con que las aguas del mar estaban calientes. Esto resultaba una bendición teniendo en cuenta que, normalmente a esa latitud son heladas en razón de la corriente de Humboldt que viene desde la Antártida pegada a la costa del Pacífico. 
La razón es que las aguas calientes de la corriente del norte ecuatoriano se habían desplazado hacia el sur. 
Esto ocurre en los llamados años El Niño. La alteración meteorológica oceánica conocida como ENSO, por sus siglas en inglés, da lugar a fuertes perturbaciones en el clima que tienen alcance planetario. 

Fueron los viejos pescadores peruanos quienes a puro pragmatismo se dieron cuenta de la llegada del fenómeno, coincidente con la navidad, y del allí lo de El Niño, por Jesús. Ello repercutía desfavorablemente en sus faenas generando graves problemas a la economía pesquera. De manera independiente se puede rastrear su presencia en el litoral peruano en tiempos mucho más antiguos. 
Tal vez el padre José de Acosta, singular estudioso de las cosas varias de América, haya sido uno de los primeros en tomar debida nota de los temas relativos a la corrientes oceánicas. La magnífica obra de este jesuita, Historia Natural y Moral de las Indias, publicada en 1590, contiene preciosa información sobre cuestiones relacionadas a la geografía física, flora y fauna del reino del Perú. El registro geológico extiende el fenómeno a miles de años. 
Más allá de estas disquisiciones, lo cierto es que desde hace bastante tiempo se sabe que hay años El Niño, años normales y años que son la contracara de los primeros y que se han dado en llamar La Niña. 
El asunto es que estas perturbaciones climáticas globales secan zonas que normalmente son húmedas, producen precipitaciones anormales en zonas que generalmente son secas, desatan incendios forestales, generan el doble de precipitaciones en regiones lluviosas y así sucesivamente. Este verano de 2016 pudo verse como el Paraná trajo volúmenes de agua mayores y se produjeron inundaciones en la zona de Entre Ríos. Ello fue consecuencia del aumento de precipitaciones en toda la cuenca del Plata, desde las montañas del norte argentino y Bolivia, hasta cubrir una vasta región del centro de América del Sur. Las Cataratas del Iguazú son un verdadero hidrómetro y en el severo año El Niño de 1982/1983, aumentaron más de diez veces su volumen. 
El tema es que si hay mayor evaporación, hay mayor cantidad de nubes y estás descargan su humedad en todos los contrafuertes montañosos del sistema oriental andino. Esas aguas alimentan los grandes ríos que a su vez nutren al Paraná. O sea se sabe que si hay un año Niño debe actuarse con premura en la alerta temprana y en la previsión. A diferencia de otros fenómenos naturales que son impredecibles y no avisan (terremotos, volcanes, caída de asteroides), en este caso se sabe que cuando en el Perú comienza a registrarse el inicio de un año El Niño, hay que prepararse para las precipitaciones anormales en la región salto-
jujeña que, es la que nos incumbe directamente. 
Las aguas calentitas de las cuales gozaron algunos turistas en el Pacífico chileno ya costaron al menos cinco muertos en el norte argentino. Primero se cayó un puente ferroviario sobre el río Arenales que forma parte del Ramal C-14, la monumental obra salteña e icono en el mundo. Luego vinieron deslaves en numerosas quebradas que cruzan los cordones montañosos de la Cordillera Oriental. La ruta 51, corredor bioceánico, fue nuevamente golpeada. La zona de El Alisal fue una de las más afectadas y dejó a turistas, camioneros y otros viajeros sin poder llegar a sus destinos por largas horas. Luego se produjeron los deslaves en la zona de Purmamarca, y a posteriori las inundaciones de Tilcara donde el río Grande de Humahuaca creció repentinamente arrastrando defensas e inundando el turístico pueblo, afamado por su "Enero Tilcareño". Hubo más de 500 evacuados y debieron suspenderse los festejos del carnaval. Muchas casas de adobe quedaron con riesgo de colapsar. Tal vez lo más grave fue el desastre del río Metán que durante una sorpresiva creciente sesgó la vida de una abuela y tres de sus nietos. También debe lamentarse el fallecimiento de un hombre que fue sorprendido por una crecida del río Pulares. Un tema recurrente y que pudo tener peores consecuencias fue que una vez más la ruta 34, entre Metán y Rosario de la Frontera, volvió a sufrir los embates hídricos en el puente del río de Las Cañas. Miles de automóviles que circulaban hacia el sur o norte y que se desplazaban luego de los feriados del carnaval, quedaron varados. El tránsito se habilitó luego de horas, por media calzada, y hay que destacar el eficiente trabajo de ingenieros viales y la ayuda de los distintos municipios con sus equipos y maquinarias. El tema es recurrente y ya había pasado anteriormente, la última vez en 2011, y solo se hicieron arreglos de emparchado. Ocurre que el régimen fluvial de muchos de esos ríos es casi insignificante a lo largo del año en coincidencia con nuestra larga temporada seca, pero luego en el verano tienen una carga dinámica que castiga con toda su energía. 
Las características comunes de estos eventos son la estacionalidad, cuasi-
periodicidad, la irregularidad, la inestabilidad y la asincronicidad. La correntada desplomó tramos de la ruta 34 que estuvo a punto de quedar cortada completamente por un zanjón si caía el puente. Hemos afirmado en otras oportunidades que tenemos una infraestructura obsoleta que colapsa por envejecimiento, falta de mantenimiento o ambas cosas a la vez. 
Vemos así como el sur provincial reclama a gritos no solo el ensanchamiento de la cinta asfáltica limitada al tránsito a solo dos manos, cuando debería ser mínimamente de cuatro manos, sino también la construcción de nuevos puentes carreteros, para reemplazar a los que están completamente obsoletos. 
El anuncio realizado desde Jujuy, de un tramo de ruta entre General Gemes y San Pedro es destacable pero no deja de ser un paliativo a los graves problemas estructurales y de infraestructura que sufre el noroeste argentino por largas décadas de desinversión. Por ello cuando se habla del tan mentado "Plan Belgrano" debe tenerse presente que es un plan integral de infraestructura y no asociarlo únicamente al nombre emblemático del Ferrocarril que abarca la región del NOA. Las inversiones deben estar orientadas a dar solución genuina a problemas concretos de la gente. 
Y estos problemas son muchos, mayúsculos y además fueron largamente señalados. 
Como ejemplos: el hecho de vivir sobre yacimientos de gas y depender de garrafas; el contar con cursos y reservorios de agua dulce y no tener aguas potables y corrientes; los problemas viales, ferroviarios y de comunicaciones; embalses, navegación, conectividad aérea, entre muchísimos más. 

lunes, 15 de febrero de 2016

El derrumbe de la vieja infraestructura

Dr Ricardo N Alonso
Doctor en Ciencias Geologicas
Unsa Conicet

¿Cuánto más puede soportar la ajada y vieja infraestructura los embates de la naturaleza? Todos los veranos asistimos al mismo espectáculo de puentes caídos, rutas rotas, defensas desbordadas, inundaciones repentinas, crecientes traicioneras y víctimas fatales. Más aún cuando pasamos de años "El Niño" a los años "La Niña" y estos vienen cargados con ­toda su intensidad de género! En fin se ha vuelto un lugar común echarle la culpa a la naturaleza, sea al cambio climático global, por enfriamiento o por calentamiento, las lluvias excesivas, el descongelamiento de los glaciares, las altas tasas de erosión; todo sirve para deslindar responsabilidades. Hubo un tiempo en que eran actos de Dios. Todavía la naturaleza tiene su alta cuota de impredecibilidad, especialmente en los fenómenos endógenos (volcanes, terremotos, etcétera). Pero el hombre, desde los griegos para acá, ha cambiado bastante las cosas como para seguir echando culpas a quién no se puede defender. Precisamente la civilización se basa en avanzar armónicamente sobre el entorno, construyendo donde hay que construir y protegiendo lo que hay que proteger. Si queremos unir dos pueblos, barrios o ciudades separadas por un río hace falta hacer un puente. Pero no cualquier puente y no cualquier ruta. Estos tienen que ser técnicamente factibles, estar en armonía con el entorno y respetar la historia que se esconde detrás de cada situación; a veces miles o decenas de miles de años de geología agazapada. La verdad es que hay que sacárseles el sombrero a los viejos ingenieros de vialidad y de ferrocarriles que construyeron obras de infraestructura que parecen inmortales. En realidad parecerían, puesto que no lo son. Tienen, como todo, una vida finita. No fueron construidos "ad eternum". En los últimos veranos varios puentes fueron arrastrados por las aguas. No se trata de un fenómeno de la naturaleza en sí.
Un abandono sistemático
Se trata del abandono sistemático de la infraestructura vial y ferroviaria a que venimos sometidos por décadas de desinversión a lo largo y ancho del NOA. Cuando se viaja por la Quebrada del Toro y se ve el magnífico ramal C-
14 del FFCC General Belgrano uno no puede menos que asombrarse ante tamaña obra y ante los increíbles estudios que realizaron aquellos viejos ingenieros, entre ellos Maury, para poner los puentes y viaductos en los lugares precisos. Con un cuidado asombroso de la geomorfología. Al punto que la ruta nacional 51 se rompió cientos de veces en cientos de lugares, mientras que el ferrocarril se mantiene aún allí, estoico, casi inmutable al paso de los años. No así las vías y los durmientes que han sufrido el deterioro propio del transcurso del tiempo y están en pésimas condiciones. Al punto que ni siquiera puede circular un elemento icónico de la Salta turística como es el Tren a las Nubes. Ocurre que tenemos rutas y puentes del siglo XIX o XX que son transitados por autos y camiones del siglo XXI. Hay un desfasaje entre la infraestructura y el circulante, casi como una metáfora de un hardware viejo al cual se le quiere imponer un software nuevo. No calza. Puentes que se hicieron para carros a caballo, para automóviles livianos y para algún camión chasis, son circulados hoy por autos de gran porte, camionetas doble tracción, autobuses, y camiones equipos con acoplados de 30 toneladas. Rutas que eran para el uso de carros tirados por bueyes o caballos, son circuladas hoy por vehículos que rozan y aún superan los 200 km por hora en su reloj de kilometraje. 
El efecto del clima
Hay años con peores tormentas que otros. Sea en el milimetraje o en la concentración de mucha agua en poco tiempo. Lo cierto es que los ríos bajan crecidos de distinta manera de acuerdo a su dinámica geológica. La propia agradación del lecho va cambiando el curso del cauce de manera natural. Otros factores antrópicos, tales como tomas, defensas, barreras, etcétera, también inciden en esa dinámica. Entonces hay años en que el río carga sobre una orilla o bien lo hace sobre la otra banda. Los puentes están sostenidos por pilares en las orillas y otros enclavados dentro de la planicie aluvial. Es fácil entonces que esos pilares puedan descalzarse por una erosión intensiva a causa de la fuerza o direccionalidad de las aguas. Si el puente pierde capacidad de soporte, entonces puede ceder en alguno de sus tramos y la estructura ser arrastrada por la fuerza de las aguas. Por ello hay que trabajar en el mantenimiento y defensa de los lugares endebles o disminuidos. Largos años de abandono y un incremento en la capacidad de la carga del transporte, han debilitado las estructuras hasta ponerlas en riesgo. Si bien por su naturaleza geográfica y geológica gran parte del norte argentino está en riesgo, hay algunos lugares emblemáticos a señalar. Este verano de 2016 ya pudimos ver zonas de desastre en varias de las rutas provinciales, puentes caídos, ríos que se llevaron personas, defensas rotas, crecientes intensas, inundaciones, etcétera. Un paso que resulta altamente preocupante es el viejo puente sobre el río Vaqueros. Ese puente es un embudo donde confluyen todos los que vienen desde Vaqueros, La Caldera y lugares aledaños hasta Salta y viceversa. Es el único lugar de paso.



lunes, 8 de febrero de 2016

Brujería tecnológica

Ricardo N Alonso
dr en Ciencias Geologicas
Unsa Conicet

Algunas décadas atrás los diarios de Salta reflejaban una interesante polémica entre un ingeniero apellidado Castro Zinny y el geólogo platense radicado en Salta Domingo Jakúlica. 
El tal Castro Zinny había descubierto, siguiendo vaya a saber qué método paracientífico, que debajo de la Catedral de Salta ­había un yacimiento de petróleo! Los periodistas se hicieron eco en los diarios de la época de este "sensacional hallazgo" y el ya famoso ingeniero avanzó más todavía diciendo que había que perforar un pozo allí mismo para demostrar su hallazgo. Al arzobispo no le hizo ninguna gracia el particular anuncio. 
Para entonces, Jakúlica enseñaba geología del petróleo en la vieja Facultad de Ciencias Naturales de Salta, dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán, y fiel polemista como era, le salió al cruce al mentado rabdomante moderno. Dado que el ingeniero sostenía que había una caótica corriente de electrones que le indicaban la presencia de los hidrocarburos -justo debajo de la catedral-, Jakúlica se encargó de refutar cada uno de los argumentos esgrimidos y finalizaba diciendo que el único desorden de electrones que él vislumbraba estaba justo debajo del ­sombrero de Castro Zinny! La cosa no pasó de una escaramuza dialéctica y hoy, salvo que el periodista e historiador Luis Borelli descubra la información en los viejos periódicos, esto se queda en una anécdota desconocida para las nuevas generaciones. 
La búsqueda de minerales
La cuestión de la búsqueda de riquezas del subsuelo por vía sensorial, especialmente de minerales metalíferos, viene desde muy antiguo. Precisamente el libro de Agrícola titulado De Re Metallica (1556), del cual se conserva un ejemplar original en la biblioteca del convento San Francisco de Salta, tiene una litografía que muestra a un minero de la antigua Germania portando la varita adivinatoria para la búsqueda de metales escondidos. Ya en el siglo XVIII, fray Benito Jerónimo Feijoo, en su famosa obra Teatro Crítico Universal, realizó un ataque demoledor sobre las actividades de rabdomantes y zahoríes. Comenta que para entonces el uso de la vara adivinatoria había degenerado al punto que se la utilizaba para dar con delincuentes, marcar límites de campos y hasta cita que hubo un mentecato que pagó dos escudos para que le dijeran si la mujer con que quería casarse era doncella. Lo cierto es que los rabdomantes, que más tarde evolucionaron a radiestesistas, probos en el uso de varas de sauce o avellano, varas metálicas, péndulos de innumerables tipos y formas, siguieron con sus actividades adivinatorias en búsqueda de tesoros enterrados o de minerales, agua y petróleo. Lo más común es la búsqueda de agua subterránea y muchos finqueros desesperados por esa necesidad vital caen en manos de estos personajes que solo aciertan cuando no hay posibilidad de errar. O sea descubren agua donde por otros métodos técnicos se sabe de su existencia. Los desarrollos de la geofísica moderna suplen con creces todas esas posturas adivinatorias mediante el reemplazo por los métodos científicos. 
Agua o petróleo
La idea de escribir este artículo surgió ante el encuentro fortuito de un aviso periodístico publicado en el viejo diario salteño "La Voz del Norte" del 13 de julio de 1924. El recorte original, junto a otros de época, está pegado en un exhibidor del café Don Welindo, en el microcentro salteño. El aviso se titula "Agua o petróleo" y lleva como subtítulo llamativo y atrapante ¿Habrá en sus fincas? ¿Quiere averiguarlo? Era la década de 1920. Obviamente la expansión de la incipiente frontera agrícola ganadera, sea en el Valle Calchaquí con los viñedos, en el Valle de Lerma con tabaco y hortalizas o en el Valle de Siancas con cañaverales y frutales, e incluso más allá hacia el Chaco, convertían al agua subterránea en un preciado tesoro. Los rabdomantes seguramente eran muy requeridos para estas tareas. 
Pero por otro lado estaba el petróleo. YPF se había fundado algunos años antes y ya Enrique Mosconi había establecido contactos para la compra de los yacimientos de la Quebrada de Galarza que explotaba el español don Francisco Tobar. A su vez, la Standard Oil Company iniciaba una agresiva exploración de gran parte del territorio selvático salteño en busca de petróleo. Empezaría una fuerte puja de intereses, donde nadie quedó ajeno en aquellos años. Corrieron ríos de tinta periodísticos, políticos y en escritos jurídicos sobre quién era el dueño del recurso hidrocarburífero; para unos la nación y para otros obviamente la provincia. El tema es que todos querían saber si sus campos contenían petróleo y ver si podían venderlo o recibir regalías por su presencia. De allí que se explique este curioso aviso que indicaba dirigirse a un tal R. Palau y Cía., de Buenos Aires o a su representante local el señor José Molins, con oficinas en la calle Buenos Aires 277 de la ciudad de Salta. Llamaban la atención en el sentido de que los estudios los hacía personalmente el señor Palau y que llevaban ya 12 años de éxitos en Argentina, Uruguay y Brasil. El meollo de la historia era el "Bathidroscopio", al que describían como un aparato científico de alta presión; aunque tal vez hayan querido decir precisión. La etimología de este raro invento venía a significar algo así como "que ve el agua en profundidad". Lo curioso es que no solamente se animaban a señalar que con el aparato estaban en condiciones de probar la presencia de agua o petróleo en el lugar, sino que además podían afirmar a que profundidad se encontraba, cuál era el caudal aproximado que podían rendir los futuros pozos, y aún más si esas aguas o el petróleo "serán surgentes, ascendentes o freáticas". Una síntesis perfecta. Ni aún hoy con todos los avances geofísicos, digitales e informáticos se puede llegar a saber todo lo que allí se planteaba como asegurado gracias al uso del extraño bathidroscopio. Por supuesto y desde que se tiene uso de razón no podía faltar la engañosa leyenda, todavía en boga, acerca de que si no es de su satisfacción le devolvemos el dinero. Terminaba el aviso aleccionando al finquero a pensarlo bien, ya que podía convertir en fértiles y ricos sus campos áridos y pobres. Lo cierto es que el bathidroscopio existió y su inventor fue un presbítero español llamado Ignacio Calvo y Sánchez (1864-1930), quien lo desarrolló en 1913. Los diarios de la época lo muestran como un pequeño cajón de madera sobre un trípode, a medio metro del suelo. Al parecer fue muy popular en la Argentina en las primeras décadas del siglo XX y fue introducido desde España por Abdón Corcín. Este Abdón Corcín también era cura y asistió espiritualmente en Uruguay a unos reos condenados a fusilamiento. Más tarde se habría radicado en Argentina y habría sido el propulsor del uso del artilugio de marras.
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